Ordenación sacerdotal de Juan Carlos Duque Villada
Abejorral, Mayo 19 de 2012
Querido Diácono Juan Carlos, que será ordenado sacerdote en esta celebración.
Querida asamblea celebrante, que se dispone a participar de este acontecimiento sagrado.
Querida comunidad abejorraleña que agradece el llamado sacerdotal de uno de sus hijos.
Querida familia Duque Villada que ofrece al Señor uno de sus miembros.
Es apenas lógico que vivamos un ambiente festivo, que nos embargue la alegría y que nos emocione este acto celebrativo. La ordenación de un sacerdote constituye una gran solemnidad litúrgica y comporta una maravillosa acción de Dios que «toma a un hombre de entre los hombres», a Juan Carlos, y lo constituye sacerdote de la nueva alianza.
Hoy nos resalta la liturgia de la palabra la figura del Buen Pastor. Dios, que ama entrañablemente a su pueblo, no contento con la actuación de sus representantes, de los dirigentes de su pueblo, que descuidan sus funciones, se apacientan a sí mismos y abusan y maltratan a las ovejas a su cargo, promete que Él mismo será su pastor. Esa promesa la cumple en su Hijo: es el Buen Pastor en quien Dios mismo vela por su creatura, el hombre, a quien devuelve la vida que había perdido, reúne en un solo rebaño y los conduce a las fuentes y pastos de vida eterna.
Jesús es el Pastor Supremo. Sólo desde Él se pueden comprender a los pastores de la Iglesia. Él es el protagonista de esta celebración, es el que ha llamado a Juan Carlos, el que lo consagra para que le pertenezca, el que lo envía para que lo represente, el que lo invita a estar en comunión con Él y el que se pone de modelo para que lo imite.
LLAMADO
Si Dios es quien apacienta a su pueblo, lo hace, sólo a través de aquellos que son llamados por Él mismo. La elección que Dios hace de sus pastores se entiende en el amor de predilección que Dios tiene por su pueblo. Todo lo que nos decía la primera lectura se personaliza en Juan Carlos: «Yo soy el Dios que te creó, el que te formó… Soy tu salvador… te he llamado por tu nombre y eres mio… Vales mucho para mí y yo te amo».
Son palabras que indican el peso de la vocación, la profundidad de la iniciativa de Dios, que nos toma cariñosamente porque nos conoce; que nos involucra en su amor por la humanidad; que nos envuelve personalmente con una elección gratuita; y en definitiva, la vocación es una realidad que «no nos deja tranquilos» porque no tendríamos ningún camino mejor para entender y realizar nuestro proyecto vital.
Nuestra respuesta es una aceptación totalmente libre, a un amor y una propuesta irresistibles, que nos emociona, pone en actividad todas nuestras capacidades y dispara al máximo nuestras potencialidades. «Aquí estoy», es la respuesta, enamorado de un proyecto superior, en total disponibilidad, sin poner condiciones… Señor, has ganado mi voluntad, y sólo confío en ti.
CONSAGRADO
¿A qué asistimos hoy? Seremos testigos de esa unión de voluntades, de una perfecta sintonización entre Jesús y Juan Carlos. La ordenación sacerdotal sella la voluntad de Jesús de «hacer su amigo» a Juan Carlos; como si le preguntara: ¿Puedo definitivamente contar contigo? y la aceptación de Juan Carlos de pertenecerle sólo a Él y a sus planes salvíficos, para ser en su Iglesia sacerdote, pastor y servidor en función del bien de todos los hombres.
En el sacramento del Orden, entonces, el sacerdote es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de él y actuando mirando a él, realice en comunión con él el servicio del único Pastor.
Lo que sucede en la ordenación, por la acción del Espíritu Santo, es una consagración a Dios para una dedicación total de por vida a un encargo y a una misión. Juan Carlos va a ser «ungido y enviado» para hacerse participe de la unción y de la misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, «ungido y enviado por el Espíritu Santo para anunciar a los pobres la Buena Noticia».
Ser consagrado, reflexionábamos en un texto del Papa Benedicto, es «ser transferido a la propiedad de Dios», «ser apartado, separado del mundo para entregarse totalmente a Dios y para ser enviado». El que le pertenece a Dios, ya no se pertenece a sí mismo, sino que le pertenece también a los demás. El consagrado existe «para» los demás, está completamente a disposición de todos (Cf. audiencia Benedicto XVI, enero 25-12)
PARA IDENTIFICARSE CON CRISTO BUEN PASTOR
Como sólo se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo por medio de Él y en la más íntima comunión con Él, veamos tres aspectos fundamentales de Jesucristo Buen Pastor que deben identificar también a sus pastores, los sacerdotes:
«El Buen Pastor da la vida por las ovejas»
Da la vida, porque la ofrece en el altar de la cruz, en rescate por todos. El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que nos presta a todos nosotros, en cuanto devuelve la vida divina, perdida por el pecado, a quienes creen en él. Se entrega a sí mismo, y no sólo en un tiempo pasado. En la Eucaristía se entrega cada día, se da a sí mismo mediante las manos sacerdotales. Con razón la Eucaristía está en el centro de la vida sacerdotal, en la que el sacrificio de Jesús en la cruz, está siempre realmente presente entre nosotros.
En la Eucaristía, celebrada cada día, vivimos la entrega de la vida de Jesús por nosotros, su abajamiento obediente hasta la muerte de cruz. Es toda una escuela de vida, en la que aprendemos de Jesús, a entregar nuestra vida. Aprendemos a darla día a día, a desprendernos día a día. Sólo quien da la vida, la encuentra, sólo sirviendo y dando lo mejor la vida llega a ser importante y bella.
Si quieres Juan Carlos vivir profundamente la alegría de tu sacerdocio, haz de la Eucaristía y de tu vida diaria una memoria del Señor, Buen Pastor, que da la vida por todos.
«Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí»
Jesús conoce, no de una manera meramente racional o intelectual, sino con el corazón del Buen Pastor, que entraña un profundo amor, una relación interior y crea una comunión de vida. Jesús nos conoce y nos implica en un contacto personal, en un diálogo amistoso, en una unión íntima.
Así es que el discípulo conoce a Cristo, se abre en actitud de escucha y obediencia. Identifica la voz del Buen Pastor, que le da seguridad y confianza. Entra en comunión y se dispone a hacer lo que Él le pide.
La gran responsabilidad del pastor, en la Iglesia: es hacer llegar bien nítida la voz del Señor. La gente se siente como engañada cuando el sacerdote habla en su propio nombre. Sabe distinguir cuando resuena la voz autoriza del Jesús, con palabras de vida terna.
El pastor debe conocer, a la manera de Jesús, con el corazón del Buen Pastor, en forma concreta, en sus situaciones propias al hombre de hoy, que es nuestro destinatario; debe estar abierto a sus necesidades, a sus interrogantes, a sus expectativas. Conocer con un diálogo de amor, de comprensión profunda, de relación cercana, de comunión real.
«Tengo otras ovejas que no están en el rebaño; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un único rebaño, bajo la guía de un solo pastor».
Palabras que nos remiten al servicio de la unidad encomendado al pastor. Jesús vino a reunir a todos los hijos de Dios dispersos. La misión de Jesús concierne a toda la humanidad, y por eso la Iglesia tiene una responsabilidad respecto a toda la humanidad, para que reconozca a Dios, al Dios que por todos nosotros en Jesucristo se encarnó, sufrió, murió, resucitó y rompió todos los muros de separación.
La Iglesia no puede quedarse cómoda en su ambiente, en una pastoral de conservación. Tiene como cometido la solicitud universal, preocuparse por todos y de todos. El Buen Pastor es el que sale a buscar la oveja perdida, a la humanidad; sale para llevarla a casa, y las busca en sus desiertos y en sus confusiones; en sus rebeldías y desubicaciones; en sus reticencias y en sus distracciones. Somos instrumentos de salvación sin fronteras.
El carisma sacerdotal tiene que favorecer la edificación de toda la Iglesia, como el único Cuerpo de Cristo. El sacerdote es «hombre de la unidad». El primer compromiso es con la unidad interior de la Iglesia, para que sea signo de la presencia de Dios en el mundo («Para que el mundo crea», para que sea «sacramento universal de salvación»), una unidad que se realiza sólo en Jesús, y es esa unidad «en Jesús», «la fuente originaria de la eficacia de la misión cristiana en el mundo» (Benedicto XVI).
EPILOGO
Teniendo de fondo la figura del supremo y buen Pastor, terminemos con algunas consideraciones:
El compromiso del sacerdote será siempre conocer y amar cada vez más al Señor, para que nuestra voluntad se una a la suya y nuestro actuar llegue a ser uno con su actuar. Hay un único pastor, nos toca hacerlo presente y transparente. Cristo permanece a través del ministerio de los sacerdotes. Sigue dando vida.
El sacerdocio no es para escalar posiciones, para llegar a ser importante; no es para exaltarse a si mismo. Es para servir y no servirse, ser para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para los hombres que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida.
Nuestra respuesta y nuestra consagración «lleva el sello de lo eterno»: no está sujeta al tiempo o a las situaciones, a las emociones pasajeras o a los gustos; no depende que me vaya bien o me vaya mal. Me compromete a la permanencia, a la fidelidad. Nuestra relación permanente e íntima con el Señor nos permitirá entender y vivir los compromisos sacerdotales.
La misión es sublime. Da parte nuestra puede haber debilidad, pequeñez, duda, impotencia. Pensemos que Dios está con nosotros, siempre presente; que contamos con su fortaleza y santidad, que podemos confiar en Él que me ama y nos ama; que Él mismo es la mejor garantía para seguirlo con fidelidad; que está por encima de nuestra flaquezas; que con Él seremos capaces de abrazarla cruz cuantas veces sea necesario. Recordemos el mensaje de la primera lectura: «Yo soy el Señor tu Dios… No temas, que yo estoy contigo»
Pastor es el guía y maestro de la vida, el que abre el camino, el que marca horizonte; acompaña, hace crecer, curra, anima, sostiene. El que es modelo de comportamiento moral, por su integridad, alegría y sencillez. El que pone lo mejor de sí mismo al servicio de los demás. El verdadero liderazgo en la Iglesia es de servicio y entrega. Siempre pendiente del rebaño, dispuesto a sacrificarse por él, atento a los más débiles y enfermos. No como el asalariado que se aprovecha del rebaño y lo abandona a su suerte.
Juan Carlos, vas a ser ordenado sacerdote, vas a ser constituido pastor del Pastor. Lleva tu identidad sacerdotal en lo profundo del alma, en tus actitudes pastorales, en todas tus expresiones exteriores. Que te distingan siempre como anunciador del Evangelio, que te reconozcan con el amor del Buen Pastor, entregado de tiempo completo.
Que puedas siempre aclamar y agradecer ¡COMO PAGARE AL SEÑOR TODO EL BIEN QUE ME HA HECHO!
María, la Santa Madre de Dios y de la Iglesia arrope tu vida ministerial con el cuidado que dispensó a Jesús, el Sumo Sacerdote de Dios para la humanidad.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón – Rionegro