Homilía del V Congreso Nacional de Vocaciones

HOMILIAS

La Ceja, julio 17 de 2012

 Homilía del V Congreso Nacional de Vocaciones

 El Instrumentum Laboris del Sínodo «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana» nos pone en la tónica de lo que se pretende en este V Congreso nacional de Vocaciones en cuanto a «la importancia y el impulso que debe recibir la animación vocacional en el contexto de la Nueva Evangelización».

El Sínodo «espera poder ofrecer a la Iglesia el fruto de nuevas vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, lanzando nuevamente el empeño de una clara y decidida pastoral vocacional» (n. 159).

Afirma: «Uno de los signos más evidentes de la debilitación de la experiencia cristiana es, precisamente, el debilitamiento de las vocaciones… Se espera que la reflexión sinodal, que se relaciona estrechamente con la nueva evangelización, no sea para constatar la crisis, ni sólo para reforzar una pastoral vocacional, sino más bien, y más profundamente, para promover una cultura de la vida entendida como vocación» (n. 160).

Para poder concluir: «Uno de los signos de la eficacia de la nueva evangelización será el redescubrimiento de la vida como vocación y el surgimiento de vocaciones en el seguimiento radical de Cristo» (n. 161).

¡VOCACIONES? ¡Sí hay! Dios sigue llamando

Es el Lema dw nuestrol Congreso.

Recordemos la primera lectura: «Me llegó una palabra de Yahvé: Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones».

Dios, como llamó al profeta Jeremías, sigue llamando. Toda vocación proviene de Dios, que siempre toma la iniciativa. Vocaciones si hay. Dios sigue llamando para todo aquello que la Iglesia y el mundo necesitan. Lo que falta son respuestas. «Dios llama siempre, lo que falta es la escucha» (Benedicto XVI).

«Les daré pastores, según mi corazón» (Jer 3,15). Es una promesa de Dios, que ama y no abandona a su pueblo. Cada vocación es un don gratuito y precioso de Dios para su pueblo. Siempre estará suscitando vocaciones. Tengamos de base para nuestro trabajo esa certeza que nos da confianza: Dios no falla.

Pero también, entendamos, que la p.v. no es para dar vocación a otros. La vocación no es fruto de ningún proyecto humano, sino que es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor que toca la vida de una persona y la conoce, la consagra, la envía.  Sólo Dios llama.

En el logo del Congreso, la luz que brota es Cristo resucitado, indica el primado de la gracia en la iluminación, crecimiento y maduración de toda vocación. Por lo tanto, Dios es el elemento previo y fundante de la p.v. Porque Alguien llama, hay vocaciones.

Otra consecuencia: si la vocación es don de Dios, entonces hay que pedirlo.

La experiencia de la llamada

El fundamento, entonces de toda vocación es una experiencia de gracia que se realiza en una persona, que lo antecede, que le sale al encuentro. Es sentirse conocido profundamente:«Tú me sondeas y me conoces», y sentirse como intervenido: «En este momento pongo mis palabras en tu boca». «Irás donde quiera que (yo) te envié, y proclamarás todo lo que yo te mande».

Cada vocación sentirá que Dios es luz que ilumina su propia historia. La vocación es precisamente aprender a mirar con esa luz de Dios.  Y llegar a la fuente original de esa luz, a la experiencia de Cristo, Luz del mundo.

La vocación, por tanto, no es un sentimiento, ni una certeza matemática; es más bien una certeza de fe, una certeza interior que nace de la gracia de Dios que toca mi interior. Don del Señor que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor y suscita una respuesta libre y disponible, enamorada, una entrega total, que lleva a la pregunta inmediata: Señor, ¿Qué quieres que haga?

Por eso la respuesta vocacional está contenida en un acto de fe. Es un rendirse y abrirse al misterio que se encierra en la persona de Jesús. Una apertura a la voz de Dios que llama.

A la Pastoral Vocacional le corresponde «crear el ambiente»

La P.V. según P.D.V es «La misión de la Iglesia destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones» (n. 34)

«¡Tú sigues llamando! Y nos confías la tarea de arar, de sembrar, de cultivar y de recoger en el terreno vocacional: el corazón de quien ha acogido tu invitación» (Oración del Congreso).

Si la vocación es un don de Dios (no hay vocación sin gratuidad), nuestra tarea es ayudar a la persona «agraciada» con una llamada de Dios para que acoja ese don. Por eso hablamos de animar, despertar, acompañar, discernir esos llamados.

La P.V. no puede quedarse esperando «quien aparece» con inclinaciones vocacionales para acompañarlos. No se trata de reclutar aspirantes. Ni se limita a dar informaciones.

La P.V. debe cumplir la función mediadora, que es la de toda comunidad cristiana, entre Dios que llama y los que son llamados, para que el don de Dios sea acogido por todos con generosidad.

Eso quiere decir crear, con las actividades pastorales aquellas condiciones imprescindibles para que cada miembro de la comunidad eclesial pueda optar, con madurez y libertad, por una forma específica de seguimiento a Jesucristo, según el querer de Dios en su vida.

Como el hecho de la vocación hay que entenderlo como un fenómeno de comunicación (de llamada y respuesta; de emisor de un mensaje y un receptor), a la P.V. le corresponde «ayudar a poner en contacto».

«Inspíranos caminos para crear en la Iglesia condiciones favorables para que puedan aflorar tantos «si», como respuesta a la llamada de tu amor» (Oración del Congreso).

Esas condiciones favorables tienen que ver con la capacidad de ofrecer los medios para que las personas se encuentren con el Señor que los llama. Crear condiciones para que la voz del señor pueda llegar con claridad al oído interior del hombre de hoy y toque su misterio personal. Por lo tanto se necesitan espacios de silencio para la escucha, de forma que toda persona pueda entenderse con Dios, encontrarse de tú a tú, que es lo que constituye el misterio nuclear de toda vocación. Lo primero e insustituible en la vocación, es esa experiencia personal.

«Formar para que el corazón escuche más allá de los ruidos y voces, provocar convicciones profundas hacia el único camino en Jesús» (Himno del Congreso).

En la P.V. también hay que saber callar, para que Dios hable (en el silencio y en el interior). Tener un gran respeto por el misterio de cada persona. No sólo hay que crear catequesis y dar contenidos doctrinales, hay que posibilitar espacios de encuentro, espacios vitales donde se produzca esta experiencia de llamado, escucha y respuesta. Donde se discierna la voluntad de Dios y se sienta el impulso (ojalá incontrolable) de cumplirla. La vocación sólo es posible en una experiencia real de encuentro. No es cuestión de «yo quiero» o «yo creo» que Dios me llama.

Por eso es muy importante en la P.V. enseñar a orar a los jóvenes. Si no saben orar será muy difícil que puedan oír el llamado de Dios en una real y profunda comunicación con Él.

Mirando el Evangelio, podríamos decir que a la P.V. le corresponde mejorar los terrenos, quitar las piedras y la maleza, ayudar a quitar obstáculos, para que la semilla de la Palabra de Dios, para que el llamado del señor pueda tener escuchas mejor dispuestos. Hay que saber sembrar, preparar el terreno para una buena cosecha.

Pastoral Vocacional y Palabra de Dios

No sobra hacer una mención a la importancia de la Palabra de Dios en la P.V.

La Verbum Domini, cuando habla de la palabra de Dios y los candidatos al orden sagrado afirma: «Los candidatos al sacerdocio deben aprender a amar la palabra de Dios… Los aspirantes al sacerdocio ministerial están llamados a una profunda relación personal con la Palabra de Dios, especialmente en la lectio divina, porque de dicha relación personal se alimenta la propia vocación: con la luz y la fuerza de la palabra de Dios, la propia vocación puede descubrirse, entenderse, amarse, seguirse, así como cumplir la propia misión, guardando en el corazón el designio de Dios, de modo que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y las cosas, de los acontecimientos y los problemas» (Nro 82).

Y en lo que se refiere a la vida consagrada, afirma que ésta «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida»… De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica» (N. 83)

En la pedagogía vocacional es importantísimo la sensibilización a la palabra de Dios (entre otros elementos). Debe sustentarse sobre la Palabra de Dios, pues es la única Palabra salva; la única en que puede originarse una vocación.

Tener cuidado de no alterar el mensaje; no rebajarlo ni aminorar sus exigencias. Podemos tener la tentación, por ganar candidatos, de ponerlo todo fácil, de ofrecer «caramelos», prebendas, viajes, estudios, determinados trabajos.

Ofrezcamos la Palabra, de tal manera que llegue nítida con el paradójico encanto de la cruz, con la exigencia de la entrega, con la alegría del servicio, con el sacrificio del amor. Hay que recuperar y divulgar la praxis de la lectio divina en perspectiva vocacional. Sin la Palabra desconocemos a Jesucristo; sin Jesucristo no «aguanta» ninguna vocación, ninguna perseverancia, ninguna fidelidad, ningún compromiso.

Pastoral Vocacional y Nueva Evangelización

Logo del Congreso: tiene luces y sombras, realidad eclesial que se realiza hoy en medio de ilusiones, esperanzas y alegrías, pero también de dificultades, tristezas y desafíos.

Entre las sombras, reconocemos en general una crisis numérica de vocaciones y una deficiencia cualitativa en el testimonio vivencial de no pocos consagrados.

Esta crisis de vocaciones nos remite a una crisis de discipulado. El que descubre su llamada al discipulado, podrá descubrir también su particular llamado dentro de la Iglesia.

Es una ecuación sencilla: teniendo discípulos, tenemos misioneros, vocacionados. Si hay crisis de vocación cristiana, crisis de fe, por supuesto hay crisis de vocaciones de especial consagración.

Si hay escasez de vocaciones, es porque hay escasez de acción evangelizadora.

Lo que está clamando, precisamente, por una nueva evangelización, lo plantea el documento de trabajo para el próximo Sínodo: es el «fenómeno del abandono de la fe» (n. 7) «debilitamiento de la fe, que debilita la capacidad de dar testimonio» (n. 7). «Empobrecimiento de la fe vivida» (n. 39). «Apostasía silenciosa» (alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana) (n. 69). (Ahora no podemos detenernos en las cusas de este fenómeno).

Por eso, la nueva evangelización quiere dirigirse a los alejados para «que redescubran la belleza de la fe cristiana y la alegría del encuentro personal con el Señor, en la Iglesia» (prefacio).

«El objetivo de la nueva evangelización es la transmisión de la fe» (n. 90). Pero «No se puede trasmitir lo que no se cree y no se vive. No se puede transmitir el Evangelio sin tener como base una vida que sea modelada por el Evangelio» (n. 91).

De ahí, que «La primera urgencia de la Iglesia hoy es el deber de despertar la identidad bautismal de cada uno, para que sepa ser verdadero testigo del Evangelio y para que sepa dar razón de la propia fe» (n. 118). «Cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar la Iglesia» (n. 161;  citando a Benedicto XVI, Verbum Domini, 77).

«La N.E. es la capacidad de parte de la Iglesia de vivir en modo renovado la propia experiencia comunitaria de la fe y del anuncio dentro de las nuevas situaciones culturales que se han creado en estas últimas décadas» (n. 47). «Este es el corazón de la nueva evangelización, que algunos han llamado «renovación misionera» y otros «conversión pastoral» (n. 79).

«El adjetivo «nueva», hace referencia al cambio de contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y transmitirla» (n. 49). «Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda» (n. 13)

Y esta fe debe ser vivida en «Pequeñas comunidades cristianas», que «Tienen como objetivo crear lugares de vida cristiana capaces de sostener la fe de sus miembros y de iluminar con su testimonio el espacio social»  (80). Esas comunidades fraternas, alegres y gratuitas, de auténtica vida evangélica y eclesial, sin duda son ambiente propicio para el nacimiento de nuevas vocaciones. Las mejores vocaciones suelen provenir de comunidades y agrupaciones juveniles de gran potencial evangelizador y apostólico.

Donde se vive la fe (y ese es el objetivo de la nueva evangelización) se da todo lo necesario para el surgimiento de las vocaciones. Por eso afirma el documento que uno de los frutos de la fe es: «La alegría de donar la propia vida siguiendo una vocación o una consagración» (n. 122). Coincide con la misma afirmación de Benedicto XVI: «Una acción misionera más incisiva trae como fruto precioso, junto al fortalecimiento de la vida cristiana en general, el aumento de las vocaciones de especial consagración… La abundancia de vocaciones es un signo elocuente de vitalidad eclesial (Mensaje al II Congreso Latinoamericano de vocaciones, Costa Rica, 2011).

De ahí deducimos la importancia del testimonio en la evangelización: «Para evangelizar la Iglesia no tiene necesidad solamente de renovar sus estrategias, sino más bien aumentar la calidad de su testimonio; el problema de la evangelización no es una cuestión organizativa o estratégica, sino más bien espiritual» (n. 158)

«Nos pides que seamos testigos creíbles y auténticos de los valores de tu Reino» (Oración del Congreso). Y es lo que quiere decir San pablo cuando nos dice; «Los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido».

«El secreto último de la nueva evangelización es la respuesta a la llamada a la santidad de cada cristiano. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo» (n. 158, citando a Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 7).

La única manera de impulsar una «nueva evangelización» es purificar e intensificar esta vinculación con Jesús. No habrá nueva evangelización si no hay nuevos evangelizadores, y no habrá nuevos evangelizadores si no hay un contacto más vivo, lúcido y apasionado con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el mundo.

Una Iglesia que no vive el estilo de Jesús, de pobreza, sencillez y libertad, no puede evangelizar, no ofrece la novedad del evangelio. La eficacia de una nueva evangelización no vendrá der nuestros dineros, de nuestros programas, de nuestras estructuras, de nuestras estrategias, sino de la fuerza del Espíritu en nosotros, de hombres y mujeres que saben de amores limpios y nobles.

La evangelización pretende generar cristianos adultos que han experimentado el amor de Dios, que viven según Dios, y que por tanto, se plantean su vida como respuesta y testimonio de fe. Por eso, toda pastoral en la Iglesia es pastoral vocacional, ya que toda pastoral, por naturaleza, está orientada a hacer descubrir a cada creyente su misión, su vocación.

Podríamos decir finalmente: las vocaciones son fruto de la Nueva Evangelización y son para la Nueva Evangelización.

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Escuchábamos en la primera lectura: «No les tengas miedo, porque yo estaré contigo para protegerte».

Termina el documento de trabajo del Sínodo diciendo: ¡No temas! Sea la palabra de la nueva evangelización, con la cual la Iglesia, animada por el Espíritu Santo anuncia hasta el fin de los tiempos. Hoy queremos decirles a ustedes, queridos trabajadores de la mies del Señor: ¡No teman! Den un testimonio creíble, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, para que puedan abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y al compromiso de servirlo en una especial consagración.

Terminemos invocando a María con las palabras finales de la oración del Congreso:

«Virgen María, Madre del «sí» al proyecto del amor de Dios, inspira en quienes participamos en este Congreso y en todos los animadores y animadoras vocacionales de nuestra Iglesia la confianza en Dios y la generosa entrega que tú llevabas en el corazón cuando dijiste: «Hágase en mí según tu Palabra». Amén».

 

+Fidel león Cadavid Marín

Obispo de Sonsón – Rionegro

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