Homilía de la Ordenación Episcopal de Mons. Omar Mejía Giraldo

HOMILIAS

El Santuario, junio 29- 2013

Ordenación Episcopal de Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo

 

Saludo a los señores Arzobispos y Obispos.  A los queridos hermanos sacerdotes. Seminaristas. Religiosos y religiosas, querida comunidad Concepcionista y comunidades contemplativas de la Diócesis, que nos acompañan y sostienen con su oración. Autoridades civiles y militares. A la delegación de la Diócesis de Florencia. Comunidad santuariana. Querida familia y amigos de Mons. Omar.

Nos unimos con gozo,  a este hermano nuestro, Omar de Jesús Mejía Giraldo,  que el Señor ha llamado, con predilección, a la plenitud del sacramento del Orden.

La Iglesia, nuestra Diócesis de Sonsón-Rionegro y la Diócesis de Florencia se llenan de alegría y dan gracias a Dios por el regalo de este nuevo obispo.

Esta solemnidad de San Pedro y San Pablo es un marco litúrgico excelente para la consagración episcopal de Mons. Omar. Es una reconfortante memoria de los grandes testigos de Jesucristo, fieles seguidores del Maestro, que profesaron la misma fe y la confesaron con su martirio y son piedras vivas de la edificación de la Iglesia del Señor; esta solemnidad es una confesión que la Iglesia es apostólica, que tiene su origen en la fe de los apóstoles.

Y los obispos son sucesores de los apóstoles. Cristo, que quiere continuar la obra de la redención a lo largo de todos los siglos, ha querido asociar desde el inicio a varios hombres en esta obra de la redención. Llamó a 12 hombres, que fueron llamados apóstoles.  Y al instituirlos, «formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (L G, 19). Lo importante es que estuvieran con Él y fueran testigos de su resurrección. De este «Colegio apostólico» los obispos son sus sucesores: los apóstoles eligieron colaboradores, a quienes comunicaron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, por la imposición de las manos. Les encomendaron que cuidaran todo el rebaño en que el Espíritu Santo los había puesto como pastores de la Iglesia de Dios.

Mons. Omar va a ser parte de este «cuerpo episcopal» que se transmite ininterrumpidamente desde su origen apostólico hasta nuestros días, desde los Doce Apóstoles de Jesús, hasta los Obispos de hoy. También él ha sido llamado como Pedro, como Judas (en cuyo santuario estamos reunidos), como Pablo… Comenzando desde Pedro, todos los apóstoles y sus sucesores están destinados a participar en esta vocación y misión de Cristo y a vivir en esa comunión con sus demás hermanos obispos y el Santo Padre.

Por eso, su consagración episcopal hoy,  es una acción colegiada de los obispos que estamos aquí, en comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro.

Lo consagramos con la imposición de las manos e invocando el Espíritu Santo. Todos los Obispos extenderemos las manos sobre el Ordenando, uno por uno y en silencio (para dejar que sea Dios, quien extienda su mano sobre este hermano nuestro y lo haga suyo). Así, Mons. Omar será consagrado sucesor de los Apóstoles y acogido en el Colegio Apostólico.

El consagrado Obispo va a ser colmado del Espíritu de Dios que se adentra en el que es ungido, toma posesión de él y lo convierte en instrumento suyo.  El Espíritu es el verdadero artífice de tu ordenación, para que vivas a partir de Él, te preceda y te guarda donde vayas, te defienda y de vida a tu servicio episcopal.

Hay tres funciones centrales en la misión de un Obispo:

1.     La función de enseñar:

El Obispo, que por la sucesión apostólica posee «el carisma de la verdad»,  y es el primer y más autorizado anunciador de la palabra, tiene el deber de anunciarla con coraje a todos, según el mandato de ir por todo el mundo para predicar el Evangelio. No se trata sólo de «sembrar el Evangelio en cada rincón» predicando con valor el mensaje de salvación, también debe vigilar que esta palabra no sufra desviaciones para garantizar la profesión de la fe auténtica. Debe tener entonces, el valor para ser luz del mundo, en medio de opiniones dominantes y criterios que están en conflicto con la verdad del Evangelio.

Para  garantizar esta verdad, vamos a presenciar un signo muy elocuente durante la Plegaria de Ordenación: la imposición del libro de los Evangelios que se abre sobre la cabeza de Mons. Omar. Esto quiere decir que la Palabra de Dios debe penetrar en él; que Jesucristo, la palabra viva de Dios, debe impregnarle. «La Palabra de Dios es indispensable para formar el corazón del buen pastor, ministro de la palabra» (Verbum Domini, 78), por eso debe tener en primerísimo lugar su lectura y meditación, ser «oyente» para poder  ser «transmisor». Después se le entregará este mismo libro para indicar la función de predicar fielmente la Palabra de Dios, como «heraldo de la fe» y «doctor auténtico» que predica al pueblo, a él confiado, la fe que ha de creer y aplicar en su vida diaria de creyente.

2.     La función de santificar:

El Obispo es el administrador de las gracias del Sumo Sacerdote, es el principal dispensador de los misterios divinos. El obispo, junto con los presbíteros, santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio de la Palabra y los sacramentos, en especial la Eucaristía. Tienen el encargo de vigilar y obrar para que los bautizados puedan crecer en la gracia y conforme a los carismas que el Espíritu Santo suscita en cada uno y en cada comunidad, para edificar la Iglesia santa de manera activa y responsable.

Revestido de la plenitud del sacerdocio de Cristo, y como su instrumento, el Obispo comunica la gracia divina a los otros miembros de la Iglesia; porque de su ministerio deriva y depende en cierta medida la vida espiritual de los fieles. Debe propiciar el encuentro del hombre con Dios, mediante una experiencia viva de Jesucristo, en medio de una sociedad a menudo agitada y ruidosa, donde el hombre tiene el riesgo de extraviarse de Dios, de empobrecerse. En resumen, es el pontífice  «puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Hb 5, 1).

3.     La función de gobernar:

Tú mismo Mons. Omar, en una entrevista, citabas al Papa Francisco:  «el poder en la Iglesia es para servir».  Los obispos están puestos para servicio de su rebaño, para custodiar, hacer crecer, edificar y defender al pueblo.

En toda su misión el Obispo, debe parecerse al «hijo del Hombre que ha venido a servir y a dar la vida en rescate por muchos» (Mt 10, 45). La verdadera esencia del sacerdocio de Cristo y del nuestro es entregarse, dar la vida: ser para los demás. Su razón de ser es su pueblo. Jesús no viene a nosotros con criterios humanos de poder,  como uno de los amos de este mundo, sino como siervo. Su sacerdocio no es dominio, sino servicio.

«La consecuencia de amar al Señor es darlo todo, absolutamente todo, hasta la propia vida por Él; esto es lo que debe distinguir nuestro ministerio pastoral; es la prueba que nos dice con qué profundidad hemos abrazado el don recibido respondiendo a la llamada de Jesús y de qué manera estamos unidos a las personas y a las comunidades que nos han sido encomendadas» (Francisco).

Así, el único prototipo de todo ministerio episcopal y sacerdotal es Cristo, servidor de todos, «pastor y guardián de las almas» (1Ped. 2,25).

Bella expresión del oficio del Obispo: «guardián, «vigilante» (Cf. Ez. 33, 37). Es mirar desde la perspectiva de Dios, con la profundidad, el respeto y el amor de Dios,  pero «abajándose» para conocer de cerca a su gente en sus peligros, sus riquezas, sus sufrimientos, esperanzas y posibilidades y ayudarles a encontrar la vida, el camino. Atención vigilante, penetrante y  paterna para que ninguno se pierda, ninguno se desvíe de la verdad, ninguno se suma en la desesperanza; estar «ahí» siempre para consolar, fortalecer la esperanza de las comunidades, y animar todo lo que es bueno, justo, amable.

El pastor se debe sentir «tocado» por todas las vicisitudes de todos los hombres y mujeres, «capaz de escuchar la silenciosa historia de quien sufre», y estar pronto a curar las heridas del interior del hombre, su lejanía de Dios.

Lo que «aleja» al pastor de su gente y de su compromiso con el Señor (nos lo ha recalcado en Papa), es el afán de riqueza, de negocio, que puede convertirse en avaricia; la vanidad, actuar para ensalzarse y recibir honores, preocuparse más por sí mismo; y el afán de hacer carrera. Se deja de ser testigo de Cristo Resucitado y se convierte en funcionario.

El Beato Juan Pablo II expresa bellamente al respecto: «el verdadero honor del episcopado es la responsabilidad que conlleva consigo su ministerio: ser el primero en la fe, el primero en la caridad, el primero en la fidelidad y el primero en el servicio» (¡Levantaos! ¡Vamos!).

Como algo trasversal al triple oficio del Obispo, está la oración:

El Obispo está llamado a ser  hombre de oración. «La fecundidad espiritual del ministerio del obispo depende de la intensidad de su unión con el Señor. Un Obispo debe sacar de la oración luz, fuerza y consuelo para su actividad pastoral» (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos Nº 36). La oración se vuelve el hilo conductor de la vida del Obispo, porque lo une a Dios y lo une a su comunidad.

En el siguiente texto, queda claro el primado de la escucha en la oración y el anuncio de lo que se ha escuchado: «Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra» (Hech 6,4). Es un programa apostólico muy necesario hoy. Porque en el ministerio del Obispo hay muchas necesidades, aspectos organizativos y compromisos que absorben; pero en la vida de un sucesor de los apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. El pastor se «debe destacar sobre todos los demás por la oración y la contemplación» (San Gregorio Magno). Sin esta primacía de Dios no se puede estar a disposición de los fieles.

En la ordenación episcopal el candidato se compromete a «perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo». La oración del Obispo intercede por la comunidad, que la pide y la necesita. Ora para atraer el favor de Dios sobre su pueblo.

A través de la oración, el pastor se educa en el amor, se hace sensible a las necesidades de los demás, abre su corazón a la caridad pastoral y a la misericordia con todos, para consolarlos, iluminarlos, reconciliarlos.

Debe ser una oración incansable de intercesión, con las manos elevadas hacia el cielo, como Moisés, mientras los fieles libran el buen combate de la fe. Y una alabanza como la de María, por la salvación que Dios realiza en la Iglesia y en el mundo, con el convencimiento de que para Dios nada hay imposible (Lc 1,37).

En la oración del obispo deben ocupar un lugar particular sus sacerdotes, con los que está llamado a edificar la comunidad con sus dones, sus carismas y el testimonio de sus vidas,  para que perseveren siempre en su vocación y sean fieles a la misión presbiteral que se les ha encomendado. Para todo sacerdote es muy edificante saber que el Obispo,  que es su padre y amigo, lo tiene presente en la oración con afecto; y que está siempre dispuesto a acogerlo, escucharlo, sostenerlo, animarlo. Tú tienes muy claro el testimonio de «amor por los sacerdotes», que profesó Mons. Alfonso Uribe, el Obispo que te ordenó sacerdote.

Recuerda que los sacerdotes, primero ellos y sobre todo ellos, están entre quienes el Señor ha confiado a tu cuidado. «Que nuestro corazón, nuestra mano y nuestra puerta permanezcan siempre abiertos en cualquier momento. Ellos son los primeros fieles que nosotros, los obispos, tenemos: nuestros sacerdotes» (Francisco).

Mons. Omar, frente al don que recibes y la tarea que se te encomienda, la mejor disposición es la que has elegido como divisa en tu escudo episcopal: «HAGASE TU VOLUNTAD». Unas Palabras del papa Benedicto en la Misa de su entronización, creo que acogen también tu intencionalidad:

«No necesito presentar un programa de gobierno…  Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo  quien conduzca a la Iglesia» (Bendicto XVI, Misa de entronización, abril 24-2005).

Que en el nombre del Señor, conduzcas la bella Iglesia diocesana de Florencia, región joven y dinámica, nacida también de la mano de la Iglesia con pastores emprendedores y visionarios. Tierra de colonos de fe inquebrantable, gente amable y sencilla que ha forjado su futuro con su trabajo honesto. Iglesia de laicos comprometidos con el bien de la Iglesia y la sociedad; con sacerdotes llenos de celo pastoral, obedientes y generosos. Una Iglesia Particular que anhela recibirte como su Pastor, pues valora y acata al que llega como enviado del Señor.

Que te beneficies de la oración de tu comunidad diocesana, que te sostenga en las duras luchas de la fe y de tu ministerio y  te ayude a ser siempre el servidor humilde, que con su palabra y ejemplo los guie.

Que con tu Iglesia Particular de Florencia puedas vivir la fe, en Jesucristo el Hijo de Dios Vivo, en comunión con Pedro, Pablo y los Apóstoles.

La Virgen María, Reina de los Apóstoles, presente con los Apóstoles el día de Pentecostés aliente y acompañe el ministerio apostólico que hoy recibes.

Mons. Omar, ha llegado el momento. Ahora todos oramos por ti, para que el amor de Dios, por la efusión del Espíritu Santo se derrame en tu corazón. Para que te una a Dios y a tu pueblo, para que te colme de la caridad del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas.

Amén

+ Fidel León Cadavid Marín

Obispo Sonsón – Rionegro

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