La Unión, Junio 3 de 2013
Ordenación de Aldemar López Cardona
Queridos hermanos y hermanas reunidos hoy en la alegría de ser testigos de la acción de Dios que por el sacramento del Orden hará sacerdote a nuestro hermano Aldemar López Cardona, hijo de esta tierra, expresión madura de la vivencia de fe de esta comunidad cristiana católica de la Unión.
Dios es quien está a la base de toda vocación a la vida cristiana, a la vida sacerdotal, a la vida religiosa, a la vida matrimonial. Él es el Amor que no se encierra en sí mismo, sino que se comunica, y por eso llama. Dios – Amor es profundamente comunicativo y
fecundo. Nos transmite su vida y nos señala a cada uno un camino donde encontremos nuestra unidad, nuestra integración profunda, nuestra realización.
Toda vocación es una prolongación del amor de Dios. «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor». Toda respuesta al llamado de Dios es un permanecer en su amor; toda vocación narra el amor de Dios.
Toda vocación es un misterio de elección divina. El amor de Dios toma la iniciativa: «No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido a ustedes y los he destinado para que den fruto, y su fruto dure». El verdadero amor sale al encuentro, se anticipa. Se anticipa de tal manera, que el profeta Jeremías siente esta elección desde el vientre de su madre: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré; te nombré profeta de los gentiles».
La vocación es algo que nos sobreviene, no algo que provocamos. Al encontrarnos con ella, al chocarnos con ella, decimos sí. Este llamamiento interior, no viene de nosotros, viene de lo Alto. Es un don, una gracia.
Aldemar es uno en quien se ha posado la mirada del Señor. Es uno que ya ha recibido el don de la vida, que ha sido regalado con la vida divina en el bautismo (precisamente aquí en este templo)… y sobre estas vocaciones, que son previas e indispensables, el Señor añade el llamado a que sea su sacerdote.
En Aldemar cabe el temor de Jeremías: «¡Ay, Señor mío! Mira que no se hablar, que soy un muchacho». Realmente es muy joven de edad, pero en todos los casos, se suma el temor reverencial de quien siente tan cerca al Señor y experimenta un misterio y un compromiso que lo sobrepasa y del cual no se siente digno.
Dios, que ha querido hacer alianza con su pueblo, que ha querido hacer alianza con cada uno de nosotros, hoy quiere hacer alianza con Aldemar. Vamos a escuchar las preguntas del Señor a Aldemar, a las que responderá «Si, estoy dispuesto». Es bellísimo el estilo del Señor, que no invade nuestra vida, sino que entra en ella «pidiendo permiso» (Francisco), apelando a nuestra libertad, preguntando si lo queremos recibir, si lo queremos seguir, si le queremos colaborar.
Tu respuesta, Aldemar, debe ser humilde, profunda… temblorosa (y es mejor que sea así, porque nunca estamos preparados para estar a la altura de una misión que es de Dios), pero también confiada y gozosa. El Señor te llama a una vocación de santidad, no por tus obras y merecimientos, sino por su propia determinación y gratuidad.
Te llama y quiere «hacerte suyo». Hoy te concede el don de la ordenación sacerdotal. Recibes el poder del Espíritu, para que puedas penetrarte del Señor, para que puedas actuar sacramentalmente como si fueras la persona de Cristo Rey, Pastor y cabeza. Es decir, para que puedas participar del mismo sacerdocio y ministerio de Cristo; que puedas participar de su misma autoridad para edificar la Iglesia.
El Espíritu te consagra, te configura con Cristo, te envía (recordemos el texto del profeta: «A donde yo te envíe, irás, y lo que te mande, lo dirás») ; y te marca para ser siempre ministro de Jesús y de su Iglesia.
Es un ministerio que abarca toda tu existencia y la determina en una identidad permanente, ¡sacerdote para siempre!
Aldemar, tu misión, y la de todo sacerdote, está en dependencia de la misión de la Iglesia.
Eres colaborador íntimo y necesario de la tarea y misión de los obispos, en la triple misión de la Palabra, de los Sacramentos y del liderazgo en la comunidad eclesial.
Ningún sacerdote ejerce el ministerio por su propia cuenta y riesgo, como si fuera una empresa personal: desfiguraría su «ser» y su ministerio – traicionaría al Señor y a la Iglesia. Su fecundidad pastoral está ligada a esta pertenencia, a ese vínculo afectivo, con su Obispo y con su Iglesia particular, que es como su propia familia.
Es fundamental, en esta pertenencia a la Iglesia, la inserción en la familia presbiteral. La ordenación sacerdotal lo une en íntima fraternidad sacramental con su presbiterio. Con ellos comparte un único ministerio sacerdotal en favor de los hombres y el mismo fin de edificar al pueblo de Dios.
Vamos a presenciar que todos los sacerdotes presentes impondrán las manos a Aldemar, su nuevo hermano sacerdote. Indica que todos están unidos entre sí por vínculos especiales, que no son humanos, de caridad apostólica, de ministerio y fraternidad. Sería un antitestimonio y una falta grave a su ser sacerdotal, que un presbítero se aísle de sus compañeros (actúe como «cumbo solo»), les falte a la caridad, o les niegue su total colaboración.
El que se ordena, se pone a disposición, por propia voluntad y como único camino de realización, al querer de Cristo Salvador, poniendo al servicio de la obra de Jesús todas sus potencialidades: mente y corazón, cuerpo y alma, sensibilidad, emotividad, tiempo, capacidades, elecciones, renuncias… y hasta su propia vida. No vale la pena entregarse al Señor y dejarse consagrar por Él, sino es para aceptar su voluntad. Y sabemos que no siempre concuerdan su Voluntad y la nuestra. De ahí, eso de «negarse a sí mismo» para poder ser discípulo del Señor.
Esto implica que debo darlo todo por los hermanos. Y que el camino que lleva a Jesús es el «camino de la cruz».
«Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo». Nos recordaba recientemente el Papa Francisco. No temer tocar la carne de Cristo. Por eso en el ministerio no debe ser usual decir como disculpa: «no puedo», «no tengo tiempo», ante el requerimiento del que nos necesita como sacerdote.
No es desde lejos, desde el no contaminarse, desde el despacho, desde nuestra propia comodidad… que nos hacemos cercanos, nos solidarizamos y nos comprometemos con las realidades diarias de nuestra gente.
Esto a la vez nos recuerda, también con ideas del Papa, que no puedo usar el ministerio para llegar más alto, para alcanzar más poder. «Algunos piensan que seguir a Jesús es hacer carrera» (Francisco). No nos ordenamos para tener una vida cómoda. «El aburguesamiento del corazón nos paraliza» y nos aleja de amar a los más pobres.
La actividad pastoral de servicio a los hombres para encaminarlos a Dios no debe distraer al sacerdote de la unión íntima y personal con Cristo. Es más, es su condición. Si el sacerdote es canal e instrumento de Cristo, es ser su voz, sus manos, sus pies. Sólo podrá serlo si «está con Él».
Ese «estar con Él» es la verdadera y única causa de la fecundidad de su ministerio, de su fervor misionero y de su amor apasionado por sus hermanos. «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». No se puede dar la vida sin estar con el Maestro, que dio la vida por todos.
«Estar con Él» nos garantiza encontrar fuerza y apoyo en los momentos difíciles y es la fuente de una verdadera alegría en el ejercicio del ministerio.
«Estar con Él», es ser realmente sus amigos, hacer lo que Él nos manda. Eso es el sacerdote: «Amigo de Dios» para poder ser también «Amigo de los hombres». De Jesús, el «Maestro Bueno», el «Sumo Sacerdote», «El Buen Pastor» emana toda la espiritualidad del sacerdote.
Aldemar, desde el momento de tu ordenación vas a ser autorizado representante de Cristo. Los fieles te van a buscar, porque creen en la eficacia del sacramento que recibes. No te buscan a ti, sino al Señor que actúa a través de ti. No los defraudes: muéstrales al Señor, habla las palabras de Jesús («mira, yo pongo mis palabras en tu boca»), actúa con la misericordia y la ternura del que te llamó, bendice en nombre de Él.
Con el Señor el buen pastor, nada te falte. Te guíe por el sendero justo. Te conduzca a fuentes tranquilas. Repare tus fuerzas. Su bondad y su misericordia te acompañen todos los días de tu vida.
De la mano de María, Nuestra Señora de las Mercedes, te veas libre de cualquier esclavitud, y te puedas dedicar con pureza de corazón a la santificación de tus hermanos.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón – Rionegro