Ordenación Presbiteral Johny de Jesús Guarín Aristizabal
Granada, agosto 3 de 2013
Textos: Isaias 49, 1-6; Salmo 138(9); Juan 10, 11-18.
A todos nos embarga la alegría de reunirnos en el nombre del Señor. Eso quiere decir que somos una comunidad creyente que celebra las obras del Señor y hoy agradece la elección que ha hecho en Johny de Jesús Guarín Aristizabal para hacerlo su sacerdote.
Alrededor de Johny de Jesús nos reunimos hoy los sacerdotes diocesanos, la comunidad granadina, su familia y sus amigos como invitados a ser testigos de la acción de Dios que consagra a quien llama y envía a quien consagra.
Dejémonos guiar por la Palabra que ha sido proclamada, que nos desvela parte del misterio que hoy se realiza en la celebración de la Ordenación sacerdotal de este hermano nuestro.
«El Señor me llamó desde el seno materno… pronunció mi nombre… Desde el vientre me formó siervo suyo».
No te puedes olvidar, Johny, que eres «elegido», señalado por el amor de Dios que «pega» primero, que busca primero; que eres esperado pacientemente desde siempre, desde el seno materno… Es la experiencia, nunca plenamente comprensible, y sólo explicable porque «el Señor me sondea y me conoce» y puede dulce y confiadamente «pronunciar mi nombre». Es sublime que el Señor pronuncie tu nombre porque es señal de intimidad, de relación personal… Así el Señor te ama, te envuelve, te abarca… y sólo espera tu decisión para hacerte suyo y asociarte a su proyecto… al proyecto del Padre, que incluye, nada menos, la salvación de todos, de todos los hombres.
Mientras más en grande piense Dios en nosotros, más pequeños nos sentimos ante Él. Dios debe aparecer, y nosotros desaparecer. Siempre debemos mirarnos sorprendidos: ¡A mí, Señor! Y aceptar con humildad, como el profeta: «¡Tan valioso soy para el Señor y en Dios se halla mi fuerza!». Gracias Señor, cuento contigo, soy tu «siervo», «hágase como tú quieres».
En la Ordenación sacerdotal se sella esta unión de voluntades, donde Dios actúa con la fuerza de su Espíritu Santo y nos consagra y nosotros aceptamos el don, el compromiso y la misión con alegría y gratitud.
Con tu ordenación hoy, se hace real y definitivo tu nombre: Johny de Jesús. Desde ahora eres más que nunca «de Jesús»: le perteneces a Jesús, el Buen Pastor, el Sumo Sacerdote; Él te hace su sacerdote para siempre y tú con gusto, con todas tus fuerzas te entregas a Jesús. El nombre tiene la característica de manifestar lo que se es. Como sacerdote siente lo eres y actúa como lo que eres: Johny de Jesús, sacerdote de Jesús.
Y como tal, estás llamado a ser signo elocuente del Buen pastor, del cual el Evangelio nos trae dos de sus principales características:
«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas».¿Qué más garantía de un buen pastor que la entrega de su vida? No hay mayor rasgo de generosidad ni sello de autenticidad que dar la vida. Hay muchos falsos pastores, que son embaucadores, explotadores… El Buen Pastor, que se siente responsable de sus ovejas, se juega la vida por ellas. Eres pastor con el amor de Jesús, con un amor más grande que su propia vida.
«Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí». Es un conocimiento recíproco que crea una relación de comunión entre las ovejas, entre ellas con su pastor y todos juntos con el Padre.
El conocimiento nace de la relación de amor. Conocer las ovejas quiere decir «las amo» y me comprometo con su cuidado. Es un conocimiento personal, una a una, por el nombre… involucrarme en su situación, «untarme», para «oler a ellas». No podemos ser buenos pastores, si estamos alejados, despreocupados, indiferentes con el rebaño del Señor que está a nuestro cuidado.
Es muy clara entonces, la exhortación de San Pedro: «Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo». ¿Con qué características?
«No por sórdida ganancia, sino con generosidad». «El jornalero cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo las arrebata y las dispersa… Porque trabaja solamente por el sueldo y no tiene interés por las ovejas»
El Papa Francisco sí que nos ha prevenido contra la «sórdida ganancia». Nos ha puesto en guardia sobre el peligro de la codicia: codicia que puede convertirse en avaricia. Es el pastor que no le interesa el rebaño, sino sus propios intereses; «trabaja solamente por el sueldo» y pierde su vocación de servicio y de entrega. El asalariado asume la conducta de funcionario, tentado por el dinero y los compromisos del mundo, todo lo contrario al pastor que se preocupa por el verdadero bien del pueblo de Dios y está dispuesto a sacrificarse con amor para lograrlo.
«Gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana», «no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en el modelo del rebaño».
«En el servicio de nuestra autoridad estamos llamados a ser signo de la presencia y la acción del Señor resucitado y edificar así la comunidad en la caridad fraterna» (Francisco). El sacerdote gobierna al pueblo de Dios en cuanto que está a su servicio para custodiarlo, edificarlo y defenderlo. Un sacerdote no es para sí mismo, sino para el pueblo, para hacerlo crecer. No es para imponerse, mandar y gritar, sino para abajarse a ser servidor. El sacerdote le pertenece a Dios y le pertenece al pueblo, no a sí mismo; debe oler a Dios y oler a pueblo. Su alegría es dar gloria a Dios y servir al pueblo.
El Papa nos invita a estar atentos al pueblo santo de Dios, so pena de «ablandarnos», de distraernos, de volvernos olvidadizos e intolerantes. Nos previene también sobre otro peligro, el de la vanidad, que busca la vanagloria y nos seduce a «hacer carrera», buscando nuestra propia satisfacción.
No cabe, pues, en nuestro ministerio de pastores ningún tipo de arrogancia, de despotismo.
Siguiendo con las lecturas encontramos también la misión del sacerdote: «Te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta el último rincón de la tierra». «Convirtió mi boca en flecha afilada… me transformó en flecha punzante» Nadie está excluido de nuestro afán misionero. «Ser luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta el último rincón de la tierra». Anunciar el evangelio con la fuerza del Espíritu para que muchos encuentren a Cristo, arda en ellos su palabra de vida, encuentren luz para su vida y se conviertan en constructores de un mundo nuevo.
«Estar en Cristo», «ser de Jesús», no nos encierra, sino que nos impulsa a los otros. No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en nuestro grupo. La gente está esperando y necesitando el Evangelio. No es solamente esperar y acoger, sino salir y encontrar. «Salir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, de protección, de ayuda, para llevarles la cálida cercanía del amor de Dios» (Francisco). Muchas veces visitamos las casa de los «nuestros», cuando la conversión pastoral nos impulsa a ir a los que «no son de los nuestros», a los que no frecuentan la parroquia.
Somos «flecha afilada, flecha punzante», enviados a predicar, llenos de la Palabra viva de Dios, no para predicar nuestras propias ideas, sino el Evangelio que confronta, denuncia, ilumina, consuela, atrae, convierte. Evangelio del cual no somos dueños, sino fieles mensajeros.
Finalmente, centremos en Jesús y en el «estar con Él», la clave para la fidelidad y la fecundidad del ministerio sacerdotal. Porque «vivir con Cristo» es lo que marca todo lo que somos y hacemos.
Vivir con Cristo es lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio. Los frutos no dependen de nuestra creatividad pastoral, de los organigramas y planeaciones, sino de nuestro permanecer en Él. Y permanecer en Jesús significa «contemplarlo, adorarlo y abrazarlo» a través de la oración, de la Eucaristía, de la meditación Palabra y en las personas necesitadas.
En la oración el sacerdote encuentra luz y fuerza para la acción. Nada hace tan ineficaz la tarea evangelizadora que un apóstol apagado – desconectado de la fuente, que es Cristo. Y a la vez, la dimensión contemplativa en la vida del sacerdote, lo vacuna contra el riesgo del «activismo», de confiar demasiado en las estructuras y organizaciones. Todo no depende de nuestra capacidad de hacer y de programar. Toda acción apostólica, y más cuando está llena de urgencias y «ajetreos», debe estar precedida por la oración, que la ilumina y le da el tono cristiano necesario, que le quite el protagonismo personal y el sabor de funcionario. Sin Cristo nada podemos hacer, nada debemos emprender.
Johny de Jesús, abraza el sacerdocio que recibes, vívelo con alegría y fidelidad, haz todo en el nombre del Señor, ya que actúas en su Nombre para que «cuando aparezca el supremo Pastor, recibas la corona que no se marchita».
Deja que la figura de María informe toda tu vida de sacerdote, porque ella no tuvo miedo de hacerle caso a Dios y tomó la gran decisión de su vida, de ponerse por entero al servicio del que «hace proezas con su brazo» y hace llegar» su misericordia a todos, de generación en generación».
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Diócesis Sonsón-Rionegro