¿Qué se hace en un Seminario?

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art-seminario1Por Mons. Iván Cadavid O.
Rector Seminario Cristo Sacerdote
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Me encontré hace unos días con un antiguo alumno de la universidad. Conversamos un rato, se enteró de que yo trabajaba en el seminario y me lanzó una pregunta: “¿Qué hacen en un seminario además de rezar?”. Es una percepción que parece común entre la gente. Seguramente para muchos un seminario es un espacio para aprender a rezar. Y esto es verdad, al menos parcialmente. Es lógico pensar que quien va a ser sacerdote aprenda a orar, más que a rezar. Al fin de cuentas la tarea del sacerdote no es la suya propia sino la del Señor que lo elige, lo consagra y lo envía. Por lo tanto, el sacerdote tiene que estar en continua sintonía con su Señor para captar con claridad y oportunidad lo que Él quiera que realice. Recordemos el pasaje de Jeremías: “A donde yo te envíe irás y dirás lo que yo te diga” (1,7).

La formación espiritual, entonces, es una de las cuatro dimensiones de la formación sacerdotal. En ella, los candidatos al sacerdocio se hacen discípulos de Cristo, escuchan sus enseñanzas, profundizan en su Palabra, se fortalecen en las virtudes, hacen la donación de sí mismos y se disponen para estar enteramente al servicio de sus hermanos. Esto es lo que un consagrado está llamado a hacer: anunciar lo que ha vivido en su propia experiencia de Cristo. Jesús se mantenía en estrecha comunicación con el Padre Dios y hacía lo que le mandaba, se sometía enteramente a su voluntad. El sacerdote se ha de esforzar por seguir el mismo camino de Jesús.

Pero hay otras dimensiones en la formación del sacerdote. La humano-comunitaria. El sacerdocio se le da a un hombre cabal, dueño de sí mismo, a quien ha hecho un proceso de maduración de su personalidad que lo capacita para ponerse al frente de una comunidad y ejercer en ella un verdadero liderazgo. Y lo que más debe cultivar quien va a ser pastor de una comunidad es su capacidad para vivir comunitariamente. En el seminario se insiste mucho en salir de sí mismos, en abrirse a los otros, en la capacidad para el diálogo y la comunicación. Esto se hace más difícil ahora que las pantallas tienen cautivos a los jóvenes: la televisión, el computador y el celular, que están produciendo seres autistas, encerrados en sí mismos, incapaces de comunicarse.

Además, la formación intelectual ocupa un amplio espacio en la vida del seminario. Quien crea que en el seminario no hay que estudiar, y duro, está muy equivocado. Los aspirantes al sacerdocio, además de un año introductorio, deberán cursar tres años de filosofía y humanidades en los que además de las disciplinas propiamente filosóficas, deben ver fundamentos de psicología, sociología, espiritualidad, lenguas (latín, griego, inglés), comunicación social, así como otras materias que los van introduciendo paulatinamente a los estudios teológicos que se hacen en cuatro años y constan de varios bloques básicos: Sagrada Escritura, Teología sistemática o dogmática, Teología moral, Derecho canónico y Teología pastoral. El sacerdote deberá salir muy preparado en todas estas áreas para poder orientar una comunidad, atender en confesión y consejería a las personas, diseñar planes de trabajo pastoral, predicar, ser catequista, celebrar los sacramentos, enseñar teología, interactuar con toda clase de personas, dirigir grupos distintos y entrar en diálogo con el hombre contemporáneo.

Y por último la dimensión pastoral. No sólo se les forma teóricamente sobre lo propio del ejercicio del pastoreo, sino que además se les da un entrenamiento paulatino en las distintas áreas de pastoral: catequesis, familiar, social, litúrgica, juvenil, de comunicación social etc. La práctica pastoral la realizan a lo largo del proceso formativo en colegios, escuelas, veredas, parroquias, sectores…, así como durante los períodos de vacaciones en sus respectivas diócesis o en misiones que organiza el seminario. Y hoy se está exigiendo a todos los candidatos al sacerdocio un año completo de formación pastoral en alguna parroquia o institución eclesial para que tenga ocasión de foguearse sobre el terreno, medir sus fuerzas y disposición y hacer un discernimiento más maduro y realista en el medio donde después habría de ejercer su ministerio.

Pienso que si mi interlocutor lee estas líneas se hará una idea más clara de la vida de un seminario. Y creo también que muchas personas se sentirán más llamadas a colaborar en esta difícil tarea de la formación cuando entiendan la pluralidad de temas que hacen parte del proceso formativo de un sacerdote que actualmente se realiza en 9 años (uno introductorio o propedéutico, tres de filosofía o etapa discipular, cuatro de teología o etapa de configuración con Cristo y uno de formación pastoral fuera del seminario). Y pienso, finalmente, que muchos más entenderán por qué hay un grupo grande de sacerdotes dedicados a esta tarea de la formación. En este mes de agosto, cuando celebramos la Semana Vocacional, sintamos la corresponsabilidad de colaborar activamente con el proceso de formación sacerdotal; todos nos podemos convertir en formadores para tener cada día mejores ministros del Señor.

Publicado en el periódico “Vida Diocesana” 169 – Agosto de 2015

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