Homilía ordenación sacerdotal Jorge Guzmán, Sergio Urrego y Fabio Calderón – noviembre 18 – 2017

HOMILIAS

Ordenación sacerdotal

Jorge Armando Guzmán Maestre: “Sí, vosotros sois nuestra gloria y alegría” (1Tes 2,20)

Sergio Urrego Marulanda: “¡Que mi alma viva para alabarte!” (Salmo 119)

Fabio Andrés Calderón Martínez: “Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra” (Col 3,2).

Rionegro, noviembre 18 de 2017

1Sam 3, 1-10     Salmo 23     Juan 21, 15-19

Muy queridos hermanos,

Otro día lleno de bendición y de alegría para la Iglesia diocesana. Otros tres diáconos serán ordenados presbíteros: Jorge Armando, Sergio y Fabio Andrés. Nos unimos a ellos para compartir sus sentimientos elevados y a sus familias que también viven un especial gozo.

Ellos han escogido los textos de la Palabra que acaba de ser proclamada, lecturas que nos dan bellas luces para entender el significado de lo que hoy celebramos.

La lámpara de Dios todavía no se había apagado”: Los tiempos que se vivían en aquella época no eran fáciles para el pueblo de Israel, la misma palabra del Señor “era rara en aquel tiempo”. Lo que importa es que Dios continúa velando; por encima de todo, Dios no abandona a su pueblo y no borra su fidelidad hacia él. Mientras Dios esté presente, habrá una respuesta oportuna y adecuada para alentar la esperanza de su pueblo.

El Papa nos animaba (en la Macarena) a “tener los pies sobre la tierra”, a no temer ninguna situación de ambientes contradictorios, a la crisis cultural, a la historia compleja. La lámpara de Dios no está apagada y “Dios manifiesta su cercanía y su elección donde quiere, en la tierra que quiere, y como esté en ese momento… como Él quiere”.

Ustedes, queridos diáconos, como Samuel en aquel momento, constituyen una respuesta positiva del Señor, para que aporten a la renovación de la Iglesia y sean esperanza para ella.

Y Dios tiene su pedagogía para actuar. Con Samuel sabe respetar su ritmo y su desconocimiento (“Samuel no conocía todavía al Señor”). Lo va llevando poco a poco a comprender quién lo llama y a qué lo llama. La vocación, para todos, es un camino a recorrer, hasta llegar a reconocer con claridad la llamada del Señor… en ese camino han tenido que ver personas, como Elí, que fue capaz de intuir la naturaleza de la experiencia profunda por la que estaba pasando Samuel: “comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven”. Para ustedes, seguro sus padres, algún catequista o profesor, un sacerdote de su parroquia o sus formadores han sido esos instrumentos de Dios para ayudarles a descubrir la autenticidad de su llamado.

Aunque el encuentro con Jesús se decide sólo en el secreto de nuestra libertad, no excluye la intervención mediadora de auténticos testigos, que nos presenten a Jesús como el Señor y nos motiven, nos contagien y favorezcan nuestro encuentro con Él. Hoy es un momento propicio para agradecer a los que los han guiado, los han iluminado, los han formado, los han apoyado en todo su caminar vocacional hasta la ordenación. Piensen, con agradecimiento en ellos, porque han sido, en favor de ustedes, instrumentos del Señor.

Toda vocación se configura en la relación que Dios entabla con sus profetas, que Cristo establece con sus discípulos. Dios siempre es el que toma la iniciativa y llama: “¡Samuel, Samuel!”.

El Señor también ha entablado con ustedes una relación, donde como Maestro llama, y llama por su nombre: Jorge Armando, Fabio Andrés, Sergio…  Cómo suena de dulce y de sonoro nuestro nombre en boca del Maestro. Es un llamado personalizado, que estremece, que retumba muy profundamente y nos señala nuevos e impensados horizontes. Dios nos elige “para sí” por nuestro nombre. El Señor nos “capta” para sí y se hace Señor de nuestras vidas. Ustedes, hoy, sintiéndose interpelados personalmente, le dicen: Señor, (yo) acepto que seas mi Señor y estoy dispuesto a entregártelo todo.

Es un llamado personal, y personal debe ser la respuesta. Nadie puede responder por el otro; Elí no podía responder por Samuel, pero lo induce a abrirse a la iniciativa de Dios y lo remite a la escucha dócil de la Palabra de Dios. Si te llaman, responde: “habla, Señor, que tu siervo escucha”. Ustedes han escuchado al Señor y han entendido lo que les pide, por eso están hoy aquí, para dar públicamente su respuesta personal.

Hoy, en el momento de su ordenación sacerdotal, se concretiza el llamado de Dios, que es avalado por la Iglesia: “Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los presbíteros”. No se equivocan, la llamada del Señor es real, Dios no engaña. Pero también se concretiza su “respuesta”, que primero es escucha atenta, y después absoluta disponibilidad: “Aquí estoy, Señor”, “Habla, Señor”.

 Y mirando esto desde el Evangelio, esa respuesta de ustedes, es la misma respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús: “¿me amas?”

El amor es la clave de la relación con el Señor y la clave de la misión en la Iglesia. El gran examen para ustedes es sobre el amor. ¿Me amas? Sergio, ¿me amas? Jorge Armando, ¿me amas? Fabio Andrés, ¿me amas?

¿Saben cuál es la prueba fundamental para todos aspirante a la vida sacerdotal o a la vida consagrada? Una sola pregunta: ¿Eres capaz de amar?

Así como el amor resumen toda la ley y los profetas, el amor es la síntesis de todas las preguntas previas, indispensables para hacer válida su ordenación. ¿Están dispuestos a desempeñar el ministerio sacerdotal, como buenos colaboradores del Orden episcopal? – ¿a realizar el ministerio de la palabra con dedicación y sabiduría? – ¿a presidir con piedad y fidelidad la celebración de los sagrados misterios de Cristo? – ¿a invocar la misericordia divina en favor del pueblo de Dios? Eso equivale a preguntarles, ¿están dispuestos a hacer todo lo que implica el ejercicio del ministerio sacerdotal con amor, con cariño, con ganas, con sentido, con ardor, con gusto? Solo lo que se ama se hace con gusto.

La ordenación, que nos consagra definitivamente a Dios, también nos consagra totalmente al pueblo de Dios. Y Dios no quiere entregarle su pueblo a cualquiera. Es el pueblo de su propiedad, el pueblo rescatado al precio de la sangre de su Hijo. ¿Cuál es la pregunta a Pedro, antes de hacerlo el primer Papa de la Iglesia? ¿Pedro, me amas? Y, como para que no quede dudas, se lo pregunta por tres veces. Y después de cada respuesta afirmativa, Pedro recibe la orden de cuidar las ovejas, apacentar los corderos. A ustedes, que le responden afirmativamente al Señor, Él les da a través de la Iglesia, un ministerio, y pone en sus manos el cuidado de la comunidad cristiana.

La pregunta no es ¿Cuánto saben? ¿Cuántos títulos tienen? ¿Pertenecen a una buena categoría social? El Señor hoy les está preguntado, si su amor es sincero, si hay una verdadera amistad, si están dispuestos a seguirlo, a hacerlo quedar bien, a hacerlo conocer y a darlo todo por Él. A mí impresiona esa respuesta final de Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Me impresiona porque indica una sinceridad humilde, un reclamo al Señor para que no dude de él… es una respuesta que nace de un corazón que no tiene nada que ocultar. Que así sea su respuesta Fabio Andrés, Sergio y Jorge Armando: franca, honesta y llena de la total disponibilidad que nace del amor. “Si nuestra vocación está injertada en Jesús, no puede haber lugar para el engaño, la doblez, las opciones mezquinas” (El Papa en la Macarena). Ese tipo de respuesta, humilde y veraz, es la que los capacita para ser pastores de la Iglesia, con la total confianza del Único Pastor.

Es que la vida sacerdotal es una realidad más íntima y profunda que una doctrina o unas prácticas rutinarias. Es una relación de amistad con la persona de Jesús, con ese Jesús que desde la cruz manifiesta el amor más grande. “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”. A ese Jesús es al que siguen y al que se configuran son su ordenación sacerdotal. Ese Jesús, probado en el amor, es el que les pregunta: ¿Me aman?

Ese mismo amor a Jesús, y como el de Jesús, es el que quiere el Señor que se concrete en el servicio a los demás. Amar consiste en servir, amar es dar y darse. Si me amas a mí, ama a mi Iglesia, ocúpate de ella; me amas a mí, ama a tu comunidad, apaciéntala, sírvela, cuídala. Ya conocen la clave para el feliz ejercicio de su ministerio: mientras más amen al Señor, más van a amar a los demás. Cuiden, por tanto, como lo primero en su ser sacerdotal, la relación íntima con su amigo Jesús.

La tarea que tienen, para el resto de sus vidas, queda clara a la luz de la Palabra que hemos escuchado. Estén siempre atentos a lo que el Señor quiere decirles en todo momento: Habla Señor, dime lo que quieres de mí y lo que quieres para tu rebaño. Dame la prontitud para responder: “aquí estoy, Señor, porque me llamaste”; y dame el discernimiento para no hacer lo que yo quiero, lo que me convenga, lo que no me incomode.

Pero, sobre todo, Señor, que no deje de amarte; que siempre pueda decirte, sin sombra de dudas: “tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Señor, que siempre permanezca en ti.

María irá siempre indicándoles los pasos, porque ella ya los recorrió: es la Virgen “oyente” que escuchó y tomó en serio la Palabra de Dios en la anunciación y es la Madre del amor hermoso, siempre enamorada de Dios y de la humanidad.

Amén.

+ Fidel León Cadavid Marín
  Obispo Sonsón-Rionegro

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