Reunión general del clero – Eucaristía
Marinilla, Noviembre 8 de 2017
Lucas 14, 25-33
Mis queridos hermanos sacerdotes que conformamos este presbiterio diocesano, en una comunión que se deriva de nuestra ordenación sacerdotal. En este ámbito damos gracias a Dios por los hermanos que cumplen 25 y 50 años de vida sacerdotal, los felicitamos y les agradecemos su servicio a la Iglesia. El Evangelio que acaba de ser proclamado nos habla de algo que nos es propio, el discipulado.
San Lucas se preocupa por presentar a Jesús en su labor de iniciación, instrucción y entrenamiento de sus discípulos. Nos va llevando cada vez más hondo en este camino de configuración con Jesús, sabiendo que “todo el que está bien formado, será como su maestro” (6, 40).
A Jesús lo sigue “mucha gente”. Les habla a todos y nos habla a todos. Pero precisamente por eso, porque no quiere un “bulto” informe, es que expresa su advertencia sobre la exigencia y la renuncia que conllevan el discipulado.
Lucas se interesa por mostrar la acción educativa inherente al proceso de discipulado, presentando a Jesús como un Maestro que enseña con autoridad, paciencia y radicalidad. Seguir a Jesús, para el discípulo, presupone “dejarlo todo”, que, en pocas palabras, quiere decir optar por el Evangelio.
Jesús es directo, y nos asombra, y hasta nos asusta, con sus palabras.
Las exigencias que presenta Jesús al candidato, para transitar por los caminos del Reino, son fuertes, y están expresadas en tres acciones:
- Dejar a sus familiares y aun su propia vida. La unión con Jesús-Maestro constituye la prioridad para el discípulo y exige su disposición para sacrificarlo todo por su causa.
Si el Reino es el absoluto, lo menos que se espera es total disponibilidad y radicalidad para vivir al lado de Jesús y a su estilo. El hacerlo así no demanda renuncias extrañas ni olvido de lazos de sangre o de amistad, sino vivir nuestras relaciones de forma nueva y entrañable, al mejor estilo de Jesús. Cuando se tiene un encuentro vivo con Jesús todo se “replantea”: los grandes amores de la vida (familias y amigos) y hasta la propia vida; y como se verá más adelante, también los propios bienes. La familia no puede ser estorbo o impedimento para el seguimiento total del Evangelio.
Lo que Jesús propone, no es abandonar la familia, sino una inversión en el punto de vista en el modo de relacionarse. Y sale ganando la familia, los cercanos y todos los demás: amarlos a ellos con el amor de Jesús, que es un amor total, purificado, gratuito, como el de la Cruz, donde la entrega es sin límites y es salvador para los que se aman. El discípulo, que toma en serio el seguimiento, redefine sus relaciones colocando en el centro de todo a Jesús. Es capaz de amar a todos con la pasión de Jesús. Las relaciones se “cristifican”: se ama con mayor entrega, fidelidad, responsabilidad a las personas. Las relaciones se sanan y se potencializan, se purifican.
2) “cargar su propia cruz”, asumiendo las muchas dificultades a las cuales se aventura el discípulo cuando decide irse tras los pasos de Jesús (se trata de un caminar). Es seguir a Jesús que va a Jerusalén donde será crucificado. Llevar la cruz significa unirse a los sentimientos del mismo Jesús en la “hora” de su pasión (“tener los mismos sentimientos”).
Asumir la propia cruz no es cuestión de penitencias extemporáneas, sino asumir en su propia condición y con el “haber y deber” propios, seguir al maestro con la cabeza en alto y con los pies bien afirmados en la historia personal que tiene su horizonte esperanzador en el Evangelio de Jesús.
La cruz no es un “añadido” externo, sino la forma de ser discípulo desde la propia vida. Cargar con la cruz no supone un peso adicional a las dificultades de la vida, sino un estilo de vivir lo cotidiano a la luz de las exigencias del Reino, siguiendo las huellas de Jesús.
- “renunciar” a todos sus bienes. Renunciar a los propios recursos materiales, porque es incompatible el seguimiento de Jesús y el dedicarse a los bienes materiales que esclavizan el corazón y lo distancian del Evangelio del Reino. El que da prioridad a las seguridades del mundo, no puede ser discípulo de Jesús.
Una de las cosas que seca y mata la rama (sarmiento) y le impide dar frutos, nos recordaba el Papa en Medellín, es “apegarse a intereses materiales, que llegan incluso a la torpeza del afán de lucro… No se puede servir a Dios y al dinero… Jesús le da categoría de “señor” al dinero: si te agarra, no te suelta, será tu señor desde tu corazón, ¡cuidado! No podemos aprovecharnos de nuestra condición religiosa y de la bondad de nuestro pueblo para ser servidos y obtener beneficios materiales”.
La invitación que Jesús hace a su seguimiento no está llena de propaganda barata para ganar adeptos a toda costa. Invita a seguir un camino y a hacer balance de las fuerzas de las que se dispone. Las condiciones para seguirle son un poco duras. “El llamado de Dios no es una carga pesada que nos roba la alegría. ¿Es pesada? A veces sí, pero no nos roba la alegría A través de este peso también nos da la alegría” (En La Macarena). Jesús es exigente, pero nunca nos faltarán la fuerza prodigiosa de su Espíritu ni el amor personal del Padre. Y, al final, el camino se torna fácil.
El seguimiento de Jesús, precisamente porque exige muchas renuncias, no puede dejarse ni a la inmadurez, ni a la falta de discernimiento o de criterio. Discípulo no es el más atrevido, sino el que sabe renunciar. Ser cristiano no puede ser una cuestión cultural, sino una opción personal, una opción de vida. ¡Es para “machos”! No se es cristiano por inercia, porque nací en un ambiente católico. Es algo que hay que asumir.
Este texto es explícitamente crudo y puede causar cierto rechazo, pero contiene una radical novedad: la propuesta de Jesús está dirigida a todo ser humano susceptible de ser auténtico discípulo desde su condición, credo y cultura. Tal novedad exige: redimensionar los afectos, integrar el dolor y asumir las renuncias inherentes al discipulado. Requiere definitivamente una verdadera conversión.
Ser discípulo de Jesús, exige orientación de la vida hacia las causas de Jesús; discernimiento para decidir y desprendimiento de todo aquello que ate y deshumanice. Ora, fíate de Él, que no hay más yugo llevadero que seguirlo en libertad.
Por exigente: es que Jesús es seguido o rechazado. Lo rechaza el facilista o el autosuficiente o el desorientado; lo sigue el que se deja seducir por algo serio, que vale la pena. Pero lo más triste es “el tibio”, ni frio ni caliente. Seguir a Jesús no es una devoción, sino una opción de vida. ¡Ojalá fuéramos o fríos o calientes! Hay mucha mediocridad en el compromiso discipular.
Seguirlo a Él, como todo proyecto majestuoso, no admite improvisaciones. Es un empeño muy serio que hay que dedicarle todas las energías e ilusiones. Debemos primero sentarnos a calcular los gastos (las condiciones) para ver si podemos tomar la cruz de cada día y llevarla a feliz término sin darnos por vencidos a la mitad de combate. Jesús nos da ejemplo: por su actitud de despojo y abandono en la voluntad misericordiosa del Padre; siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza.
El amor es la exigencia principal. La nueva manera de amar se aprende en una gran identificación con el crucificado. Para amar a los otros, es necesario tener en orden prioridades. Primero, fundirnos internamente con Dios en su amor; segundo amarnos a nosotros mismos a partir de este amor recibido de Dios y desde allí amar al otro. Nadie da de lo que no tiene. Jesús, que es pleno cumplimiento de la voluntad del Padre, es nuestra inspiración: ser absorbidos por Él, nos hará capaces de ser fermento de vida en el medio social en que vivimos (Él nos fundamenta en el amor, en la fuerza del amor). Nadie tendrá que dejar de amar a sus padres, parejas, hijos o hermanos, los pondrá en el lugar que les toca estar, y por eso los amará con el amor de Dios; pero nos agranda la familia y nos da muchísimos hermanos y hermanas más en cada una de nuestras comunidades de trabajo… Ellos, y entre ellos los más arrinconados y desprotegidos, son los destinatarios de quienes se dejaron conquistar por el Amor de Dios.
Desde Dios, todo se hace posible en el amor. Por eso tenemos que hacer bien las cuentas para poder llegar hasta Jesús: cuánta energía, cuánto tiempo, cuánta disponibilidad, cuantas ganas, cuanto desprendimiento… ¿Hasta dónde somos capaces de amar? Para amar al prójimo es necesario ocupar toda el alma, la inteligencia y las fuerzas en cultivar con prioridad la relación con Dios y, desde allí se va a derivar toda la vida que merecemos y buscamos y, todo el amor que seamos capaces de compartir con los hermanos.
“Que la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo” (Rom 13, 8). Nos decía la primera lectura.
La radicalidad del seguimiento tiene consecuencias en la totalidad de nuestra vida (incluso con lo que se refiere a los bienes materiales). De resto nuestra fe y nuestro ministerio son realidades vacías.
Basta mirar a María, la persona a la que Dios trastocó sus planes y le dio una maternidad universal; ella no se quedó pequeña en su respuesta total al Señor y asumió las consecuencias de discípula hasta llegar al pie de la Cruz.
Así sea.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo diócesis Sonsón-Rionegro