La Ceja, febrero 21 de 2019
Seminario Cristo Sacerdote 60 años
Textos de la fiesta de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote
Muy queridos hermanos y hermanas, reunidos en esta ocasión para agradecer la existencia de este Seminario Nacional de Cristo Sacerdote, que llega lleno de vitalidad y de frutos a sus 60 años de vida.
“La historia del Seminario la conocen muy bien los que la han hecho y vivido. Pueden escribirla muy bien si lo desean. Ojalá alguien lo haga para gloria del Sacerdocio de Cristo que ha querido fijar aquí su tienda en medio de nosotros” (Mons. Alfonso Uribe).
Seguimos escribiendo la historia de nuestro Seminario. Todos los que la han hecho y vivido: la mayoría de los que estamos aquí presentes hacen parte de ella. Y lo hacemos, para ser fieles al alma sacerdotal de quien fuera el nervio, el inspirador, el impulsor, el primer rector, el defensor, Mons. Alfonso Uribe Jaramillo: para gloria del Sacerdocio de Cristo.
No entenderíamos la existencia de este seminario sin la inquietud profunda de Mons. Alfonso Uribe Jaramillo por el sacerdocio de Cristo, que asumió como lema episcopal “En alabanza del sacerdocio de Cristo”. En todo buscaba su glorificación; esto explica su preocupación y amor por el fomento y formación de las vocaciones sacerdotales (que catalogaba como tarea prioritaria) y su preocupación por la vida sana y santa de los sacerdotes.
Estando en Canadá, le sembraron la inquietud de la necesidad de un Seminario para vocaciones adultas en Colombia. El amor al sacerdocio y su espíritu inquieto, buscó responder a necesidades concretas: ¿qué hacer con una vocación adulta? ¿Qué hacer con las vocaciones campesinas? Siendo Vicario General de la Diócesis de Sonsón, le expuso la inquietud al Obispo Alberto Uribe Urdaneta. Éste, a su vez, la presentó a la Conferencia Episcopal en 1958. Y firmó el decreto de creación del Seminario Cristo sacerdote el 8 de febrero de 1959, para dar oportunidad de formación a “vocaciones tardías” (como se decía) y colaborar con la formación de sacerdotes para las diócesis más necesitadas de presbíteros. Nadie mejor que Mons. Alfonso para ser nombrado como primer rector.
Como fue costumbre en todas sus obras, Mons. Uribe nunca “tenía nada”, pero todo lo podía hacer. La Providencia actúa cuando se tiene confianza en ella. Sin duda, este Seminario es obra de Dios a través de su buen intérprete, Mons. Alfonso.
El nombre del Seminario, “Cristo Sacerdote, no podía ser una sorpresa: correspondía, por una parte, a la gran pasión de Mons. Alfonso por la doctrina y el Misterio del Sacerdocio Único y Eterno de Cristo, que estudió y profundizó con ávido interés y en el que centró su vida sacerdotal y episcopal.
Pero, por otra, era el nombre más indicado para una casa de formación de futuros sacerdotes. El nombre “Cristo Sacerdote” y su lema: “En alabanza del sacerdocio de Cristo” se constituyen en el mejor programa que ilumina la vida sacerdotal, su espiritualidad, su renovación y su misión.
Son datos conocidos que, en cuestión de días se consiguió el terreno donde comenzó y continúa funcionando el Seminario. Que el 15 de febrero de 1959 se dio inicio a esta casa de formación, que contó en el primer año con 14 estudiantes de 5 diócesis.
Fue aprobado en agosto de 1963, por la Conferencia Episcopal, como único Seminario Nacional para las vocaciones de adultos. Y en octubre de 1964 este mismo reconocimiento lo dio la Santa Sede a través de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades. El crecimiento de alumnos obligó a agilizar la construcción de su planta física.
Reconocimiento especial merecen las hermanas de Cristo Sacerdote, que han estado presentes desde la fundación, siendo “las mejores colaboradoras y sostén espiritual y material de la Obra”. Y a las Hermanas Siervas de la Iglesia, también vinculadas estrechamente a la vida de nuestro Seminario.
No han faltado, desde sus inicios, para manifestar la acción de la Providencia, numerosos y generosos benefactores, de aquí y del exterior, de antes y de hoy. En este día elevamos una vez más nuestro agradecimiento a ellos y nuestra oración. Dios conoce cuán meritoria y esencial es la acción en favor de las vocaciones y de la formación de los sacerdotes.
Y fue al mismo Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, el alma de esta obra, ya como Obispo, a quien le correspondió la ordenación (en 1963) de los primeros 6 sacerdotes egresados de este Seminario. Tenemos la dicha de contar todavía con uno de ellos: Mons. Javier Muñoz Mora. Fue seminarista del primer año, del grupo de los primeros ordenados, rector y formador durante prácticamente toda la vida del seminario.
Ninguna obra donde trabajamos los humanos está exenta de dificultades y vaivenes. Pero Dios ha mantenido su obra en todos los momentos y ha actuado a través de los diferentes actores: Obispos diocesanos, rectores y sacerdotes formadores, profesores, estudiantes, familiares, benefactores, asociaciones vocacionales… Lo expresó Mons. Uribe: El Seminario ha permanecido porque “era obra del Amor Sacerdotal de Jesús”.
Seguimos confiando en ese Amor del Señor para continuar nuestro camino.
El compromiso de los que podemos hoy agradecer y celebrar una historia recorrida y somos su presente, es dar lo mejor de nosotros, no sólo como Seminario, sino como Iglesia Diocesana, para que esta indispensable institución prosiga su servicio eclesial con la inspiración de sus inicios, el fortalecimiento a través de los años, y la respuesta pertinente a las situaciones cambiantes de cada momento de la historia.
Cuidar nuestro Seminario:
Mantener la especial preocupación de la Iglesia por las vocaciones al ministerio ordenado: “constitutivo de su identidad y necesario para la vida cristiana”. De ahí la importancia de los seminarios (“viveros del mañana” -Papa Francisco-), lugares donde se presta atención específica por la formación y acompañamiento a los candidatos al presbiterado para que profundicen y disciernan su propia elección vocacional y maduren en el seguimiento (Cf. Documento final Sínodo de Obispos Nros 20 y 89).
Procurar mantener un excelente equipo de formadores, que sean “hombres de Dios, educadores capaces y maduros que, con la ayuda de las mejores ciencias humanas, garanticen la formación de perfiles humanos sanos, abiertos, auténticos y sinceros” (Papa Francisco, sep. 8-18).
El pasado Sínodo de los Obispos se interesó por el discernimiento vocacional de los jóvenes.
Destacando en este proceso: la escucha y el reconocimiento de la iniciativa divina (la vocación encuentra su origen último en Dios), una experiencia personal, una comprensión progresiva (por eso las diferentes etapas de formación), un acompañamiento paciente y respetuoso con el misterio que acontece, una vivencia comunitaria y una destinación para el pueblo de Dios.
La vocación es una propuesta de amor y no una carga que soportar. Ante la elección divina (don de gracia y alianza) se pone en juego la libertad humana, como la opción más preciosa y hermosa (un sí total y definitivo) (Cf. Sínodo Nro 78), ante la figura de Jesús: “Su vida les parece buena y bella, porque es pobre y sencilla, hecha de amistades sinceras y profundas, gastada por los hermanos con generosidad, nunca cerrada para nadie, sino siempre dispuesta al don. La vida de Jesús sigue siendo profundamente atractiva e inspiradora hoy; es para todos los jóvenes una provocación que interpela” (Sínodo, Nro 81).
Pastoral vocacional:
Las vocaciones y los Seminarios requieren de una perseverante pastoral vocacional “que sepa hacer sentir la fascinación de la persona de Jesús y de su llamado a convertirse en pastores de su rebaño” (Sínodo, Nro 89). Y es tarea de toda la Diócesis.
El Papa Benedicto nos daba una clave para una pastoral vocacional: “Cada sacerdote debería hacer lo posible por vivir su propio sacerdocio de tal manera que resultase convincente”. Sacerdote convincente en el que arda el fuego del amor de Cristo.
La verdadera pastoral vocacional la origina un sacerdote alegre y entregado, sencillo, fiel y disponible que ora y se preocupa por sus fieles. Sacerdotes que testifiquen que consagrarse al Señor es una gran opción de vida.
Pero son indispensables también, las comunidades cristianas: Los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, en los que aparezca la belleza de la fe. “Si es verdad que la vida se despierta sólo a través de la vida, queda claro que los jóvenes necesitan encontrar comunidades cristianas verdaderamente arraigadas en la amistad con Cristo…” (Sínodo, Nro 62).
Y la familia juega también un papel preponderante. El ideal, como nos lo dijo el Papa en Medellín, es que muchos escuchen el llamado “en medio de familias sostenidas por un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia”. No escatimar ningún esfuerzo en el anuncio del Evangelio de la familia, en su protección y promoción. Las familias son la base natural de la pastoral vocacional. Pero, aunque las condiciones óptimas no se den, el Papa nos recordaba que Dios, de todas maneras, sigue llamando “donde quiere, en la tierra que quiere… Como Él quiere”.
Aprovecho para resaltar y agradecer la labor de las “asociaciones vocacionales” que trabajan en varias parroquias apoyando en todo sentido la formación de seminaristas.
“Para alabanza del sacerdocio de Cristo”:
Para hacer honor al nombre y lema del Seminario, y para exaltar la memoria de su fundador, nuestro compromiso hoy, al celebrar este nuevo aniversario del Seminario Nacional Cristo Sacerdote, es seguir escribiendo la historia privilegiando el objetivo fundamental de dar gloria al sacerdocio de Cristo.
Entendamos esto a través del contraste. “Tengo que confesar (escribía Mons. Alfonso en 1958) con gran dolor que ese sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo que es la fuente de todos nuestros bienes sobrenaturales no es debidamente glorificado”. Me hizo recordar esa urgencia evangelizadora de San Fran cisco de Asís, que le causaba una desazón interior: “El Amor no es amado”. Ese “dolor”, expresa un gran deseo, como lo expresa en el texto de su tumba, que se descubran las riquezas infinitas del Sacerdocio de Jesús.
El Padre, que glorifica al Hijo (“Padre ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo”), a través del Espíritu, quiere que su Hijo sea glorificado. Al dedicar nuestra vida a la glorificación de Cristo Sacerdote estamos cumpliendo un designio del Padre y estamos realizando una misión que le agrada especialmente.
¿Cómo? Mons. Alfonso insiste en que esta glorificación del Sacerdocio de Nuestro Señor se da, entre otras cosas, por el conocimiento cada vez más profundo de este misterio sacerdotal. ¿Esa no es, en esencia, la labor del Seminario? Conocer a Jesús, con cuyo sacerdocio nos queremos configurar; admirarnos de cómo ejerció este sacerdocio; dejarnos atraer por su obediencia, por su pasión, por su amor “hasta el extremo”… y amarlo. Sólo se puede amar lo que se conoce. Por favor, no es un conocimiento intelectual… es un conocimiento experiencial que nos lleva a participar de sus sentimiento y disposiciones sacerdotales (“tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”).
“Desde los comienzos, a quienes les toca acompañar los procesos vocacionales, tendrán que motivar la recta intención, es decir, el deseo auténtico de configurarse con Jesús, el pastor, el amigo, el esposo” (Francisco en Medellín).
El objetivo de la formación es llevar a cada candidato a ponerse delante de Cristo. Ese Sumo Sacerdote del cual nos habla hoy la liturgia.
Cristo da a su Padre una gloria infinita con su Sacerdocio, y en especial con su sacrificio (con el que redimió a la humanidad y reparó la gloria divina).
La carta a los Hebreos subraya la diferencia del sacerdocio de Cristo con el de los sacerdotes de la antigua alianza. Ellos ofrecían repetidamente sacrificios de víctimas por ellos y por los demás. Cristo se ofrece a sí mismo a Dios “como víctima sin defecto” (como hostia inmaculada). Él ofrece un sacrificio, que es su propio ser. Ese es el sacerdote por excelencia de la Nueva Alianza.
Y todo esto queda expresado en la institución de la Eucaristía, donde el Señor hace aflorar sus sentimientos sacerdotales más profundos en “su cuerpo entregado” y en “su sangre derramada”. Es Él mismo, que se nos entrega: “por ustedes”; muere por los que ama, con el amor más grande. Su sacerdocio es consumación de una entrega.
Otro camino de glorificación del Sacerdocio de Cristo que nos señala Mons. Alfonso es: “Inmolándonos con Cristo, que se entregó a la muerte por nosotros”.
Cuando celebramos la Eucaristía debemos asumir como nuestra la actitud de entrega de sí mismo en la cruz que Jesús vivió sacramentalmente en la Última Cena con sus discípulos.
El Orden nos identifica con Cristo, sobre todo en el dar la vida. Servirse a sí mismo, es traicionar la grandeza de la vida entregada de Jesús, la grandeza del Sacerdocio de Cristo (muy triste ser sacerdotes carreristas y funcionarios). Nuestra vida es sacerdotal si, como Cristo, la comprendemos desde el servicio y la misericordia.
Otro camino de glorificación de ese Sacerdocio, nos señala Mons. Alfonso: “La santificación para hacer fecundo ese divino sacerdocio”. La santidad en el ejercicio del ministerio, es nuestra mejor respuesta al pecado dentro de la Iglesia, que hoy nos avergüenza y pone cuestiona nuestra credibilidad.
“Las responsabilidades asumidas por la ordenación no son de poca monta. Acceder a las sagradas órdenes no se ha de hacer si no buscando decididamente la santidad” (San Gregorio Magno). Busquemos ser sacerdotes del Señor con el santo temor del que conoce la grandeza del don y la pequeñez del que lo recibe.
Al agradecer el número alto de sacerdotes egresados (las estadísticas nos hablan de 1229), pensemos en poner nuestro interés no en el número sino en la idoneidad de los que aquí se forman. Sabemos del inmenso bien, que enaltece el sacerdocio de Cristo, que hace un buen sacerdote.
Yo añadiría otra manera de glorificar el sacerdocio de Cristo, también en consonancia con la identidad de nuestro seminario y el pensamiento de Mons. Alfonso: La disponibilidad misionera. En el decreto de erección aparece como motivación, formar sacerdotes para servir a otras Iglesias necesitadas. Esta disposición misionera ha sido parte de nuestra identidad diocesana. Me uno al “dolor” manifestado por Mons. Alfonso porque el Sacerdocio de Cristo no es glorificado por la pereza misionera, por la falta de disponibilidad de salir con alegría a subsanar la necesaria presencia del sacerdote donde se carece de ella.
Dios ha querido perpetuar en la Iglesia ese único sacerdocio, verdadero y eficaz de su Hijo Jesucristo. Y eso se realiza en nosotros, los que nos hemos sentido llamados a ese don inmenso, siempre inmerecido. Sintámonos privilegiados y hagámonos dignos de participar del Sacerdocio de Cristo, de ser sus representantes y de ser su presencia viva y transparente en el hoy de la Iglesia.
Agradezcamos la protección que ha ejercicio nuestra patrona diocesana y del Seminario, Nuestra Señora del Rosario de Arma y tengámosla como la que nos inspira la mejor respuesta, pura y total, al Señor que con predilección nos llama a participar de su eterno Sacerdocio.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro