Pentecostés Diocesano
Rionegro, lunes 3 de junio de 2019
Hechos 2, 1-11 | 1Cor 12, 3b-7. 12-13 | Juan 20, 19-23
Mis queridos hermanos y hermanas, reunidos hoy como comunidad diocesana en oración a la espera del regalo del Padre.
¿Qué es Pentecostés?
En un ambiente de despedida, Jesús ora al Padre para que envíe a los discípulos un Defensor: el Espíritu de la verdad, el gran Consolador de los discípulos cuando Jesús no esté ya presente.
Pentecostés es el don del Espíritu Santo, como cumplimiento de esa promesa. Es otra manifestación fehaciente del amor incondicional del Padre a sus hijos.
El inicio de la tarea de la Iglesia:
La ausencia física de Jesús inaugura una nueva presencia, una presencia de la fe. Jesús se va, pero no se va, porque es “nuestro”. Simplemente estará presente de otra manera. En la fe y por la fe seguimos a Jesús, encontrándolo en la Palabra, en los sacramentos, en el hermano, en el pobre, en el trabajo silencioso, responsable y dedicado de cada día.
Ya Jesús ha hecho su obra: ha pagado el precio que tenía que pagar por el pecado del mundo. Continuar esa obra nos corresponde a nosotros. Se inicia, pues, la tarea de la Iglesia. Un nuevo comienzo en nuestro caminar cristiano, no huérfanos de Jesús, de ahora en adelante el Espíritu del Señor, fruto de la Pascua, acompañará y asistirá a sus discípulos. Con la seguridad que su presencia al inicio de la Iglesia, la acompañará en todos los tiempos.
Por lo tanto, todo lo que se produzca en este tiempo de la Iglesia brotará del Espíritu. Superar errores, convertirnos, renovarnos; crecer y profundizar en la fe; la vivencia comunitaria, la acción misionera y caritativa; el aumento de vocaciones, ministerios y servicios; la aparición de nuevas formas de encarnar el mensaje cristiano; los brotes de compasión, bondad y misericordia… Y todo lo que se haga en el Espíritu será una confirmación del mensaje del Maestro.
El Espíritu de la novedad y la santidad:
En la respuesta al Salmo 103, pedimos que Dios nos envíe su Espíritu, cuya función es crear algo nuevo en nosotros y llenarnos de vida: “Envía, Señor, tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”. Y tomamos conciencia que solo Dios puede sostener lo que Él mismo ha creado: “Si retiras tu aliento, toda creatura muere y vuelve al polvo, pero envías tu Espíritu que da vida y renueva el aspecto de la tierra”.
“Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu”, renovados por el Espíritu de Jesús Resucitado que habita en nosotros. Por lo tanto, cada uno de nosotros, bautizados y miembros de una comunidad eclesial, somos capaces de ser nuevos.
Se cumple la Nueva Alianza, ya profetizada: “Les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes” (Ez. 36, 26-27).
El Maestro de la verdad nos instruirá en lo íntimo del corazón, para que podamos interiorizar los secretos de la verdad de Cristo. Y el Santo Espíritu habite en nosotros, y nosotros en Él. Derrame en nosotros la abundancia de sus dones y haga crecer sus frutos, para que podamos vivir una auténtica “vida en el Espíritu”, una vida de santidad.
El Espíritu “nos recordará todo”, “nos lo enseñará todo”:
Jesús quiere asegurar que no se pierda su mensaje. Que no se olvide la Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo en su corazón el recuerdo del proyecto humanizador del Padre, que es el Reino de Dios predicado por Jesús.
El Espíritu Santo viene con su luz para garantizar la continuidad de la obra de Jesús, que es la obra del amor y de la vida. Viene para defendernos del riesgo de desviarnos del camino de Jesús, a ayudarnos a permanecer con amor y fidelidad en el camino del Crucificado-Resucitado.
¿Qué estamos haciendo hoy del Evangelio de Jesús? ¿Lo hemos olvidado, o lo hemos perdido, o tergiversado, o rebajado, o acomodado? ¡Ay de la Iglesia que se suelte de la acción del Espíritu Santo!
El Espíritu, que es Maestro interior viene a “recordarnos” todo lo que Jesús ha hecho, y a guiarnos a la comprensión profunda de su enseñanza. Nos ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia y nos guiará a la plenitud de la Verdad (ser uno con el Padre y con el Hijo en el amor).
No todas las cosas las podemos comprender de golpe. El Señor mismo dijo a sus discípulos que hay cosas que todavía no podían con ellas. Necesitamos permanecer en la “escuela del Espíritu”, que nos va guiando progresivamente a la comprensión de lo esencial. Todos los días tenemos que crecer en el conocimiento y la relación con el Señor; todos los días tenemos que pedir la orientación del Espíritu Santo; todos los días tenemos que escuchar la Palabra de Dios y escrutarla. Todos los días podemos perfeccionar nuestro compromiso con el Evangelio. Tenemos la tarea inmensa de progresar espiritualmente, de no quedarnos en las bases elementales que hemos recibido hasta el momento.
No se trata de un discurso teórico, sino de la revelación más práctica y real de lo que será la vida para toda persona y comunidad cristiana. Podemos contemplar en nuestra vida que es posible pensar, vivir y actuar como Jesús (acciones que liberan y generan vida abundante), porque Él nos ha dado su mismo Espíritu.
Como Diócesis, somos una comunidad que progresivamente va comprendiendo el acontecimiento de la Pascua y la misión que el resucitado nos confiere. Por eso mismo, como lo pretendemos con nuestro Plan Pastoral, somos una comunidad en camino permanente de renovación en la fe. Porque hay una relación inseparable entre la acción del Espíritu que nos abre a una comprensión más profunda del misterio de Cristo y la renovación de nuestra vivencia de la fe y de nuestro compromiso evangelizador. Como la primera comunidad, nosotros también podemos ir pasando del miedo a la alegría, del oír al experimentar, del ver al creer, del creer al testimoniar, del encerramiento a la apertura.
El Espíritu nos reúne en la unidad:
La irrupción del Espíritu Santo suscita armonía y unidad entre los creyentes. La dispersión y división que se había dado en Babel en los orígenes de la humanidad, queda saldada por la unidad y armonía que el Espíritu realiza en Jerusalén.
Pentecostés es la fiesta de la victoria del amor y de la solidaridad fraternal, sobre los muros de la incomunicación y del egoísmo.
La fe se vive en comunión con los otros. La renovación que actúa el Espíritu me involucra en una relación de armonía y unidad con quienes me rodean. Podemos entendernos, podemos saber quién es el otro, podemos ser iguales. La unidad depende del Espíritu. ¡Con el Espíritu somos capaces de construir la unidad! Cuando dentro de la comunidad hay uno que domina, cuando hay una opinión que discrimina, cuando hay división por exclusión, no hay Espíritu.
Hay diversidad de carismas, donados por un mismo Dios, con una triple reiteración de diversidad: carismas -dones, habilidades-, ministerios -servicios, responsabilidades-, actuaciones -acciones concretas-. Todos y absolutamente todo, proceden de una misma fuente y savia, que también es pluriforme: el Espíritu de Dios. La diversidad no sólo no es obstáculo para la unidad, sino más bien un factor necesario y constructivo. Unidad no es igual a uniformidad. El Espíritu reúne a todos los miembros diferentes (judíos y griegos, libres y esclavos, hombres y mujeres…) en un mismo Cuerpo, el de Cristo, la comunidad de los creyentes en Jesús.
La diferencia entre los carismas, ministerios o actuaciones no pueden dividirnos, no nos hacen colocar a unos en el pódium, en el pedestal y a otros en el suelo, en el hueco. La unidad eclesial viene del mismo Dios trinitario.
“A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común”: es el eco del Espíritu en cada uno para enriquecer a la comunidad. Por eso todos somos necesarios y es imposible prescindir de ningún miembro.
La finalidad pastoral de los dones del Espíritu no son para provecho propio, sino para la edificación y sostenimiento de la comunidad creyente. Por eso no puede haber miedos, celos, envidias, competencia dentro de la diversidad que enriquece el Cuerpo de la Iglesia.
Nos hace testigos para la misión:
Pentecostés es la manifestación de Dios, así lo indican los signos del viento fuerte y del fuego. Es una acción potente que moviliza, que instaura una nueva etapa de la historia salvífica.
Lo que hace Pentecostés es crear “una Iglesia en salida”. El grupo de discípulos no se quedó encerrado como grupo minúsculo de creyentes. El Espíritu los sacó a hablar de Jesús a todos los que estaban en Jerusalén y desde allí a todo el mundo.
Y debe salir porque es enviada. Jesús los envía a la misión en una cascada misionera que va del Padre a los discípulos: “Como el Padre me ha enviado a mí, así yo los envío a ustedes”. Su tarea es la misma de Jesús: anunciar con gestos y palabras el proyecto del Reino.
En Pentecostés nos sentimos ungidos y urgidos por el Espíritu para salir de nuestras zonas de confort y llevar a todos, de palabra y de obra, el mensaje programático de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Y me ha enviado a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a consolar a los oprimidos”.
Es el mismo Espíritu de Jesús, el que nos impulsará en la misma dirección de Jesús.
La misión solo será posible por la acción del Espíritu Santo en medio de la comunidad, quien nos educa en el estilo de la vida de Jesús para cumplir la misión de renovar la humanidad mediante la experiencia del reconocimiento mutuo, el perdón que sana, de la reconciliación que reconstruye relaciones y crea la armonía, la unidad y la paz entre los hombres y mujeres de diversas lenguas, culturas, nacionalidades.
¿Qué espíritu reina entre nosotros? ¿Qué espíritu nos está guiando? Porque hay desidia, desgano misionero, funcionalismo y arribismo, antipatías y divisiones.
Solo el que esté iluminado y guiado por el Espíritu Santo podrá ser “expresión e instrumento del amor que viene de Dios” (D.C.E., 33).
Abrámonos a la acción del Espíritu Santo, que nos ayuda a vencer nuestros miedos y fragilidades, nos fortalece en las pruebas y nos da valentía evangelizadora. Por el “soplo” del Resucitado recibamos la fuerza de su Espíritu “dador de vida” para ser hombres y mujeres nuevos, llenos de vida y apasionados por la misión.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro