Homilía en la Ordenación de Cristian Andrés Flórez Suárez – Octubre 10 de 2020

HOMILIAS

Ordenación Cristian Andrés Flórez Suárez

Sonsón, octubre 10 de 2020

Is. 61, 1-3ª    Salmo 115 Cómo pagaré al Señor

Hechos 20, 17-18ª.28-32.36          Juan 17, 6.14-19

 

Damos gracias a Dios en este día por el inconmensurable regalo del sacerdocio, en la persona de Cristian Andréz Flórez Suárez, hijo de Sonsón. Nos congratulamos como Iglesia Diocesana en comunión con su familia, con nuestros seminarios de Marinilla y La Ceja y con esta comunidad sonsoneña cuya fe brilla en un gran número de sacerdotes nativos.

Escribía San Agustín: “Dios quiera que no falten buenos pastores… Ojalá no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos”. El Señor hoy nos concede contar con un nuevo consagrado.  Y nos presenta una gran verdad de la pastoral vocacional: “Ciertamente que si existen buenas ovejas habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas salen los buenos pastores” (San Agustín).

Sigan cultivando su fe, querida comunidad creyente de Sonsón, y transmitiéndola como uno de sus más grandes tesoros a las nuevas generaciones, para que haya muchas buenas ovejas de donde sigan saliendo más buenos pastores.

Llamado y consagración:

El Papa Francisco, en el Mensaje de Misiones de este año nos afirma que la llamada “viene del corazón de Dios”, es Él quien con el mismo don de la vida nos introduce en la dinámica de la “entrega de sí mismo”, “que madurará en los bautizados como respuesta de amor… en el ministerio sacerdotal”. Con el don de la vida y el bautismo, Cristian Andrés, ha madurado en ti la vocación sacerdotal… y así tu vida, nacida del amor de Dios, ha crecido en el amor y, con tu ordenación no puede más que tender hacia el amor.

Según el Evangelio, tú eras del Padre (como todos somos de Dios) y hoy, dice Jesús al Padre, “Tú me lo diste”. “Tu vocación viene del corazón de Dios”, para que Jesús, engendrándote en la Palabra de Dios (que la anunció a sus discípulos), “te consagre en la verdad”.

Estas cosas de Dios, son de Dios, y no dependen de nosotros. Espero, Cristián, que esto lo tengas claro: tu vocación es cosa de Dios. La Madre Laura sí tenía claro que “El entendimiento no llega a ciertas cosas y el corazón avanza mucho”. Sólo con el corazón podrás, más que “entender”, “gustar”, que tu vocación “viene del corazón de Dios”.

Jesús mismo, como Enviado del Padre, no se entendió sino como obra de Dios. Por eso encontró su identidad en las palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. Toda la vida y el ministerio de Jesús estuvo guiada, impulsada y orientada por el Espíritu, fuerza y amor de Dios.

También el sacerdote es ungido por el Espíritu, para ser consagrado. Eso es lo esencial del rito de Ordenación, que tiene una especial solemnidad: la oración de consagración e imposición de manos del Obispo.

Vas a ser ungido por el Espíritu de Dios e impregnado enteramente por su amor. Ese Espíritu, acción pura de Dios, es el que te va a transformar en otro Cristo. De la fidelidad a la acción del Espíritu va a depender tu accionar completamente nuevo y santificante. Y es el Espíritu el que va a aclarar si actúas según el Espíritu de Dios, o actúas según tu espíritu humano, tus gustos, tus pensamientos. Está descontado que Dios se da cuenta si actúas o no según Él, pero es algo que también nota con facilidad el sentido de fe del pueblo de Dios. Y el pueblo santo de Dios solo quiere y necesita sacerdotes santos, llenos del Buen Espíritu de Dios.

Pero la unción no viene sola. ”El Espíritu me ha ungido… y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados… para proclamar el año de gracia del Señor… para consolar a los afligidos”.

Si el Señor te llama y te consagra, es para enviarte a la misión. “Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Eres enviado para prolongar en el tiempo la mismísima misión y bajo el mismo Espíritu, del Ungido por Dios.

Los destinatarios están precisados: todos los que están necesitados de salvación, pobres, prisioneros, ciegos, oprimidos, los que tienen los corazones desgarrados… donde hay ausencia de amor, ausencia de sentido de vida… “donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente, por no saber de ti”. Y los límites de esa misión también están precisados: no tiene límites.

El Papa sintetiza muy bien todo esto: “La Iglesia… continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo” (Francisco).

Cristian Andrés, vas a ser Ordenado Sacerdote, es decir, dotado con la fuerza de Dios, para que seas mensajero de cosas buenas. Jesucristo ha inaugurado un “año de gracia”, el inicio de algo nuevo que solo Dios puede crear. Ten la convicción de llevar donde estés al Señor, para que se dé allí la novedad de Dios. Tú actualizas la Palabra salvadora, que llevas contigo, salvación que resuena donde la Palabra es predicada, acogida y cumplida.

Si no es para comunicar algo importante, llevar un alegre anuncio… si no es para cosas buenas, no vale la pena ser sacerdote. Y si es para hacerlo a regañadientes y sin alegría… tampoco.

La advertencia de la segunda lectura debe resonar personalizada para ti Cristian: “Ten cuidado de ti y del rebaño que el Espíritu Santo te ha encargado guardar, como pastor de la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su propia sangre”. A mí me estremece siempre la responsabilidad de cuidar el rebaño que le pertenece a Dios y que ha sido adquirido nada menos que por la sangre del Señor. Algo tan valioso y tan delicado pone el Señor en nuestro corazón de pastores.

Volvamos a la fidelidad necesaria al Espíritu: Solamente ungidos por el Espíritu podemos abrirnos en medio del mundo con sus necesidades, sus indiferencias, sus adversidades y sus contradicciones. “En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te atrae” (Francisco). El Espíritu es el motor de la Evangelización, el que le pone marca divina y salvadora a cada palabra y acción del sacerdote.

Y la gracia sanadora del Evangelio, actuada por sacerdotes celosos y misioneros ardorosos se confirmará: si hay comunión y fraternidad, si hay liberación de cadenas que nos atan, curación de nuestras cegueras, consuelo para el triste y perdón de los pecados, si se abren esperanzas para los pobres, cuando se trabaja por un mundo mejor.

Y aunque a veces las cosas no sean tan notorias, Cristian, no dejes de hacer el bien, porque nunca se pierde el bien que se hace. Jesús que pasó haciendo el bien hizo de su vida un acto constante de amor, una vida bella. Con tu amor sacerdotal, de gratuita donación y sacrificio, llena de belleza y de verdad este mundo que siempre está necesitando de Dios.

El Papa nos recuerda que “a un buen sacerdote se lo reconoce… cuando a la gente de su pueblo se le nota que anda ungida con óleo de alegría: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción… y cuando la predicación llega hasta la vida cotidiana y baja hasta los bordes de la realidad para iluminarla. Nos agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas». (Homilía del Papa Francisco, 28 de marzo de 2013). Cristian, la unción que recibes hoy sea una bendición permanente para muchísima gente a lo largo de tu ministerio, para los cuales puedas ejercer como un verdadero “padre”.

En el día de tu ordenación sacerdotal, hacemos nuestra la oración de Jesús al Padre: “no te ruego que lo retires del mundo, sino que lo guardes del mal”. Y también le pedimos a Dios que te “consagre en la verdad”, que te santifique para que permanezcas en el ámbito de consagrado, perteneciente a Dios y no te acomodes a la índole del mundo.

María, sea tu amiga de camino y tu Madre protectora.

Amén.

 

+Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón Rionegro

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