La Ceja, julio 15 de 2013
EN LOS 20 AÑOS DE LA PASCUA DE MONSEÑOR ALFONSO URIBE J.
Nos reunimos, queridos hermanos y hermanas, como cada año en esta Basílica, lugar de encuentro del pueblo de Dios con su Señor y donde también reposan los restos de Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, de quien estamos celebrando sus 20 años de su paso a la casa del Padre.
Como en toda celebración litúrgica, hacemos memoria de las acciones salvíficas de Dios a lo largo de la historia. Como Pueblo de Dios recordamos y reactualizamos todo aquello que comenzó en el corazón de Dios y se ha encarnado y se ha manifestado en nuestro mundo, en el cual experimentamos su Amor Creador y Redentor. Una historia que Dios ha hecho siempre contando con los hombres (patriarcas, profetas, jueces, reyes… Apóstoles, Doctores, Mártires, Pastores…) pero que tiene su punto culminante en la persona de Nuestro Señor Jesucristo.
La Palabra de Dios hoy nos permite remontarnos a los comienzos de la Historia de ese Pueblo, del cual nosotros somos sus herederos. En el Libro del Éxodo que hemos escuchado, se nos describe la situación de opresión a que fue sometido el pueblo de Israel por los egipcios que les impusieron trabajos crueles. Cómo las maquinaciones de los hombres, inspiradas por deseos de poder, de manipulación, de defender intereses particulares, no hacen más que desvirtuar el proyecto de Dios sobre el hombre, imagen y semejanza suya. El Concilio Vaticano II ha expresado precisamente, que todos los desequilibrios que hay en el mundo, hunden sus raíces en el corazón del hombre cuando se aleja de Dios. Y el Papa Paulo VI expresaba que cuando el hombre pretende construir un mundo sin Dios, no hace más que construir un mundo contra el mismo hombre. Benedicto XVI también ha dicho que «una sociedad que se olvida de Dios… cae en una cultura de la muerte», «cuanto más se aleja el mundo de Dios, resulta claro que el hombre pierde cada vez más la vida».
Sabemos que esta situación del pueblo de Dios, Dios mismo la transformó valiéndose de Moisés, para que una historia de esclavitud se convirtiera en una historia de liberación. Historia de liberación que tendrá su culmen en Aquél que es Nuestro Señor y Redentor, Cristo Jesús, Sacerdote Eterno que se sigue inmolando al Padre por nuestra salvación, para liberarnos de lo que verdaderamente esclaviza y degrada al hombre: el pecado.
Esta historia de salvación la actualizamos en esta celebración. Ponemos los ojos fijos y nuestro corazón palpitante en Jesús, que en el evangelio que hemos escuchado se nos presenta como el absoluto de nuestra vida. Solamente unidos a Él seguiremos haciendo historia de salvación. El Evangelio nos habla de su seguimiento, enfatizando la radicalidad que implica la opción de seguirlo. Jesús es el valor fundamental del discípulo; Jesús está por encima: hay que «amarlo más» que otros grandes amores, como son los familiares, para «ser digno de Él». Se debe dejar todo tipo de seguridades personales para abrazar la cruz y seguirlo, como expresión de una vida toda ella entregada a la causa de Jesús («El que pierda la vida por mí la encontrará»). Por eso la Buena Nueva de Jesús es una «señal de contradicción», porque su verdad no resiste otras posiciones mentirosas e injustas.
Sólo desde la fe en Jesús, virtud que se nos infundió en el bautismo, podemos leer los acontecimientos y las personas en perspectiva de historia de salvación.
Recientemente nuestro Santo Padre Francisco, en el contexto de este Año dedicado a confesar, celebrar, orar y testimoniar esta virtud , fundamento de nuestra existencia cristiana, nos ha dirigido una carta encíclica (La Luz de la Fe) para que nos sigamos fortaleciendo en lo que da horizonte y firmeza a nuestra vida. Nos invita a recuperar el carácter luminoso propio de la fe, que tiene la capacidad de «iluminar toda la existencia del hombre», porque cuando falta esa luz «todo se vuelve confuso y es imposible distinguir el bien del mal».
Celebrar la fe es celebrar la memoria fundante de nuestras convicciones y vivencias que han tenido una historia personificada en los hombres y mujeres de Dios a lo largo de los siglos.
De los muchos hombres que se dejaron inspirar por el Espíritu de Dios y que hicieron del Señor una opción radical en su vida, la liturgia nos presenta hoy a un obispo y doctor de la Iglesia, de la orden franciscana, llamado San Buenaventura, quien vivió y predicó la fe, «hombre de acción y de contemplación» que «contribuyó a la composición de la armonía entre fe y cultura». Un gran sabio, lleno de Dios, que ilumina la vida de la Iglesia con sus escritos, porque están llenos de devoción, de humildad y de caridad.
De la misma manera, estamos conmemorando un nuevo aniversario de la Pascua de Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, quien fuera nuestro Pastor Diocesano durante 25 años de su ministerio Episcopal, y cuyo centenario de su natalicio nos preparamos a celebrar el año entrante.
Otra persona de fe, maravillado por el Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que impregnó su espiritualidad sacerdotal y le inspiró importantes obras, con las cuales se sigue glorificando al Señor como él lo deseaba y como lo expresó como lema en su escudo episcopal: «en alabanza del Sacerdocio de Cristo». Son muchos los sacerdotes y varios los obispos que se han formado en los Seminarios que fundó para seguir prolongando en el mundo la obra salvadora del único y sumo sacerdote, Jesucristo. .
Ya en una etapa madura de su vida sacerdotal y episcopal, conoció la Renovación Carismática Católica, que le dio una nueva proyección y fecundidad y una visión más penetrante a su vida y a su ministerio.
Su prolongado ministerio episcopal, con gran sentido de Dios y atento a los signos de los tiempos, a los cuales fue sensible, con audacia de profeta y prudencia de pastor, lo condujo a seguir fundando obras que siguen siendo un motivo de glorificación para Dios.
No hay realidad humana, que con visión de pastor no tratara Mons. Uribe de iluminar, animar, acompañar o promover para dar gloria al Señor y extender su Reino. Fundó Parroquias, comunidades Religiosas, instituciones. Quienes estamos ahora aquí, somos herederos de un inmenso patrimonio espiritual y pastoral que generó Monseñor Alfonso, fruto de su profunda espiritualidad, de su celo de Pastor, que lo hicieron ingenioso, pues como decía Sta. Teresa: el amor es creativo. Los Hombres que son dóciles al accionar de Dios en sus vidas se vuelven audaces y proactivos y dan origen a obras de Iglesia que hacen mucho bien a tantas personas.
Su testamento espiritual póstumo nos permite adentrarnos en el corazón de Mons. Alfonso, quien llegó a alcanzar la madurez de su vida espiritual, en su anhelo de encontrarse con el Padre Dios, para quien se gastó y desgastó durante toda su vida. Podría afirmar como Pablo: «para mí la vida es Cristo y el morir es una ganancia». O como Teresa de Jesús: «vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero».
Queridos hermanos y hermanas, valoremos la vida de Mons. Alfonso Uribe y de tantas otras personas, esa gran «nube de testigos» (Heb. 12, 1) que «han sido dignos de la confianza de Dios en su Iglesia, en calidad de servidores y encargados de transmitir su mensaje» (Cf. Heb. 3,5), que por la fe, porque han dejado iluminar su vida por la fe, han enriquecido la historia que Dios hace con nosotros. Y por ellos elevemos una alabanza a Dios unidos a la Santísima Virgen María que proclama la grandeza del Señor que actúa en su humilde servidora, haciendo obras grandes en favor de todo su pueblo santo.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Diócesis Sonsón – Rionegro