Domingo 21° del Tiempo Ordinario
Agosto 23- 2020
Otra vez, queridos hermanos, congregados desde muchos lugares, para la memoria dominical de la entrega salvadora de Nuestro Señor Jesucristo.
Jesús hace una primera pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Pide una información, un sondeo de lo que piensa la gente sobre lo que le han visto y oído. La opinión de la gente sobre Jesús, apunta de todas maneras, a una persona especial que no pasa inadvertida. La gente asocia a Jesús con algunos personajes conocidos del pasado y lo ven en continuidad con ese pasado. Todavía no aceptan la originalidad y novedad de su persona y de su mensaje.
Pero luego hace otra pregunta (“bomba”), que también nos dirige a nosotros: “¿Ustedes quién dicen que soy yo?”. Es una pregunta concreta y decisiva, que va dirigida al corazón y a la conciencia de sus seguidores.
Queridos hermanos-as, Jesús no quiere una respuesta convencional, académica, diplomática. Espera una respuesta vital, que incluye intuir algo de su identidad misteriosa e involucrarnos en una relación con Él. Espera de nosotros, no que le repitamos lo que sabemos de oídas, sino una profesión de fe que salga del corazón, como vivencia profunda del amor de Dios por cada uno de nosotros.
Con su pregunta queda claro que el cristianismo no es una ideología, ni una doctrina, ni un ritual, ni un conjunto de normas. El cristianismo, es, en definitiva, una relación personal, que se establece, con una Persona y un acontecimiento histórico llamado Jesús de Nazaret, enviado por el Padre y constituido como Señor de la historia.
Pedro toma la iniciativa de responder: “Tú eres el Mesías, Hijo de Dios vivo”: su respuesta reconoce en Jesús el cumplimiento de las profecías del A.T. y que en Jesús tenemos la revelación definitiva del Padre para nosotros. Dice todo lo que tenía que decirse de Jesús, según la expectativa del pueblo de Israel: Tú eres la presencia y el poder de Dios, la esperanza, la libertad, el anhelo que siempre ha tenido la humanidad.
Es importante resaltar la expresión “Hijo del Dios vivo”. Jesús revela al Dios de la Vida, creador de todo, vencedor de toda muerte. El Mesías, Hijo del Dios vivo trae la vida de Dios para todos, no por gotas, sino abundante. Manifiesta al Dios enamorado, apasionado, capaz de conceder a la humanidad el bienestar integral y la plenitud de la existencia. Es Dios “metido en mi vida”. Así lo entendió San Pablo: “me amó y se entregó por mí”.
Esta fe, no viene de “la carne y la sangre”, no es una experiencia humana, ni obra de ningún humano. Es una inspiración que viene de lo alto, revelación de Dios mismo. Proclamamos la fe desde muy adentro del corazón, producida por gracia de Dios.
Estemos atentos a las inspiraciones constantes de Dios. Para que conociendo algo de Él, podamos preguntarle: ¿Qué quieres de mí? ¿qué rumbo tomar? ¿qué debo hacer? Es decir, podamos descubrir nuestra vocación y saber “para donde voy”.
Precisamente, a esa confesión de fe, Jesús responde desvelando una nueva identidad y misión a Pedro: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Te daré las llaves del Reino de Dios”.
Simón recibe el nombre de Pedro, “piedra”. No por gusto o méritos personales. Ninguna vocación en la Iglesia es por decisión o interés propio, sino la iniciativa y voluntad de Dios. A Pedro, por creer lo constituye en la “roca” sobre la cual Jesús edificará su Iglesia.
El apóstol Pedro es nombrado “administrador”, solo “administrador” de la Iglesia de Jesús, para continuar con la misión de salvación y liberación de los hombres.
La entrega de “las llaves”, indica que se le comunica un poder. No el poder de “hacer y deshacer”. Son signo de una responsabilidad muy grande. Su poder no es de dominación, sino de servicio, como testigo cualificado del Hijo de Dios que entrega su vida por los demás. Debe ser, según la primera lectura “un padre para su pueblo”.
“Atar y desatar”, es un poder que se traduce en un servicio por el bien del rebaño del Buen Pastor, de “abrir” y dar acceso a que los hombres de hoy se encuentren con Cristo en la fe, la verdad, la caridad; y, “cerrar” el camino a todo lo que se oponga al proyecto de vida y plenitud que Dios nos ofrece; atar todo lo que sea injusticia, egoísmo, prepotencia.
No dejemos pasar que el Señor habla de “mi Iglesia”. Él es su único Pastor, es Él quien la reúne, la edifica, la cuida, la consolida y la guía. Es el centro de la misma y el único punto de referencia para la comunión de la fe: somos la Iglesia del Señor. Si la Iglesia no lleva a Jesús, es una Iglesia muerta. Todos somos “piedras vivas” que formamos la única comunidad de Jesús asentada sobre un fundamento sólido: la fe.
Nuestra fe:
A nosotros, para que nos situemos en ese fundamento sólido, se nos hace la misma pregunta: ¿Quién es o representa Jesús para ti? Responder acertadamente esa pregunta determina toda mi manera de ver y vivir la vida. Porque Él interpela y da sentido a mi vida, nos saca del vacío de la vida.
Debemos conocer a Jesús y acogerlo como el único Señor y Salvador. Para conocerlo hay que tener un encuentro personal con Él. No es saber quién fue o saber cosas de Él, o reconocer que es un personaje famoso que nos simpatiza. No, implica saber quién es Él y qué tiene que ver conmigo.
No es lo mismo creer en una doctrina que en una Persona. Jesús es alguien vivo, no una teoría, que se hace experiencia en el corazón. No toca solamente la cabeza sino el ser en su profundidad, por lo tanto, la fe abarca toda nuestra persona.
Creer no es solo saber, sino más bien saborear. Es una forma de vivir y de dar sabor a la vida, a la nuestra y a la de los demás. Siempre será “sabroso” compartir la vida con un verdadero creyente.
Vivir a la manera de Jesús, supone vivir la vida de una manera más auténtica, más libre, más feliz. Jesús nos ayuda a vivir con sencillez y dignidad, con alegría y esperanza. Nos inspira compasión y nos abre el corazón para compartir. Nos ilusiona y compromete con un mundo más justo, igualitario y digno para todos.
“Tú eres Pedro”, le dijo Jesús a Simón, pero también nos dice a cada uno “tú eres… Luis, Tatiana, Santiago, Andrea…” (Toda vocación es personal) y, como crees (me has dejado entrar en tu vida), pongo sobre ti una responsabilidad, de ser “piedra”, dar solidez a tí mismo, en tu familia, en la Iglesia, en el colegio, en la sociedad… Así descubrimos nuestra vocación de discípulos misioneros.
Cada uno y la comunidad cristiana tiene la tarea y la responsabilidad de vivir la fe de una manera novedosa; que las palabras y acciones sea una confesión creíble, gozosa, que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios vivo. Que la manera de vivir, de hablar, de relacionarnos, de organizarnos… hagan visible al Jesús del Evangelio, y nos haga protagonistas del proyecto humanizador del Padre.
Uno que cree (un cristiano) no puede vivir de cualquier manera. El que conoce a Jesús, supera los esquemas aburridos de siempre, al Jesús “gastado” que nos causa indiferencia y desgano. Las comunidades que viven la novedad de Dios, manifiestan la fuerza y la atracción de vivir en el Señor. Ese tipo de comunidades son el ambiente adecuado, la cuna de las vocaciones de cristianos (bautizados), de esposos y familias creyentes, de profesionales honestos, de líderes con visión del bien común, de jóvenes con grandes ideales y la cuna de vocaciones de especial consagración, como son los religiosos y los sacerdotes.
Ilumínanos, Señor, para decir con convicción: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Amén.
+Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón Rionegro