Homilía en las bodas de oro de la parroquia San Juan Bosco – marzo 10 de 2019

HOMILIAS

Parroquia de San Juan Bosco 50 años
Marzo 10 de 2019
Domingo 1° de Cuaresma, ciclo C.

 

Muy querida comunidad,

Un saludo de felicitación a todos ustedes. Sé que han preparado con mucho interés esta fiesta de sus Bodas de Oro.

Y no es para menos. Es un largo camino en el que han recibido muchos dones del Señor y en el que tantas personas, unas que ya no están con nosotros, han puesto lo mejor de sí para facilitar que la gracia salvadora del Evangelio llegue con abundancia para bien de todos.

Hoy damos gracias al Señor. Pero queremos hacerlo de manera especial por la Comunidad Salesiana que dio inicio a esta historia y legaron a esta comunidad un empeñado trabajo evangelizador y la infraestructura básica para su funcionamiento.

Quiero que la Palabra de este domingo, sobre todo la primera lectura, guíe la reflexión de este día.

Cuando presentes las primicias de tus cosechas” el sacerdote tomará el cesto de tus manos y lo pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.

Hoy, con la alegría de la fiesta, traemos los frutos recogidos a través de los 50 años, para colocarlos ante el altar del Señor.

Todo el amor vivido, los tantos sacrificios; los consuelos recibidos; las personas bautizadas; los pecados perdonados; los enfermos atendidos; las parejas de esposos bendecidas; las alegrías sentidas y compartidas; la fraternidad sincera; las luces que han llenado nuestras almas; en fon, todos esos beneficios intangibles, espirituales…

Ante el altar, y a través de tantos signos festivos de esta celebración, expresamos los frutos provechosos que hay en cada uno de nuestros corazones.

La ofrenda de las primicias, y de lo mejor de los frutos del campo y de los animales, era ocasión para recordar que todos los bienes proceden en última instancia de Dios. También nosotros hoy reconocemos que “Dios ha estado grande con nosotros” y le brindamos nuestro homenaje de agradecimiento, y nuestro reconocimiento como nuestro único Dios y Señor.

Dirás estas palabras ante el Señor

El libro del Deuteronomio es el libro de la “memoria”. La ofrenda de las primicias era para los israelitas una ocasión especial para refrescar la memoria, para recontar la historia, para recordar la gran hazaña de Dios a favor de su pueblo.

“Mi padre fue un arameo errante -Abraham, que dejó todo por Dios-… En Egipto se convirtieron en una gran nación, potente y numerosa… Les impusieron una dura esclavitud… Nosotros clamamos al Señor… Y Él se fijó en nuestra humillación… y nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector”.

La liberación de la opresión y de la esclavitud es la expresión del amor de Dios por este pueblo (que derivó en una relación especial – alianza: “Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo”- hasta el punto de convertirlo en su primogénito, en el pueblo elegido).

Y en ese recuento, los israelitas ponen de manifiesto que todo se lo deben a Dios; no a un Dios etéreo, sino a un Dios que se compromete en la historia de un pueblo concreto y de una comunidad concreta.

Eso somos, la comunidad que Dios se ha buscado; el pueblo ganado, liberado por la muerte salvadora de Cristo. Una parroquia representa a la Iglesia, esa familia de hijos e hijas que Dios ha querido para sí, sobre la cual derrama su bendición paternal. Somos la obra amorosa del Dios cercano, cada día caminando con nosotros.

Hoy nos hemos reunido para “conmemorar”. Estamos invitados a recobrar la memoria -eso significa una celebración- a recordar todo lo que Dios ha hecho por nosotros y a través de nosotros, como una experiencia vital que ha determinado profundamente nuestra vida desde la fe.

Hacemos memoria agradecida de las personas: que han liderado, que han colaborado (benefactores); que han tenido sentido de pertenencia, que se han involucrado. ¡Hay tanto amor comprometido en lo que implica esta obra! Los que fueron los titanes del inicio (fundadores), los que han sido animadores (sacerdotes, religiosas, seminaristas, catequistas, servidores…) durante todo el recorrido; los que han sostenido con perseverante disponibilidad las necesidades y trabajos de cada día.

Entonces pondrás esos frutos delante del Señor, tu Dios, y te postrarás para adorarlo”.

Todo concluía con la postración ante la presencia de Dios, lo que suponía el reconocimiento de que Él era el único Dios.

Este reconocimiento nos introduce en el tema de las “tentaciones”, tema del evangelio de este primer domingo de cuaresma. El reconocimiento de Dios fue la respuesta de Jesús ante las pretensiones del demonio: “Adorarás al Señor tu Dios, y al Él solo servirás”, “no tentarás al Señor, tu Dios”.

Las tentaciones, precisamente pretenden romper la “comunión con Dios”, alejarnos lo más posible de Él, y prescindamos de Él en nuestra vida. Eso significaría la perdición de la humanidad.

La tentación hace parte de nuestra condición humana, pues estamos sometidos e inclinados al mal, al engaño o a la mentira. No estamos libres de falsear nuestra identidad de cristianos cayendo en la tentación, que el demonio sabe presentar de modo deseable, atractivo, provechoso, y muchas veces con apariencia de bien y de verdad.

La cuaresma es un tiempo de “discernimiento” (y debe ser tarea permanente de una parroquia): para dejar de ser nosotros el centro y poner a Dios y al prójimo en el centro de nuestra vida.

Eso nos lo enseña Jesús: venció las tentaciones centrando toda su atención en el Padre, aferrándose a Él. Puso a Dios y a su Palabra en el centro de sus preocupaciones.

Cuando Dios deja de ser el centro de nuestra vida, caeremos irremediablemente en brazos de los ídolos de este mundo: el tener, el poder, el placer, la gloria, la fama, la autoridad y el dominio sobre las cosas y las personas. Ahí es cuando pretendemos ser como Dios” y nos creemos autosuficientes, ya no necesitamos de Dios ni de nadie.

“Te postrarás ante el Señor, tu Dios, para adorarlo”, nos decía la primera lectura y el Evangelio. El llamado es a poner nuestra vida en las manos de Dios y hacer de Él el centro de nuestra existencia. Así mantenemos la condición original e indispensable de ser “hijos de Dios”. Esa sería la tentación más grave, dudar de que somos hijos e hijas de Dios, de que somos amados por Dios Padre.

Precisamente hoy, en este significativo aniversario, al recordar la historia que Dios ha hecho con nosotros, renovamos nuestra fe en ese Dios fiel y bueno.

Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó entre los muertos, para que pueda salvarse” (2° lectura).

Esa es la fe que profesamos hoy, como expresión de lo que somos, comunidad eclesial, conformada por discípulos misioneros, renacidos en el bautismo y guiados en forma constante por el Espíritu santificador. Comprometidos a ser expresión de la Iglesia renovada que nos pide nuestra Diócesis, en la vivencia viva de la fe en pequeñas comunidades, comunidades ministeriales y misioneras en salida evangelizadora hacia todos los hermanos, en todos los caminos, de nuestra geografía parroquial.

Demos gracias al Señor por nuestra parroquia, Él nos la dio, “esta tierra que mana leche y miel”. Amemos a nuestra parroquia, luchemos por ella y hagámosla crecer con el Evangelio, fuerza de Dios, y la acción del Espíritu Santo.

Tenemos toda la herencia salesiana:

San juan Bosco, santo de la alegría y de la preocupación real, profunda y pertinente por la infancia y la juventud. La parroquia que pretenda perdurar, cumplir bien su misión y estar en permanente renovación debe procurar la más delicada y contundente dedicación a la primera infancia y a la juventud.

Y María Auxiliadora, la gran maestra y protectora de la Iglesia, de los sacerdotes, del trabajo evangelizador. En ella “auxilio de los cristianos” nos podemos confiar.

Amén.

               + Fidel León Cadavid Marín
                 Obispo Sonsón – Rionegro

 

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