Ordenación Oscar Alonso y Jorge Armando
Rionegro, Agosto 11 de 2012
Textos: Isaías 43, 1-7 Salmo 115 Efesios 4, 1-7.11-13 Juan 17, 6.14-19
Muy queridos hermanos y hermanas, reunidos esta mañana en esta solemne celebración, en la que asistiremos, con mucha alegría, a la ordenación sacerdotal que Dios, a través de mi ministerio episcopal en la Iglesia, concederá a OSCAR ALONSO GARCÍA GALVIS Y JORGE ARMANDO GARCÍA GARCÍA.
Nos podemos apropiar de las palabras de Dios en Isaías, que indican el compromiso salvador de Dios con su pueblo Israel, para aplicarlas personalmente a Oscar Alonso y Jorge Armando:
«Así dice el Señor, tu creador y salvador… el que te formó… te he llamado por tu nombre, eres mío… vales mucho para mí, eres valioso y yo te amo».
Es un lenguaje cariñoso, que indica la elección gratuita, amorosa y personal que hace Dios y a la vez su decisión de proteger y cuidar a sus elegidos.
El origen de este llamado es Dios, como expresión de un amor sumamente respetuoso, que antecede, abraza, que atrae… Es una predilección «…vales mucho para mí, eres valioso y yo te amo». Esta es la experiencia fundante de la vocación, la bondadosa presencia del Señor que nos contagia de su vida, de su libertad y de su esencia que es amor, y nos aprisiona. Es lo que indica San pablo cuando se define: «Yo el prisionero por amor al Señor». Es una forma de decir que la acción de Dios que llama, es una irresistible invitación a la confianza, al compromiso, a la entrega.
«Tú eres un llamado», es una primera definición de un sacerdote. Un llamado por su nombre propio, lo que hace que la vocación sea singular, única (no hay vocación igual a otra). Hace un momento, el Padre Víctor Cardona, los llamó por su nombre… esa voz era el eco de la voz de Dios que desde mucho antes ya había resonado en sus conciencias.
Creo que el siguiente texto de 2 Timoteo, expresa muy bien los elementos de ese llamado de Dios: «Dios nos ha salvado y nos ha llamado a una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia voluntad y por la gracia que nos ha sido dada desde la eternidad en Jesucristo» (2Tim 1,9).
«A cada uno de nosotros… ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo». De ahí la variedad de las vocaciones: el Señor constituyó «a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores». Las vocaciones son muchas y diversas. Cada uno tiene la suya… multiplicidad de vocaciones que respeta la libertad de Dios y la libertad de cada persona en su singularidad… multiplicidad que confiere a la Iglesia una particular belleza, en miras a la edificación del único cuerpo de Cristo.
Se necesita que cada uno escuche esta llamada, descubra qué le pide Dios, cuál es Su voluntad sobre él.
Para algunos, para los sacerdotes y para los religiosos, esta llamada es al don generoso de sí, cuya respuesta es un sí consciente e incondicional, para ser consagrados al servicio de Dios y de los hombres, sus hermanos. Constituye una gracia inmensa de Dios, que los elige, los toma de entre los hombres, cuida de cada uno, lo llama por su nombre. Y en el ejercicio de su gratuidad, Dios coloca al llamado frente al ejercicio más pleno y más responsable de su libertad. Hoy ustedes, Jorge Armando y Oscar Alonso hacen uso de su libertad para ponerse sin condiciones a disposición del Señor.
Seguir a Cristo requiere una libertad absoluta, que no se logra sino con una entrega radical. Como el que encuentra el gran tesoro, y va y vende todo lo que tiene para poseerlo. Libertad de dejarlo todo: otros amores, riquezas, honores, dignidades… para estar disponibles y alegres al servicio del Dios único.
Cristo «capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo…»
En el caso del sacerdote, esa «capacitación» se da en la ordenación. En ella se recibe una gracia nueva y especial que los faculta, revestidos del mismo poder de Cristo (que los hace suyos), para ser «Jesucristo mismo en medio de los hombres», para ser prolongación de la encarnación, para ser prolongación de la redención. En eso consiste la bella realidad y la grave responsabilidad de ser sacerdote: ser «otro Cristo», su prolongación en la tierra.
En el evangelio, Jesús pide al Padre que a los apóstoles los consagre en la verdad. Aquí consagrar es «transferir una persona a la propiedad de Dios», «apartarlo» para que se entregue totalmente a Dios. Y también es envío: la persona consagrada existe para los demás, para que se entregue a los demás; ya no se pertenece, le pertenece a Dios y a todos.
«El sacerdote es un enviado»: «Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí. Por ellos yo me consagro a ti, para que también ellos se consagren a ti, por medio de la verdad».
Jesús se santificó (consagró) en la medida en que, en su vida, fue revelando al Padre. Pide que sus discípulos entren en el mismo proceso de santificación. Ellos se santifican en la misma medida en que, viviendo el amor, revelan a Jesús y al Padre. Es decir, los discípulos son continuadores de la misma misión de Jesús (entregado, con un amor hasta el extremo, a Dios y a los hombres).
En ese sentido el sacerdote es para los otros. Sacerdote y entrega, sacerdote y servicio, sacerdote y caridad coinciden. No se es ministro para sí mismo. El sacerdote está en función de aquellos que les han sido confiados: una comunidad eclesial y dentro de ella, los niños, los jóvenes, los adultos, enfermos, los buenos y los malos, los sufrientes… Ellos serán siempre su razón de ser. Llamados a custodiar bien la «casa del señor». Serán intermediarios, puentes, entre Dios y los hombres y en su acción sacramental, canales de la gracia que pasará por ellos y se actuará en los fieles. Tendrán la delicada misión de formar a los otros, de favorecerles un modo de pensar, de orar, de actuar, de sentir, según Jesús.
Hay muchos términos para comprender al sacerdote, por su función en favor de las personas: apóstol, misionero, pastor, maestro, hermano mayor, pero hay una denominación particularmente significativa: «padre», que no es un título sino una cualidad, una actitud, enraizada en el amor paternal de Dios.
Decía al principio que El Señor llama, pero a la vez cuida y se preocupa de los que elige. Es el sentido de la oración de Jesús en el Evangelio. Se preocupa por el poder del mundo (donde actúa el maligno con su espíritu de la mentira) y por su posible influencia en sus discípulos.
«Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo… No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno…».
Como Jesús, que viene al mundo pero no es del mundo («mi reino no es de este mundo» –tarjeta de Jorge Armando-), sus discípulos, sus consagrados deben estar en el mundo sin dejarse contaminar del mundo. Jesús los invita a no temer, pues están apoyados por su oración, por su palabra, por su Espíritu.
El Papa Benedicto se ha referido frecuentemente a la situación del mundo y del hombre de hoy. Y dice que el hombre de hoy tiende a eliminar a Dios de su horizonte, pero a lo que llega es «al arbitrio del poder, a los intereses egoístas, a la injusticia y la explotación, a la violencia en todas sus manifestaciones». El mundo sin Dios es un «infierno», donde prevalece el egoísmo, las divisiones familiares, el odio entre personas y pueblos; donde falta el amor, la alegría y la esperanza.
«Defiéndelos del maligno», pero compromételos con la verdad, con el mundo redimido ofrecido por Dios, el Dios de la vida, que quiere responder a las aspiraciones más profundas del hombre: de amor, alegría y paz.
El gran aporte de la Iglesia al mundo no se basa en medios materiales ni en soluciones técnicas, sino en el anuncio de la verdad de Cristo, que forma las conciencias y muestra la auténtica dignidad de la persona y del trabajo, crea la comunión y promueve una cultura del amor, una civilización del amor.
«… Les ruego, que como corresponde a la vocación a la que han sido llamados, se comporten con gran humildad, amabilidad y paciencia, aceptándose mutuamente por amor».
A tan grande don, del ministerio sacerdotal, debe haber una correspondencia del que lo recibe. Les toca, queridos Oscar Alonso y Jorge Armando «hacerse dignos de Cristo»…Vivir en dignidad, en responsabilidad, en grandeza y en perfección su existencia sacerdotal, que requiere responder al Señor con corazón desapegado, libre, despierto, con un solo amor, un amor total.
A la presencia de la gracia del Señor, deben despertarse las virtudes. La exhortación de San Pablo es clara y provechosa: compórtense con gran humildad, amabilidad y paciencia; acéptense, respétense, perdónense por amor. Recuerden que son el rostro de Dios para la gente; son la encarnación del amor de Dios en el mundo.
Decía Pablo VI, para una época no fácil del mundo y de la Iglesia, que le tocó vivir, unas palabras que continúan actuales para los tiempos de hoy:
«En este tiempo si hay un verdadero, bueno, humano y santo sacerdote, se salvaría el mundo. Si los sacerdotes fueran santos, nuestra generación no sería eso que es».
Hoy es un día de acción de gracias al Señor, porque ha puesto sus ojos en ustedes con amor de predilección. Acción de gracias a ustedes, capaces de decidir su vida por el proyecto salvador de Dios.
Agradecimiento a sus queridas familias, a sus comunidades parroquiales donde respiraron la fe y el amor a Dios, a sus benefactores y a sus formadores.
Damos gracias a Dios por la bendición que ustedes representan para la Iglesia y en particular por esta Iglesia diocesana de Sonsón – Rionegro.
Queda, que ustedes acojan el regalo de su ordenación sacerdotal como la opción definitiva de su vida y la realicen alegremente en una total entrega; que se hagan dignos del Señor y benefactores del pueblo de Dios por el ejercicio dedicado y abnegado de su ministerio, como alabanza al único sacerdocio de Cristo.
«Como pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho». Vivan durante toda su vida en un profundo agradecimiento, en una alegre gratuidad, el don de Dios que hoy reciben.
No podemos terminar, sin poner nuestros ojos en la Santísima Virgen María, madre del Sumo Sacerdote y madre de los que su Hijo hace partícipes de su sacerdocio. Que ella aliente su espiritualidad cristiana, su corazón sacerdotal y su camino de santidad.
Amén.
+ Fidel león Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro