Sonsón, abril 18 de 2015
Gracias por estar aquí, queridos niños y niñas. Estoy contento de estar con ustedes y ver sus rostros alegres y sus ojos y corazones llenos de vivacidad. Qué bonita fiesta: quiero que en toda la Diócesis se enteren que hoy estamos reunidos en Sonsón, en esta fiesta maravillosa, la más alegre, la más espontánea, la más sincera.
Me emociona constatar en tantos niños y niñas aquí presentes, pero que representan a muchos miles más de nuestro Oriente antioqueño, que hay vida en nuestra comunidades. Ustedes niños y niñas, son la obra fresca de Dios Creador. Huelen a Dios que da la vida. Ustedes son la vida que siempre renace y da esperanza. Ustedes son un regalo de Dios para sus papás, para la sociedad, para esta región que ha sabido sobreponerse a momentos de muerte, engendrando nueva vida.
Ustedes ocupan un lugar muy especial en el corazón de Dios. Quisiera que esto los tuvieran muy claro: Dios los conoce y los ama, Él los ha creado con mucho esmero y ternura. Son sus hijos. Somos tus hijos Padre Dios.
Dios, que nos quiere tanto, nos ha reunido hoy en su casa, alrededor de su Hijo y nuestro hermano Jesús. Vivamos este encuentro de fe: es el mejor momento para expresar nuestro agradecimiento a Dios, decirle que también lo amamos y creemos en Él.
Es la fiesta con Jesús, Vivo en medio de nosotros. La fiesta siempre es jubilosa; cantemos y participemos con entusiasmo. Dios nos quiere siempre felices.
“Queremos ver al Maestro”, nuestro gran amigo Jesús. Sabemos que siempre nos acoge, nos abraza, siempre nos comprende y nos ayuda a crecer. Precisamente el Evangelio nos habla de la realidad del Resucitado: “Miren mis manos y mis pies; soy yo en persona, tóquenme, un fantasma no tiene carne y huesos”. Jesús no es un fantasma, resucitó y está vivo con nosotros, con su dulce y misteriosa presencia entre nosotros.
Y como a los apóstoles, está aquí en medio, resucitado, y nos saluda con la paz: “Paz a todos ustedes”. Esa paz, que nos hace mucha falta (la que Cristo nos ganó entregando su vida). Paz que resume todo lo bueno que Dios nos da para superar nuestros miedos y vacíos, inseguridades y tristezas.
Donde mejor puede anidar el don de la paz (que proviene de lo alto), es el corazón de los niños y niñas. Los invito a que sean los “mejores” sembradores, constructores y mensajeros de paz.
No duden de hablar de Jesús a los demás. Es un tesoro que hay que compartir con generosidad. Recuerdo una frase del Papa Juan Pablo II a los niños de Colombia: “Ustedes son mis pequeños grandes colaboradores”. Van a retornar a sus familias, a sus colegios, a sus parroquias y municipios con la alegría y la paz que nos da Jesús; con la fuerza de la unidad: somos muchos y tenemos la fuerza de la ternura, de no ser violentos ni agresivos.
El Señor, que lo sabemos Vivo, y es nuestro buen amigo, nos da fuerza y seguridad. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestros corazones, entonces somos capaces de cambiar el mundo.
“El discípulo de Jesús no responde el mal con mal” (Benedicto XVI): siempre será instrumento del bien, portador del perdón, mensajero de la alegría, servidor de la unidad. Siempre Jesús los animará a amar siempre, a amar a todos y a hacer el bien.
Ustedes son el gran tesoro de sus familias, de sus escuelas y colegios, de la sociedad y de la Iglesia. Amar y defender a nuestros niños es la mejor garantía para un futuro sin sobresaltos. Por eso hemos firmado un pacto por los niños y niñas de nuestra región. Sus familias, la Iglesia, las instituciones educativas y los que tienen responsabilidad en la sociedad nos hemos comprometido hoy a trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones. Sin violencia y maltrato. Con oportunidades. Que todos los adultos y las instituciones tengamos claro: para quién trabajamos, sino para las generaciones que vienen detrás a las cuales hemos dado nosotros mismos la vida. Si no construimos un mundo mejor, un buen vividero para nuestros hijos… ¿entonces qué estamos haciendo?
Protejamos y cuidemos nuestros niños, que nunca se sientan solos, para que nunca se apaguen sus sonrisas y puedan vivir en paz, sanos emocionalmente, seguros y mirar el futuro con confianza. Nuestro compromiso hoy es decirles: cuenten con nosotros, con sus padres y profesores, con las administraciones municipales, con la sociedad, con Jesús y con su Iglesia.
Nosotros hoy, los niños y niñas reunidos en oración y amistad queremos comprometerlos a cumplir lo que han firmado con nuestra presencia y nuestra palabra: “Póngannos cuidado”, “trátennos bien”, “enséñennos lo mejor”, “quiérannos mucho”, “muéstrennos a Dios”.
Pero antes les decía que ustedes son “sembradores de paz”, “pequeños grandes colaboradores del Señor”. Eso va a depender de que no pierdan la amistad con Jesús, Él quiere construir con cada uno una historia de amistad. Participen en la Misa de cada domingo (e inviten a sus papás a que los acompañen); asistan a la catequesis que les ofrece la parroquia; hagan parte de alguno de los grupos parroquiales; hablen frecuentemente con el Señor en la oración; no desprecien a nadie porque en cada uno está Cristo presente; siéntanse contentos de hacer el bien; sean serviciales y disponibles.
Estoy convencido que los niños ayudarán a cambiar el mundo de los adultos.
El Señor les mostró a los discípulos sus manos y sus pies. Que ustedes sean también las manos y los pies de Jesús:
Las manos de Jesús, manos que curaban, sanaban, despertaban a la vida. Manos capaces de acariciar a los niños, de expulsar demonios; dispuestas a lavar los pies, a vendar las heridas, a multiplicar los panes, a bendecir y perdonar.
Los pies de Jesús: que caminaban y abrían caminos, cansados y gastados de tanto caminar tras la oveja perdida. Pies entregados en busca de todos nosotros.
Para ser tus colaboradores, te queremos pedir: que nos llenes del mismo amor con que tú nos amas; que nos llenes de tu luz y de tu vida y nos hagas capaces de amarte y amar a los demás: a mis papás, a mis hermanos, a mis amigos y a los que me rodean. Incluso a los que no me quieren mucho y a los que me cuesta querer.
Gracias porque nos has dado a tu madre María para que también sea nuestra mamá. Nos sentimos protegidos por ella y a ella le pedimos que nos deje alejarnos de Ti.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón – Rionegro.