Rionegro, abril 25 de 2015
Lecturas: Hechos 6, 1-7b. Juan 15, 9-17
Muy querida comunidad diocesana, reunida en esta asamblea litúrgica, para alegrarnos por el don que el Señor nos hace con estos nuevos diáconos.
Queridos hijos: Julián Andrés Aristizábal Gómez, William de Jesús Quintero Duque, Edison Arley Benjumea Arbeláez, Julián Andrés Quimbayo Arias, Juan Carlos Orozco Bedoya y Alexander Arcila Arias, ustedes vienen acompañados con sus familias y amigos, sus compañeros y formadores del seminario, con sacerdotes diocesanos que los acogen con entusiasmo y esperanza, con muchos fieles de las comunidades parroquiales donde han prestado su servicio pastoral. A todos nos embarga la alegría de ser testigos hoy de lo que Dios hará con ustedes a través de este sacramento del Orden, en el grado del diaconado, y de la disponibilidad de ustedes para consagrarse de lleno al Señor y a su Iglesia.
El Papa, en su mensaje para esta jornada mundial de oración por las vocaciones, nos ofrece una reflexión muy acertada sobre lo que es la vocación de todo cristiano y “en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio”, como es el caso de ustedes.
Utiliza la experiencia del “éxodo” para describir esta vocación. Recalcando siempre la iniciativa de Dios: “No fueron ustedes los que me eligieron a mí, soy yo quien los he elegido a ustedes”. Es su acción la “que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y de la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos”.
Toda vocación es don de la caridad de Dios: para ustedes y para nuestra Iglesia diocesana. “Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes”. Es una conquista del amor de Jesucristo, que nos conmueve en lo más íntimo y transforma.
La vocación es una invitación y una atracción a “salir de nosotros mismos” para centrarnos en Jesucristo, que nos llama. Movimiento que marca la “orientación decisiva de la existencia” de cada uno hacia Dios. Eso conlleva la “renuncia a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo” y abrirse a la entrega de sí, el único camino que nos permite reencontrarnos con nosotros mismos y descubrir a Dios.
Ustedes queridos hermanos hoy sellan una decisión, muy personal, profunda y existencial: no se quedan en sus propias seguridades y se abandonan con confianza al camino que les indique el Señor, principio y fin de su vida y de su felicidad. “Es un compromiso concreto, real y total, que afecta toda su existencia y la pone al servicio de la construcción del Reino de Dios en la tierra”.
Dios los ha querido llamar, queridos hermanos a este ministerio del diaconado. Y nos presenta a Jesucristo como modelo de toda diaconía. Por eso se ha definido el diácono como “un icono viviente de Cristo, siervo en la Iglesia” (Comisión Teológica Internacional), por lo tanto la esencia del ministerio diaconal consiste en recibir el encargo de representar al diácono Jesucristo en el hoy de la Iglesia y del mundo.
Sabemos que Jesucristo es el Mesías – Siervo de Dios por excelencia, que asumirá en la pequeñez, en el dolor y en la pobreza la obra de salvación del pueblo de Dios.
Jesús ejerce su diaconía manifestando el amor de Dios hacia el hombre, en absoluta disposición de servicio. Son contundentes sus afirmaciones: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27) y “No he venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).
Jesús es el servidor que da la vida por la salvación de la humanidad. Todas sus actuaciones manifestaban este servicio de entrega, hasta su culmen en la cruz, donde se manifestó como “el gran servidor”.
Pero tengamos presente otro signo muy significativo, con el que quiso anticipar su máximo don: el lavatorio de los pies. Allí se unen su ser El Maestro y el Señor, con el ser Servidor. Él conjuga en sí mismo estos dos aspectos que parecerían contradictorios: su señorío se realiza precisamente sirviendo a todos. Y nos dejó un mandato: “Les he dado ejemplo para que como yo he hecho, lo hagan también ustedes” (Jn 13, 14).
A ustedes, queridos diáconos, de manera calificada y ministerial les toca hacer visible y realizar este mandato del Señor.
Para ello reciben hoy este sacramento. La primera lectura terminaba con “la imposición de manos” de los Apóstoles sobre los siete diáconos elegidos. Ustedes también, por la gracia del Espíritu Santo que reciben por la imposición de mis manos y la oración de consagración, son configurados con Cristo – Siervo de Dios y Buen Pastor, con todo lo que ello supone e implica.
Ustedes lo expresaban en su tarjeta: “Doy gracias Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio” (1Tim 1,12). Precisamente el Señor, por esta ordenación, los capacita para hacerse pequeños y humildes, para acompañar y compartir los sufrimientos del pueblo de Dios y para ofrecer su vida por todos.
Se fía de ustedes y los capacita para actuar en su nombre en las dimensiones fundamentales de la vida de la Iglesia: en el servicio de la Palabra, en el servicio de la Liturgia y en el servicio de la Caridad. Sin dejar de servir en los dos primeros, recuerden con la primera lectura, que el diaconado nació precisamente para el servicio de la caridad en la comunidad cristiana.
El Señor, a ustedes también les declara su amistad: “A ustedes los llamo amigos”. Es una amistad sincera, porque comunica todo el tesoro que trae del Padre y que beneficia a todos los hombres. Pero es una amistad comprometedora, muy comprometedora: los asocia de una manera muy íntima a llevar adelante los mismos signos de su amor, a reflejarlo de la manera más luminosa como servidor de la humanidad. “Permanezcan en mi amor”: invitación y petición del amigo Jesús. El verdadero amor consiste en servir de manera decidida y total: “No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos”; si, la radicalidad del servicio es la capacidad de dar la vida por los demás.
Amigos de Jesús llamados a tener la misma actitud del Maestro: lavarle los pies a todos, conocidos y no conocidos; preocupación real por los necesitados, atención a los enfermos del cuerpo y del alma; vivir y enseñar la solidaridad. Y veamos esto mismo en palabras del Papa Francisco: “Ser capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de compadecer sus heridas” (Francisco – Mensaje de oración por las vocaciones 2015). Y en el mismo sentido:
“La Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la Palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados” (ídem).
Para cumplir esta misión, el diácono recibe en su ordenación unos carismas que se resumen en la “caridad pastoral”. Es un don del Espíritu que lo identifica con el amor del Buen Pastor y lo alienta a abajarse y hacerse pobre para enriquecer a los demás; lo capacita para prolongar y actualizar el mismo servicio de Jesús Siervo en un amor concreto a su comunidad, en una actitud de servicio y una disponibilidad de entrega.
Y unido al don de la caridad pastoral está el don de su entrega amorosa por medio del celibato. Este don es fruto del amor de Cristo por ustedes y el signo por parte de ustedes de su amor y consagración a Él. Es la demostración de su entrega radical que los abre a una paternidad universal como es la de Dios para todos los hombres.
Sólo el amor en salida, el amor capaz de dar la vida explica el celibato de los sacerdotes. Y de este amor totalizante es que el Papa afirma: “Quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su Reino”… “Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido”.
Queridos hijos, bienvenidos al orden de los diáconos; bienvenidos a ser parte de los ministros del Señor en esta Iglesia Particular de Sonsón – Rionegro. Necesitamos muchos obreros en el campo del Señor, pero necesitamos obreros cualificados, con una espiritualidad sólida, llenos del amor de Dios, ardorosos evangelizadores y misioneros del dueño de la viña. Jamás podrán ser cargos de privilegio que los separe del resto de los cristianos, sino ministros insertados dentro de la comunidad como servidores permanentes.
Ya no tienen fecha de vencimiento en su configuración con Cristo Servidor, es una dimensión fundamental y permanente que nunca debe desaparecer en su actividad apostólica. Son para siempre servidores (en un tiempo ya también como presbíteros) de Dios para su pueblo santo. Aspiren sólo a ser “mejores servidores”.
La Virgen María, mujer joven que no dudó de entregar su proyecto de vida a su Señor, les permita salir de sí mismos, confiados en que el Señor que los ha llamado y se ha puesto en sus manos consagradas será siempre su alegría en el camino que les haga recorrer.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón – Rionegro
Escuchar la Homilía.