Ordenación diaconal de:
Juan David Carmona Jaramillo, León Darío Castañeda Osorio, John Edward Cotrina Espinosa, Manuel Alejandro Garcés Restrepo, Oscar Arley Giraldo Ramírez, Sebastián González Giraldo, Jorge Leonardo Guerra Guerra, Diego Alejandro Prado Pavas, Edwin Andrés Quintero Clavijo, Daniel Alberto Quintero Salazar.
Catedral de San Nicolás, Rionegro
1Sam 3, 3b-10.19 Salmo 39.
Rom. 8, 35.37-39 Juan 15, 9-17
Agosto 4 de 2018
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Dos significativos acontecimientos nos reúnen en esta celebración festiva de hoy.
Aprovechando esta gran reunión de fieles, de consagrados y consagradas y de sacerdotes, queremos recordar que hace 50 años, este templo parroquial de San Nicolás, fue elevado a la dignidad de concatedral al lado de la catedral de Sonsón. Desde ese momento nos denominamos: Diócesis de Sonsón-Rionegro. Fue el Papa Pablo VI en abril 20 de 1968 quien concedió esta dignidad a este templo arraigado en la historia de Rionegro, con unos inicios ya desde 1663; con una consolidación desde 1669, cuando fue erigido como templo parroquial y con un desarrollo posterior que conllevó una reconstrucción que se inauguró 1804, que básicamente, con algunas modificaciones es nuestro templo actual.
La razón: que “la ciudad popularmente llamada Rionegro, y que está situada en la Diócesis de Sonsón, ha progresado en todo orden durante los últimos tiempos…”. Es innegable, constatable por todos, el avance de esta ciudad y su entorno “en muchos aspectos como el económico, empresarial, médico, educativo y muchos otros”, su rica historia, su tradición de fe, su pujanza y su localización. Todo esto, hace merecida esta designación, que añade “otra corona más” a esta noble ciudad de Rionegro.
Y, el segundo acontecimiento: recogemos una abundante cosecha con la ordenación de estos 10 hermanos nuestros, que ingresan al orden sacerdotal en el grado de diáconos.
Una catedral es la sede del Obispo, es su cátedra de enseñanza y lugar apropiado para desplegar su trabajo santificador. La ordenación de este grupo de diáconos es un digno acontecimiento para conmemorar los 50 años de este hermoso templo como concatedral diocesana.
El misterio de la vocación:
Las lecturas proclamadas nos permiten penetrar en el misterio de la vocación, sin el cual no entendemos la misión a la que son destinados estos hermanos que van a ser ordenados diáconos.
Dios es el que llama: “Samuel, Samuel”. Y esta iniciativa divina también aparece claramente en el evangelio: “No son ustedes quienes me han elegido, soy yo quien los ha elegido”.
Dice, esa primera lectura, que “la lámpara de Dios todavía no se había apagado”. La presencia de Dios es cálida, como una lámpara encendida; pero también significa que Dios “no duerme” y no deja de velar por su pueblo, ¡a pesar de todo! Que Dios nunca retira su Palabra y no deja de ser fiel a su promesa. “Jamás, jamás, Dios se desentiende de su vid” (que es el pueblo de su alianza) nos dijo el Papa en la Macarena. Su Palabra no deja de anunciar y de llamar.
Ustedes: Manuel Alejandro, Jorge Leonardo, Sebastián, León Darío, Diego Alejandro, Daniel Alberto, John Edward, Edwin Andrés, Juan David y Oscar Arley son una muestra concreta de que “Dios manifiesta su cercanía y elección donde quiere, en la tierra que quiere, y como esté en ese momento… como Él quiere” (Papa Francisco).
Allí mismo el Papa nos instó a mantener la confianza en el dueño de vid que no se desentiende de su Iglesia: “Somos parte de este cambio de época, de crisis cultural, y en medio de ella, contando con ella, Dios sigue llamando… Aún en medio de esta crisis, Dios sigue llamando”.
Ningún tiempo es oscuro para Dios, porque su lámpara permanece encendida. No desmayemos en la dinámica de nuestra pastoral vocacional porque no dudamos de la presencia activa de Dios que siempre está saliendo a nuestro encuentro y nos sorprende con la novedad de su misericordia. Toda vocación “de especial consagración” es la concreción de su iniciativa permanente de llamar instrumentos para su obra.
Dios llama por tres veces a Samuel. Los primeros intentos fracasan debido a la inexperiencia previa frente a la Palabra de Dios del joven Samuel. Normalmente, en una vocación, se recorren muchos pasos, se superan diferentes etapas hasta llegar al reconocimiento de la llamada del Señor. Dios no deja de insistir y de esperar… No siempre la respuesta es positiva…
En el caso de Samuel, la ayuda experimentada del anciano Elí fue vital para discernir que era Dios quien llamaba. Elí lo invita a una actitud de disponibilidad sincera. Y Samuel aprende, con la docilidad y disponibilidad que caracterizan su edad juvenil (el Papa recalca es cualidad positiva: “los jóvenes son así, tienen coraje”), a ofrecerse, con el don de su propia vida, con prontitud y decisión: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.
Ustedes también, en su caminar vocacional, han tenido guías. Sus mismas familias, los sacerdotes que han trabajado en sus parroquias, sus formadores, sus directores espirituales, sus mismos compañeros… que les han ayudado a reconocer la autenticidad de la llamada del Señor, que han avalado su experiencia profunda de Dios y que hoy en un representante han respondido: “Doy testimonio de que han sido considerados dignos”.
Quiero remarcar, que la vocación se decide en el secreto de nuestra libertad y es respuesta personal, pero permite la dinámica del testimonio. Llegamos a Jesús por mediación de otros. Esto es clave en una pastoral vocacional: se necesitan auténticos testigos, que sepan presentar al Señor y favorecer el encuentro con Él. Por eso es tan nefasto el antitestimonio que podamos dar las personas consagradas.
Por eso, que lo de ustedes sea realmente cosa de Dios y no un capricho o una vaga ilusión, es algo que les incumbe personalmente. El sí de hoy (que equivale al “habla Señor, que tu siervo te escucha” -de la primera lectura- y al “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad” del Salmo) ha de manifestar el momento de su madurez vocacional, del pleno conocimiento y conciencia de su respuesta, de la experiencia que hoy quieren hacer definitiva. No tienen la disculpa de ser demasiado jóvenes para no entender lo que hacen.
¿Están claros de reconocer a Jesús como meta de su corazón y de ser capaces de permanecer continuamente en su compañía y a su servicio?
Es que escuchar la voz de Dios, que llama por el nombre propio, se convierte en un reto para la vida personal de cada uno de ustedes; un reto que no todos saben afrontar. Porque hay unos que frustran la llamada y no se atreven a decir sí; u otros que lo dan sin medir las consecuencias y después salen con un “chorro de babas…”. ¡Escuchar y responder!: con lucidez, con decisión, con alegría, sin miedos… es lo que constituye la concreción de una vocación, de un proyecto único de vida.
La vocación, que proviene del amor de Dios, es una llamada fascinante, que “no deja dormir”. El Señor llamó a Samuel interrumpiendo su sueño. Siempre inquieta, pero nunca es molesta, ni un estorbo para quien la recibe.
Es la obra del Señor, de su amor, que hoy con el sacramento del Orden, en el grado del diaconado, les concede la gracia de su Espíritu, que los configura con Cristo Siervo; que los compromete totalmente y renueva todas las fibras de su ser: para que puedan permanecer en su amor.
El Evangelio trae la invitación especial que el Señor les hace es: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor”. Permanecer en el mismo amor del Señor es su programa de vida como consagrados a Él por el sacramento del Orden.
El Señor los ha llamado para involucrarlos en lo que Él, Buen Samaritano, hizo: dar su Palabra, su consuelo, su salvación y, sobre todo, su vida. Es a través de ustedes que Jesús sigue haciéndose presencia viva, compasiva y consoladora. El diácono es la representación actual y resucitada de Cristo Servidor; el que ama con el amor de Jesús.
Hoy hacemos memoria del Santo Cura de Ars. Cuando se le encomendó la parroquia de Ars, el vicario diocesano le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia, usted procurará introducirlo”. Y cumplió con creces la tarea: encendió en el amor al Señor, que ardía en su corazón sacerdotal, a todos sus feligreses. Realizó el milagro del amor, no con su ciencia, ni con su salud que era precaria, ni con dinero; lo hizo con su santidad personal, con su unión muy profunda con Dios. A punta de oración, de penitencia, de total entrega y pura humildad irradió a Dios, para la conversión y la salvación de muchísimas personas.
El Papa Francisco nos ha descrito la verdadera caridad: “Amar a Dios y al prójimo, no como algo abstracto, sino profundamente concreto; significa ver en cada persona el rostro del Señor para servirle con eficacia”. El amor siempre tiene que tener rostro, no es etéreo. Siempre estar al lado de esas situaciones existenciales concretas; siempre cercanos a la gente y a sus necesidades, con un corazón compasivo. El llamado y enviado tiene que ser capaz de ver a Dios, de descubrirlo, de escucharlo en las realidades de la propia vida personal y en las realidades de los que lo rodean.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? Se pregunta San Pablo en la segunda lectura. Y responde que “nada podrá apartarnos del amor de Dios”.
Queridos Oscar Arley, Diego Alejandro, Juan David, León Darío, Edwin Andrés, Sebastián, Jhon Edward, Jorge Leonardo, Daniel Alberto, Manuel Alejandro, ustedes son beneficiarios de un amor de predilección por parte del Señor al compartirles su sacerdocio de servicio en favor de todos los hombres y mujeres de este mundo. Que nada los aleje de este amor: ni el cansancio, ni la pereza, ni la comodidad personal, ni el fastidio, ni la indiferencia, ni la tibieza espiritual, ni el desgano de servir, ni los halagos del mundo, ni ningún interés egoísta.
¡Nada los separe del amor de Dios! ¡Permanezcan en el amor del Señor! Es la segura condición para que la alegría del Señor “esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud”.
En su oración, repitan: “habla Señor”. Sean incondicionales “escuchas” del Señor, favoreciendo siempre un ambiente sereno y de silencio interior. El tiempo para Dios y con Dios hace parte de la esencia de ustedes, que hoy son hechos “hombres de Dios”, por la ordenación que reciben.
Estamos en este templo, cincuentenario como concatedral de nuestra Diócesis. En él resplandece la imagen patronal de Nuestra Señora de Arma. Invoquen su protección y su guía: no hay mejor acompañante para la vida ministerial que la Santísima Virgen María.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón-Rionegro
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