Homilía en la Celebración de la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen

HOMILIAS

Celebración de la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen
La ceja, julio 22 de 2012

Devoción a la Virgen del Carmen
La tradición y la popularidad de esta fiesta sigue marcando el alma creyente de todos nosotros. Por eso estamos aquí, hoy, culminando nuestras fiestas patronales, adhiriéndonos devotamente a esta Advocación de María, Madre del monte Carmelo que se ha entrañado en nuestra identidad de pueblo cristiano.
En nuestro pueblo cejeño, María ha hecho sentir su patrocinio; la sentimos que nos ha tomado como sus hijos para atraernos y conducirnos al Buen Pastor. Hoy le podemos pedir: «Virgen del Carmen, dulce patrona, de los que tanto te aman, sé fiel pastora».
Es conmovedor cómo ella ha manifestado su venerable presencia a través de esta advocación del Carmen. Por eso hoy emocionados, engalanamos nuestro corazón para rendirle nuestro filial homenaje, que nos dispone a estar atentos a sus palabras: «hagan lo que Él les diga».
Agradecemos a la familia López Cardona, que ha asumido la responsabilidad de acoger el sentir creyente de todo nuestro pueblo, para concretizarlo en estas fiestas patronales en honor de la reina y Hermosura del caramelo. Nos unimos a la gozosa acción de gracias de las bodas de oro matrimoniales de los que han dado origen a esta querida familia, don Jesús Antonio y doña Rocío.
Tomo solamente dos aspectos de la fiesta de nuestra madre celestial, que armonizan con el mensaje que la liturgia de la palabra nos trae en este domingo.
María fuente de bendiciones en la sequía
Sabemos que la intervención del profeta Elías, en el episodio de la «nubecilla» se da después de un largo tiempo de sequía. Sin agua, hay tierra reseca, y por lo tanto tiempo de hambruna. Simbólicamente es la imagen de una vida árida, sedienta, llena de necesidades.
Los carmelitas interpretaron la nube de la visión de Elías como un símbolo de la Virgen María Inmaculada, que al aparecer en este mundo, «pequeña» ante Dios, como esa nubecilla, nos trajo la manifestación más grande de la gracia, nos trajo la más bella noticia: Jesucristo, salvador de todos los hombres, fecundidad de Dios, lluvia de bendiciones y gracias para un pueblo necesitado.
Pueblo necesitado, como la multitud que seguía a Jesús, según nos narra el Evangelio; y que Él describe como «ovejas sin pastor». Eso quiere decir, un pueblo defraudado por sus pastores, por sus dirigentes, que en la queja del profeta (I lectura), se aprovechan de las ovejas, las alejan del buen camino, las dispersan y las hacen perecer. Un pueblo desorientado y abandonado. Personas desamparadas por sus dirigentes, sumidos en el sufrimiento, la soledad y el desconcierto. En medio de su situación, no tienen a quien recurrir, no tienen pastores que los guíen y los defiendan. Es la sensación de vacío y sinsentido de muchos en nuestra sociedad.
¿Por qué Jesús es lluvia fecunda, que procede del vientre bendito de María, para bien de la humanidad?
Porque Él «VE», mira con atención, observa la situación y descubre las necesidades más profundas de la humanidad, de nosotros.
Y «se conmueve»: porque tiene el corazón del buen pastor, que no está atado a normas sino al amor de Dios. Por eso sintoniza y comparte los sentimientos y situaciones de la gente. El conoce y se mueve a compasión por nuestra sociedad desigual y moralmente injusta; por nuestras preocupaciones ante un sistema de salud tan deficiente y corrupto que propicia el llamado «paseo de la muerte»; por el despojo de tierras a campesinos y por las amenazas a los reclamantes de sus propias tierras; por una justicia parcializada a favor de intereses económicos y políticos; en fin, por nuestras preocupaciones ante la deshonestidad rampante de muchos dirigentes y la desconfianza generalizada ante nuestra clase política… El Señor se compadece de nuestra «llagas», de nuestros sufrimientos, de nuestras desesperanzas… porque estamos «como ovejas sin pastor».
Por eso, Jesús, es en definitiva el Buen Pastor, en quien se cumplen de la mejor manera las profecías de Jeremías: suscitaré un «vástago legítimo que actuará con justicia». Jesús encarna el amor de Dios, que quiere pastorear a su pueblo, que se mueve a compasión con los débiles, ama y respeta a los humildes; que viene a instaurar un reino donde triunfe la justicia. Que viene a reunir las ovejas dispersas, a derribar el muro que divide a los pueblos. Jesús es la mirada de compasión que Dios tiene sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros. No nos deja en la desorientación y en la búsqueda de sentido, por eso nos ofrece el alimento de su Palabra («Se puso a enseñarles con calma»), el alimento que puede dar vida a su pueblo. Ofrece una manera nueva de vivir.
Gracias María por ¡derramarnos a Jesús! Como lluvia salvadora. Y gracias madre del Carmelo, que dolorosa, acompañaste a tu Hijo hacia el calvario, para estar también cercana a nuestras penas y sufrimientos de cada día. Hoy los pobres, los enfermos, los que sufren alcanzan de ti fuerza y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades. Eres nube de esperanza, eres consuelo, eres Madre que nos ofreces el fruto bendito de tu vientre.
Invitación a la contemplación
El Monte Carmelo es Monte sagrado, que atrae a los que como Elías, sienten el celo por el Dios vivo. Recordemos que el profeta Elías, encontró refugio en este monte para mantener la fidelidad al Dios único y para defender con arrojo arrojo la pureza de la fe en ese Dios vivo y verdadero.
Inspirándose en Elías surgió la orden contemplativa de los Carmelitas, que acogió como patrona a la Virgen María. Ella, madre de los contemplativos, les indicó, desde su ejemplo de oración y contemplación, su forma de vida de dedicación a Dios.
Por eso el Monte Carmelo, es signo del camino hacia Dios. Representa la cima de la perfección. Indica simbólicamente el monte de la plena adhesión a la voluntad divina.
Que por intercesión de María, podamos llegar hasta Cristo, monte de salvación. Ella siga ayudando a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración. Ella nos está invitando hoy a todos a escalar esa montaña.
Es la misma invitación que hace Jesús a sus apóstoles cuando «Los llamó aparte, para descansar», para estar con Él. Les propone un descanso en un lugar retirado (ese lugar retirado, simbólicamente es el Monte) para reponer fuerzas.
Es posible que no seamos conscientes de la necesidad de retirarnos, o mejor, el mundo que vivimos tan acelerado y tan superficial, que nos descentra de nosotros mismos, no nos permite descubrir esta necesidad. Pero es real y urgente: tenemos necesidad de lugares y espacios de paz y de oración, de quietud y descanso (necesitamos carmelos). Para descansar en Jesús, escuchar y aprender de Jesús, para ser renovados en Él.
Necesitamos pausas en el camino ruidoso de la vida. En la vida estamos atareados, vamos y venimos, compramos y vendemos, gritamos y reímos. Estamos siempre cansados por tanto ajetreo. Y nuestro espíritu en vez de robustecerse, se debilita, se entristece, y se entumece (sólo pensemos en los deseos de suicidio de no muy poca gente). Damos vueltas en el vacío, se pierde la paz en el corazón. Se siente decepción y desgano para enfrentar la vida. Sentimos que necesitamos de algo o mejor de Alguien, elevar el espíritu, subir a la montaña, cuando nos sentimos bloqueados, cuando se apaga el fuego en nosotros y transmitimos frialdad, cuando perdemos el impulso, cuando no aportamos nada positivo a los nuestros y antes estamos obstaculizando el camino.
La vida, y el Evangelio mismo no es sólo trabajo, misión, activismo, es también tiempo de gozo y de comunicación personal con el Maestro – contemplación -, para percibir el don más importante, Dios mismo. Estar solos con el Señor, a ver si recobramos en Él el equilibrio humano, la mirada optimista, la paz interior, serenidad de ánimo, el buen humor, los deseos de vivir, el fuego del amor.
Para el descanso del cuerpo sabemos qué hacemos. ¿Y qué para el descanso del alma? Hay que cultivar el espíritu, fomentar la vida interior, acercarse a Dios. Sintamos esa invitación de nuestra madre del Carmelo, así como fue aliciente para los eremitas que buscaban una vida de santidad. Ella nos hace sentir la necesidad de llegar a Cristo, el monte de salvación para acoger su presencia, su palabra y su espíritu para seguir edificando nuestra vida en Él, para descansar en Él, conectarnos con Aquel que puede alimentar nuestras vidas de sentido.
No es sólo un llamado para las hermanas carmelitas, a las que Santa Teresa invitaba a «Vivir en soledad, abiertas a la intimidad con Cristo; en la práctica de la oración y mortificación para participar activamente en su pasión redentora». Es un llamado para nosotros, para que encontrándonos con el Señor en momentos de intimidad, en la oración personal y comunitaria, en la celebración eucarística de cada domingo, recuperemos la paz y transformemos con la fuerza positiva del Evangelio nuestra vida personal, familiar, laboral y social.
Finalmente
María nos habla siempre de Jesús y en sus mensajes nos remite a la conversión.
Si agudizamos nuestro odio interior y sobre todo nuestro amor a María, en esta fiesta solemne, escuchamos su voz maternal, cargada de dulzura y autoridad, que nos hace el llamado evangélico a ser buenos cristianos.
María siempre realiza una atracción irresistible en nosotros. Ella constituye una puerta abierta hacia el desarrollo de la fe para cada uno de los bautizados. María hace posible el encuentro vital y saludable con Cristo, su Hijo… Esa es su misión. Ella puede llegar a donde la actividad ordinaria de la Iglesia no alcanza fácilmente a llegar. Su presencia humilde, su belleza atrayente, su santidad refrescante inspira, aún en los más alejados y más sumidos en el pecado, el deseo de un encuentro auténtico con Jesús y la necesidad de una conversión real. Nos predispone a una renovación personal y social. Cada celebración mariana no puede dejar las cosas como están. Ojalá se esté operando este milagro mariano en los que hemos celebrado esta semana esta fiesta.
Ella, asunta al cielo, es Madre intercesora de gracias para las personas y familias cristianas. Es intercesora ante el Padre. Nos acompaña en nuestra vida. En las alegrías y en las penas; en la soledad y en la compañía. Recurrimos hoy a ella para que intervenga en nuestro favor. ¡Cuánta seguridad, fortaleza y esperanza encontramos en ella y por ella!
Felicitaciones a esta comunidad que tiene a tan insigne patrona. Felicitaciones a los transportadores que la invocan como especial protectora en sus vidas y sus trabajos.
Felicitaciones a las personas que llevan el nombre del Carmen (Carmen, carmenzas, carmelos), que les recuerda la belleza de María y los marca con un compromiso y una misión, al estilo de la primera creyente, María.
El escapulario, este hábito carmelitano, se signo de nuestra devoción mariana para cada uno de nosotros:
– De la protección segura de nuestra madre María, y de nuestro amor de buenos hijos a ella.
– De nuestra consagración a su corazón inmaculado, y de nuestra pertenencia a ella.
– De nuestra disposición a dejarnos guiar, enseñar y moldear por ella, para vivir nuestra vida cristiana en santidad.
– De nuestra consciente renuncia al pecado y de nuestro compromiso de servicio a los hermanos.
– De nuestra conciencia de llevar el vestido nuevo de la fe y de la alegría cristiana de estar revestidos de Cristo.
«Tu escapulario, ¡Oh, Madre de amor! Es signo cierto de salvación.
Siempre en mi pecho llevaré, con él al cielo yo volaré».

Amén.


+ Fidel león Cadavid Marín

Obispo de Sonsón-Rionegro

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