Celebración 100 años
Hermanas Carmelitas Descalzas, en la Ceja
Marzo 12 de 2012
Basílica Nuestra señora del Carmen
Muy queridas Hermanas Carmelitas, y toda esta comunidad celebrativa que se alegra con este centenario de la llegada de las Hermanas a este Municipio,
La historia nunca es casualidad, sino voluntad de la Providencia.
Dios siempre se vale de muchas personas, que van tejiendo una obra maravillosa, con puntadas que van confluyendo para bien de los que “aman al Señor.
Decían en la narración de la historia que se hizo al inicio: “De esta casta venimos… de la tradición espiritual del Monte Carmelo, de aquellos padres, acunados por la Virgen Madre, de Santa Teresa de Ávila…
Pero también vienen y venimos de Abraham, “campeón de la fe”. Y más aún, el real comienzo de todo está en la mente y en el corazón de Dios que “desde siempre nos ha elegido para ser santos e inmaculados ante Él por el amor”.
Hermanas, ustedes hacen parte de ese “SI”, que Dios siempre está esperando de nosotros. Ustedes han hecho y, hacen, historia de Salvación, recogiendo una santa tradición de sus antepasados y actualizándola a cada momento durante estos largos y luminosos años.
Es, entonces, una historia de fecundidad. Recordemos la respuesta al Salmo: “Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas”. Hijas de hijas, unos conventos que generan unos nuevos… Tantas que han salido, al ejemplo de Abraham, pero también a ejemplo de Santa Teresa, denominada la «andariega» de Dios… De tantas que han salido dejándolo todo, con la esperanza de encontrarlo todo en Dios, porque sólo “Él basta”.
Del Monasterio de San José (en Medellín), en el mes que celebramos su fiesta, salieron a fundar una nueva casa, un nuevo “palomar”, “remedo de la casita de Nazareth”.
¡Qué buen nombre! Sagrada Familia, Jesús, José y María. Una familia de santos – en la máxima sencillez de vida – en obediencia alegre al Dios de la historia – en la unidad de un mismo amor – en la esperanza cierta del cumplimiento de las promesas… ¡Una familia, una comunión, un solo amor en el Amor!
Cinco religiosas: Magdalena del Corazón de María, Joaquina de la Santísima Trinidad, María Ignacia de Santa Teresa, Catalina del Niño Jesús de Praga y María de San Eliseo, salieron hace hoy cien años a funda en la Ceja.
No sabían, como Abraham, que les deparaba esta obediencia.
No sabían que iban a ser “fortín de Dios”, en esta tierra siempre bendecida por el Creador.
No sabían que iban a “enriquecer” con el convento la fe den una Ceja llena de realidades religiosas.
No sabían que iban a florecer y que los años no serían señal de envejecimiento, sino de fortalecimiento y novedad.
No sabían… pero confiaron… Y Dios no defrauda. Y Dios a quienes elige, los convierte en fuente de bendición.
¿Cuántas luchas y sacrificios! ¡Cuántas preocupaciones y penurias! ¡Cuántas colectas y actividades! ¡Cuánto entusiasmo y fraternidad! ¡Cuánta buena voluntad! ¡Cuánta oración! Para que el convento fuera una realidad…
Pero todo era insignificante frente a “la esperanza de que siquiera se salvara un alma” (Como dijo una de las protagonistas de la época, Ana Raquel).
Pero son muchas las almas que han pasado por las oraciones de estas queridas hermanas; tantas almas que se han inspirado en su alegre espiritualidad; Tantas almas que han encontrado en el silencio el mejor ambiente para el recogimiento, la escucha Dios y la meditación; tantas almas que se han acogido a la dulce protección maternal de la Santísima Virgen María; tantas almas que se han dejado contagiar por la profunda paz de estas “monjitas” “enamoradas de Dios… ¡Son tantos los bienes espirituales que se han derramado para los cejeños a través de la presencia de este convento!
Y como nos contaban, hace 100 años, al conocerse la noticia de la fundación del convento fue motivo de alegría y de hacer un Te Deum de acción de gracias, hoy también nos reunimos para dar gracias al Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Y podríamos unirnos a la oración del Salmo, con su primera estrofa:
“Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana, tu fidelidad todas las noches” (Salmo 91).
A su llegada, las hermanas fueron recibidas en las afueras de la ceja, por los sacerdotes y la comunidad. Hoy, en el centro religioso de la ceja, en esta Basílica, dedicada precisamente a la Santa Madre del Carmelo, nos reunimos con nutrida asistencia y representación para rodear y felicitar a esta comunidad Carmelita, que son el presente de esta historia centenaria.
La primera Eucaristía que celebraron al otro día de su llegada, lo hicieron en una capilla provisional. Hoy la celebramos en esta basílica, templo de todos, pero “fuera de casa” (fuera del convento), en espera de tener una nueva capilla. Porque el Señor las llamó a salir del convento que fue su casa por 98 años y les ha señalado otro lugar.
Un agradecimiento muy sentido a las Hermanas Siervas de la Iglesia que han permitido la permanencia de la Hermanas Carmelitas en la Ceja, durante este espacio de peregrinación mientras Dios dispone la nueva morada que está en construcción, que esperamos sea “su casa de Nazareth” por muchísimos años más. Sea, como hermosamente llama el Papa Benedicto a los conventos religiosos: “un oasis del espíritu en los que Dios habla a la humanidad”, sea ese lugar de “belleza sencilla y austera, que refleje la armonía espiritual que la comunidad misma intenta realizar”.
Desde ese nuevo monasterio, seguirá la obra de Dios. Seguirá la presencia carmelitana, seguirá la benéfica fuerza de oración sobre los habitantes de la Ceja y sobre la Iglesia Diocesana.
Hermanas, la celebración de estos cien años les permita fortalecer y enriquecer su carisma.
Que puedan seguir manteniendo vigente su consagración religiosa, en íntima amistad con el Señor Jesús, imitando el ejemplo de la Virgen María, mujer de fe y sierva del Señor, discípula misionera de su Hijo.
Que vivan su vocación de contemplación que las lleva a unirse con el Dios Vivo, y se llenen de un gran fervor apostólico.
Que vivan la comunión fraterna, con “sencillez, autenticidad, alegría y suavidad” para cumplir el deseo de Jesús “que todos sean uno” como el Padre en Él y Él en el padre, para que el mundo crea.
Que resuene en ustedes permanentemente la Palabra de Dios –siempre viva y eficaz-; y eleven (como sube el incienso en la presencia del Señor) una oración pura que abrace a toda la Iglesia y a toda la humanidad.
“Queremos cantar eternamente las misericordias del Señor y anunciar su fidelidad por todas las edades”.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Diócesis de Sonsón-Rionegro