Guatapé, diciembre 10 de 2014
Textos: de la misa de Navidad, de la noche: Is. 9, 1-6; Tito 2, 11-14; Lc 2, 1-14.
“El amor encendido del Señor Omnipotente lo va a realizar” (I lectura).
Navidad, un misterio de amor.
Los invito a adentrarnos en el misterio de la Navidad. Si es misterio no es para entender, sino para asombrarnos, para contemplar y disfrutar. Un misterio que nos arrulla y nos colma de felicidad.
Navidad es pura presencia del misterio, propicia para ver lo invisible y hablar de lo que no tiene nombre en pesebres, villancicos, novenas, árboles, luces, tarjetas, aguinaldos… Donde el misterio se manifiesta, pero se esconde y por eso deja el corazón expectante, ansioso, vigilante.
El misterio no es un concepto, ni una cosa, aquí es persona humana y divina, que se vuelven una en el pesebre. Es un prodigio de amor.
Y a la vez es un gran escándalo. ¿No sería más cómodo que Dios permaneciera en el cielo y no se sumergiera en la débil condición humana, llena de límites y fracasos?
Realmente es un prodigio de amor. Un amor grande y verdadero es siempre un gran escándalo. Navidad es la fiesta del misterioso y escandaloso amor de Dios. Es la fiesta del amor apasionado de Dios por nosotros, perdidos, con la vida rota; un amor que no mira condiciones sociales y abraza por igual hasta el más pequeño de los hombres.
Dios quiere estar entre nosotros, y no lo hizo a través de un representante, sino que vino en persona, en Jesucristo.
Es el misterio de la encarnación. Hacerse carne, la nuestra, y nació de María.
¿De qué es capaz Dios? Es capaz de encarnarse, de rebajarse, de abajarse, de anonadarse. Dios es capaz de acercarse a los hombres hasta hacerse uno de ellos.
Ese es el escándalo: que Dios asuma nuestro barro. Es grandioso que Dios no nos haya despreciado (tendría motivo para hacerlo), que no nos haya juzgado negativamente; que no haya dicho ¡fo! de la miseria humana: ¡estos pecadores, estos despreciables, estos carisucios o mocosos!; cabeciduros… Dios no ha sentido “asco” de la debilidad humana, de lo que ha hecho bajo al ser humano. Lo escandaloso y maravilloso es que no toma la “apariencia de hombre”, sino que se hace realmente carne.
Dios no le tuvo miedo a los pañales y a la pesebrera; no lo espantó el “no haber encontrado sitio en la posada”.
Por eso tampoco tuvo miedo a la cruz y a dar la vida. La constante de Dios es ser capaz de dar, siempre dar. ¡Sólo lo explica el amor!
El Amor es capaz de todo, de todo lo bueno, de todo lo inimaginable.
El Amor es capaz de sorprender, de descrestar. Ante ese misterio es que hacemos silencio y nos llenamos interiormente de gozo.
“Desciende de las estrellas, oh Rey del cielo” (San Alfonso María de Ligorio). Si Dios descendió “de las estrellas” ¿No deberíamos nosotros bajar de nuestros pequeños pedestales de superioridad y de dominio, para vivir como hermanos, para ser servidores en serio?
Pero ¿Por qué hace Dios todo esto? Todo con una gran intención: Digámoslo con la misma Palabra proclamada:
“El amor de Dios se ha hecho visible a toda la humanidad, para traernos la salvación y enseñarnos cómo vivir en este mundo… Y llevar una vida moderada, justa y religiosa”. Y esa salvación es vida plena, es recibir lo bello y nuevo de Dios, como la posibilidad más alta para el ser humano.
“Un pueblo que andaba en tinieblas vio la luz de un gran día. Vivían en sombras de muerte, y una luz brilló”. Llenar de luz lo que es oscuridad y desesperanza.
“Él se entregó a la muerte por amor a nosotros, para librarnos de toda culpa y purificarnos, haciéndonos su propio pueblo, un pueblo lleno de celo por hacer el bien”. El amor es capaz de dar la vida para liberar, para rescatar.
Desde el amor, todo lo que parecía imposible, se hace posible: vivir en paz el lobo con el cordero, echarse juntos el tigre y el cabrito; crecer juntos el ternero con el león, la vaca con la osa…
Dios es libre y gratuito y quiere llenarnos de libertad y gratuidad.
Nunca será navidad para las mentes y los corazones cerrados, enfrascados en un pasado tormentoso, esclavos de pensamientos negativos y resentimientos. La vida cerrada, egoísta, amargada: no madura, sufre mucho, se enferma. Pierden descubrir la alegría del Evangelio, de descubrir el mundo maravilloso de Dios que es ternura, que no cobra, que no señala.
Todo lo grande de la Navidad, lo inspira un niño: “Porque nos ha nacido un niño, un hijo que Dios nos envía: ejecutor del plan divino… Príncipe de la paz”. “La señal: encontrarán a un niñito envuelto en pañales y acostado en una pesebrera”.
Un niño que no espanta, que atrae nuestra atención, al que es fácil sonreírle y hacerle muecas de afecto.
¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño. Eso es desarmante, Dios siempre nos sorprende con sus caminos… Tantas cosas que ni se nos ocurrirían…
Al mundo lo salvará un Niño, no el poder y el dinero. Al mundo lo salvará un Niño, es decir, el amor gratuito, la fuerza de lo débil… Por eso Dios se hace niño, ternura y esperanza. Si no nos hacemos como niños… Ya somos viejos, llenos de prejuicios y de caprichos.
La navidad nos debe abrir al primado de Dios. Él nos ha amado primero, nos ha “primereado”. Ha decidido amarnos, ha sido capaz de amarnos, así como somos, para ofrecernos algo mejor: Él mismo. Él fue capaz de bajar del cielo a la tierra (perderlo todo, arriesgarlo todo), para que nosotros pudiéramos pasar de la tierra al cielo. Es el mayor intercambio, el más gratuito, el más desigual, pero el Amor lo permite todo. Si Padre, así te ha parecido mejor. Lo único que quiere es nuestra felicidad. El amor no busca nada distinto, no alberga ningún interés insano: sólo el bien, sólo el bien.
Él sabe dónde y cómo podemos alcanzar la vida eterna y quiere conducirnos a ella. Sólo pone una condición: que hagamos uso del gran don de la libertad. La fe es la elección libre del camino que Jesús ha inaugurado con su nacimiento. La navidad es un llamado a nuestra vocación divina, a enamorarnos del camino de Jesús.
Invitación a la alegría. “Multiplicaste, Señor, los motivos de júbilo, hiciste crecerla alegría” “No tengan miedo. Les traigo una buena noticia que va a ser motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy nació su Salvador, el Mesías, el Señor”.
La vida del ser humano, después de penetrar el misterio de la navidad, no puede permanecer aburrida, apagada, triste. Estamos llamados a la alegría: “No puede haber tristeza cuando nace la vida” (San león Magno). No se trata de una alegría superficial y pasajera. Los cristianos sabemos por qué existe la alegría y el motivo para festejar solemnemente: “Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros”.
Gracias Padre, porque estas cosas las has ocultado a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Dichosos los pobres en el espíritu, dichosos los limpios de corazón. Dichosos los que se gozan con la cercanía de Dios y su ternura.
Dichosa, tú María, protagonista de la navidad, embelesada con el Dios niño envuelto en pañales; embargada del gozo de la Hija de Sión porque ha creído y atestigua la presencia del Dios Salvador en medio de su pueblo.
Alegrémonos hermanos. Amén
Pero añadamos unas preguntas: ¿Qué Dios predicamos? El que espanta o el que enamora.
¿Nuestro ministerio es una encarnación? La Palabra se haca carne en los que sanan, perdonan, hacen justicia, comparten y son misericordiosos. Recordemos: “El lugar de Dios es el mundo” (P. Chenu).
¿Nos da “asco” de nuestros hermanos? ¿Patrocinamos la cultura del “descarte”?
¿Mis gestos de amor, sorprenden, o por rutina pasan desapercibidos?
¿De qué somos capaces? El Amor nos capacita para toda obra buena… Una vida moderada, justa y religiosa.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón-Rionegro