Homilía en la ordenación de nuevos sacerdotes – enero 28 de 2021

HOMILIAS

Ordenación sacerdotal de:

José Eider Guzmán Valdés     David Enrique Hernández Padilla

Gabriel Alberto Jaramillo Vargas     Johny Alexander Posada Aguirre

 

Lecturas:

Isaías 61,1-3ª  / Salmo: El Señor es mi pastor nada me falta / 1Pedro 5,1-4  / Juan 10,11-16.

 

Muy querida asamblea reunida esta mañana en este templo parroquial de Nuestra Señora del Carmen.

Hay momentos decisivos en la vida de cada persona. Hoy es ese momento cumbre para José Eider, David Enrique, Gabriel Alberto y Johny Alexander. Es el acontecimiento que determina sus vidas para siempre: la acción de Dios, que los hace sacerdotes según el modelo de su Hijo, Único y Sumo Sacerdote y su aceptación libre de consagrarse definitivamente al servicio de Dios y de sus hermanos los hombres.

Jesucristo vivió su misión sacerdotal, porque fue ungido por el Espíritu de Dios. Espíritu que guío sus pasos en una entrega total por todos los necesitados de salvación, sin confines de pueblos y razas: los pobres, prisioneros, ciegos, oprimidos. Espíritu que lo condujo a su muerte redentora “voluntariamente aceptada”.

Con la ordenación sacerdotal en ustedes se cumple también ese momento culmen de la vida de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí”, para que convertidos en “otros Cristos” sean enviados a anunciar a todos los necesitados del pan material y del pan espiritual un alegre mensaje y sean ustedes mismos una palabra profética, que se hace vida. Para que actualicen con su predicación y su obrar la misma salvación de Jesús. “Siempre sostenidos y cubiertos por el Espíritu Santo” que aclara que sus obras no son humanas sino acciones de Dios.

David, Gabriel, Johny Alexander, José Eider:  sean conscientes que se entregan completamente al Señor, y no tienen derecho sobre ustedes. Se ponen cuerpo y alma a disposición del Señor: “¡aquí estoy para hacer tu voluntad!”. Y al pertenecerle solo a Dios, también el pueblo de Dios tiene derecho sobre ustedes: decirle SI al Señor, es también decirle SI a su pueblo santo. Su Señor Jesucristo, con el que ustedes se configuran por el sacramento del Orden, no tuvo más pasión que darle gloria al Padre y no reservarse nada por el bien salvífico de toda la humanidad.

Por eso es el Buen Pastor, que tiene características muy definidas y conocidas: “El buen pastor da su vida por las ovejas”. El Buen Pastor “Conoce sus ovejas, y las ovejas lo conocen”. En Jesús eso no fue carreta, fue la esencia de su vida.

El Buen Pastor se traduce también como “el Pastor de la personalidad fascinante”. El Pastor del amor bello, el amor bello que tiene su expresión máxima en la entrega total que da la vida en abundancia.

No es el pastor ignorante o superficial, sino el que conoce a sus ovejas y por eso las ama. Pastor que no las abandona, ni en época de conflicto, ni en época de normalidad, ni en época de pandemia. No “huye”, porque las ovejas hacen parte de Él, son suyas.

Es el Pastor que da seguridad, que infunde confianza: “Aunque camine por cañadas oscuras ningún mal temeré porque tú vas conmigo”, es decir, garantiza que está presente (eso significa el nombre de Dios “Yo soy”, “Yo estoy”). Está presente en los momentos más tenebrosos, cuando la oveja está al borde del precipicio, cuando la vida de las personas está expuesta, insegura. La “presencia” es una característica de todo buen pastor: “estar ahí”, a disposición. No la ausencia, la distracción, ni la lejanía.

Y se “está ahí” para cuidar. Es otra característica central del buen pastor, con todo lo que entraña cuidar la vida de los otros, hacerse responsable (encargarse) de la suerte de los otros; cuidar como el buen samaritano, a la humanidad herida (los pobres, los de corazón desgarrado, los cautivos, los afligidos); cuidar porque considera que si el otro le pertenece a Dios, también hace parte de su vida (la vida del pastor se compenetra con la de sus ovejas); el buen pastor, como Jesús, se siente afectado por las necesidades del otro, se compadece y se pone a disposición para curar, aliviar, para dar vida, para despertar vida y esperanza donde quiera se necesiten.

Para ustedes, que recibirán hoy su ordenación sacerdotal, resuena muy oportuna la exhortación de la Carta de San Pedro, que no necesita mayor comentario:

Sean pastores del rebaño de Dios que tienen a su cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndose en modelos del rebaño”.

“¡Conviértanse en modelos del rebaño!”: Actúen de tal manera que puedan los demás, como dice San Francisco de Asís, “leer el evangelio en sus vidas”.

Gabriel, Johny Alexander, José Eider, David: Jesús los constituye pastores de SU rebaño y Él se convierte en su único referente: el Buen Pastor, tan bueno, que pone toda su vida a disposición. Acepten hoy esa invitación a la entrega total de su vida, sin cálculos ni intereses humanos, sigan a Cristo Crucificado y resucitado… No vale el amor recortado, ni la entrega a cuentagotas. No se pongan ustedes mismos en el centro y opten por ir contracorriente viviendo según el Evangelio (Cf. Benedicto XVI). Dios los ha llamado no para que sean el número uno ante los ojos del mundo, sino para que Dios mismo pueda ocupar el primer puesto en sus vidas… y hagan que muchos encuentren a Cristo como camino de vida y salvación.

Nunca olviden que el Espíritu de Jesús, el cual reciben en su ordenación y en el cual están llamados a vivir, es no buscar ser servido sino servir. En Jesús Dios se hizo siervo por amor. No existe otro poder en la Iglesia que el SERVICIO, que “tiene su culmen luminoso en la cruz” (Francisco); el Papa nos pone como referencia “el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños… Solo el que sirve con amor sabe custodiar” (Francisco). La ordenación los hace, queridos hermanos Johny Alexander, José Eder, David Enrique y Gabriel Alberto, profesionales del servicio: ya no están llamados a servir de vez en cuando, sino a vivir sirviendo. El servicio es ya su estilo de vida sacerdotal.

Ese servicio supremo de Jesucristo, que por salvar al hombre muere por amor para rescatar al pecador, es la caridad pastoral de Cristo, que se sigue prodigando en la Iglesia por medio de sus sacerdotes. Con razón el Santo Cura de Ars define al sacerdote como “el amor del Corazón de Jesús«, en la medida que, en el sacerdote, que prolonga a Cristo en el mundo, debe continuar haciéndose presente la misericordia, en una humanidad que siempre la necesita.

Sabemos que los sacerdotes ejercemos este ministerio desde la debilidad. Ustedes han sentido el temor reverencial de “quedarse cortos” ante la grandeza y la responsabilidad de la vocación a la cual Dios los ha llamado. Solamente no flaqueen en el amor y la confianza en el Señor, para que no caigan en las tentaciones de la comodidad, del desaliento, y del cansancio. No pierdan el convencimiento de que la fuerza de su ministerio está en la verdad del Evangelio y en la fuerza del Espíritu de Dios. Santa Edith Stein nos ayuda a “comprender cada vez más nuestra total insuficiencia, pero, al mismo tiempo, la posibilidad de ser instrumentos de la gracia”.

Tienen a la mano, queridos Gabriel, Johny Alexander, José Eider y David, los elementos para confiarse en la gracia del Señor. El alimento nutritivo de la Eucaristía, la iluminación de la Palabra de Dios y el sostén de la oración.

Ser hombres eucarísticos, de la Palabra y de oración les garantiza mantener la intimidad con el Señor. Sin el alimento de la Eucaristía, la Palabra y la oración la fe se debilita y el ministerio pierde fuerza, contenido y sentido. Cuando se pierde a Jesús del horizonte se pierde la fuente de la alegría, del encanto y comienza la vacilación y la dispersión.

Hermanos diáconos, como Iglesia del Señor, nos alegramos de poder contar con ustedes como nuevos sacerdotes. No les falte el cariño y la oración de sus familiares, amigos y de los fieles que el Señor les confiará; pero no les falte la fuerza del Espíritu Santo y la voluntad sincera de ser fieles al don que van a recibir enseguida.

Miren siempre a la Santísima Virgen María, háganla parte de su vida de sacerdotes y ella no les fallará con su maternal protección. Amén

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