Homilía en el Homenaje a las víctimas del accidente aéreo

HOMILIAS

La Ceja, diciembre 1 de 2016

Homenaje de despedida a las víctimas del siniestro aéreo en La Unión
1Ped. 1, 3-9. Mat. 7, 21.24-27

Muy queridos hermanos y hermanas,

Hemos sido impactados, muy profundamente, por un acontecimiento doloroso, en las inmediaciones de este territorio. Un avión siniestrado, cargado de muchas ilusiones vitales, deportivas y profesionales, cargado con hermanos principalmente brasileños y bolivianos, que ha dejado 71 víctima mortales y 6 heridos.

Acontecimientos como estos tocan la fibra más profunda de nuestra humanidad y de nuestra fe: hacen aflorar, junto con el dolor y la sorpresa, los más nobles sentimientos de solidaridad.

Ayer, el estadio Atanasio Girardot se convirtió en una manifestación blanca y de luces de un solo corazón, para confundirse en un abrazo solidario de países hermanos. Hoy, quisimos convocarnos en este templo basilical de Nuestra Señora del Carmen, muy cerca del lugar de los acontecimientos, para continuar siendo eco y eslabón de esta cadena de solidaridad con los hermanos que partieron y con las familias y comunidades que afrontan la tristeza de estas pérdidas irreparables. Y lo hacemos en este templo, porque específicamente nuestra solidaridad se vuelve oración; es lo que nos nace desde el arraigado sentimiento católico de nuestro pueblo antioqueño y colombiano.

Aprovecho, aunque el mensaje ya ha sido difundido, para ser el canal del Papa Francisco que traslade nuevamente sus sentimientos de pesar ante la tragedia, su oración por el eterno descanso de los fallecidos y su cercanía a los familiares y a cuantos lloran tan sensible pérdida.

La Palabra proclamada en el Evangelio nos comunica estas verdades:
Las palabras solas no son suficientes para construir la vida si esas palabras no adquieren vida en las obras. Es decir, el triunfo no es para los charlatanes, sino para los esforzados. La casa representa al hombre mismo, a la familia, a las organizaciones, a los pueblos. La verdadera relación de fe y cualquier opción de vida no se construye sólo con palabras llenas de colores, de promesas y de buenas intenciones, sino que debe concretizarse en una praxis vital.

Pero esa obra tendrá duración o no en el tiempo de acuerdo a nuestra forma de construir, sobre arena o sobre roca. Lo construido sobre arena se derrumba, es decir, lo construido sobre falsas seguridades de ambiciones egoístas, de mediocridad o de engaño a los demás. Jesús nos invita a fundamentar nuestra vida en Dios, en su Palabra de luz y de verdad.

El pensamiento de un autor dice: “Quien quiera construir torres altas, deberá cuidar los fundamentos” (Anton Bruckner).

Los invito a que apliquemos este principio a la vida de cada uno: que cada uno se fije como construye y encuentre en los valores del Evangelio las mejores herramientas para su realización y felicidad.

Y esto debe valer para cualquier empresa humana. Sin duda, detrás de cada obra que sobresale, hay buenos fundamentos, hay una sólida planificación, existe una comunión de intereses y sueños.

En Medellín, con mucha expectativa, para la final de la Copa Suramericana, esperábamos al equipo Chapecoense, realmente un equipo sorpresa, un equipo revelación. Teníamos garantizado un buen espectáculo de fútbol. Esperábamos poder vivir una gran fiesta, como lo debe ser cualquier verdadero evento deportivo.

Las imágenes que se nos han transmitido de este equipo de fútbol, sobre todo desde que quedó finalista de este torneo, son de pura fiesta. La fiesta es la inequívoca expresión de plenitud. Alcanzar la gloria es la más legítima aspiración de los seres humanos, de los grupos sociales, de las empresas… Y si se llega alto, en cualquiera de las áreas de la vida humana, es porque detrás hay un trabajo que antecede, dedicación, disciplina, pasión, comunión con objetivos comunes.

Siempre produce satisfacción mostrar y saborear los frutos del esfuerzo personal y comunitario, los frutos de la fidelidad a una causa. Y es lindo cuando ese logro, esa palabra que se ha hecho realidad, involucra a la familia, a los compañeros de trabajo, a los amigos… y se vuelve pasión de un pueblo.
Esa pasión la supieron transmitir más allá de Chapecó, más allá de Brasil… Y por eso estamos aquí, por eso nos hemos estremecido, por eso oramos… Por eso nos hemos vuelto un mismo corazón y vivimos una misma fuerza espiritual. Me admira, cómo el deporte, cómo el fútbol, que es una de las expresiones lindas de la vida humana, se vuelve un lenguaje universal que acerca a los pueblos y construye una real cultura del encuentro. Me admira que un acontecimiento como este haga aflorar emociones y sentimientos tan genuinos de humanidad.

Estoy convencido que toda sana alegría aquí en la tierra, toda gloria que se alcance con entusiasmo y esfuerzo, es prefiguración de la gloria infinita del cielo donde Dios nos ofrece la plenitud del amor y de la felicidad. Esa seguridad nos la transmitía la primera lectura: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia… nos hizo renacer a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada, imperecedera, reservada para nosotros en el cielo”.
A nuestros hermanos de la familia chapecoense los encontró la muerte mirando al cielo, soñando la gloria, pensando en grande. Dios sea la recompensa mayor para quienes lo tuvieron en cuenta para construir sus proyectos de vida. Todo lo grande y bello sólo se puede inspirar en Dios. Estamos llamados a trascender y a permanecer en la eternidad.

Que Dios les haga vivir la alegría plena del cielo donde se nos asegura que los gritos, la alegría, la euforia, la pasión tendrán más éxtasis que un gol y que una victoria… Donde juntos se celebra el triunfo del amor y donde todos seremos una sola tribuna de hermanos en un abrazo eterno.
Hay una ley pascual: de la muerte surge la vida. Estoy seguro que para nuestros hermanos, allá en Chapecó (ya son nuestros nuevos hermanos), de ahora en adelante la vida no será lo mismo. Con la muerte de sus guerreros, en medio de un vacío y una tristeza inmensos, queda sembrada una fuerza inusitada de vida, unas ganas de superar lo perdido, un dinamismo singular para mirar muy alto.
Les ofrecemos, desde aquí, nuestra oración solidaria, para que esto sea una realidad, para que Dios sea hoy su consuelo, y para siempre su fortaleza.

Amén.

+Fidel León Cadavid Marin
Obispo de Sonsón – Rionegro

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