Homilía en la inauguración del edificio Innovamáter
Universidad Católica de Oriente
Mayo 9 de 2019
Hechos 8, 26-40 – Juan 6, 44-51
Muy querida comunidad universitaria y amigos de la Universidad Católica de Oriente.
Hay motivos suficientes para estar reunidos, hay motivos para celebrar, hay motivos para alegrarnos.
Hoy damos un paso más en nuestra historia de 37 años, al inaugurar este edificio que se convierte en el símbolo de la vitalidad de nuestra universidad y de su capacidad de ponerse a tono con el caminar de este mundo cambiante. Además, nos alegramos con el aniversario número 20 de nuestra facultad de Derecho y de nuestro colegio Mons. Alfonso Uribe Jaramillo. Todo esto indica el dinamismo de crecimiento que hemos tenido y la capacidad de permanencia y de adaptación en el tiempo.
Hagamos primero referencia a la Palabra de Dios que hemos escuchado.
En la primera lectura descubro todo un itinerario educativo. La educación siempre debe estar al servicio de la vida. Debe estimular y hacer crecer en cada persona, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, sino también lo mejor de su mundo interior y el gusto responsable por la vida.
El eunuco de la lectura, se encuentra con Felipe en el camino. Es fundamental estar en camino y preguntarnos por el camino. Miremos este diálogo: “¿Entiendes lo que estás leyendo? ¿Y como voy a entenderlo, si nade me lo explica?”.
El texto de Isaías llevó al eunuco a preguntarse a quién se refería las palabras del profeta. Felipe se sienta a su lado, y le habla de lo sucedido a Jesús de Nazaret: “le explicó la buena noticia de Jesús”. El anuncio de Jesús condujo al eunuco a querer bautizarse. La pregunta por Jesús de Nazaret no nos deja igual. Trastoca y transforma nuestros proyectos y caminos. El significado profundo del bautismo es una vida nueva, un “renacer”.
Todo este proceso termina en que “el eunuco prosiguió su viaje, lleno de alegría” (quedó equipado con un sentido profundo de vida). El saber, que se transmite y que se recibe, debe ofrecer una clave de comprensión vital y responder a las inquietudes más profundas de todo ser humano.
La educación debe responder a eso que es un joven, según lo describe el Papa Francisco: lo propio del joven es “soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor” (Ch. V. N° 15).
El Evangelio nos explica quién es ese Jesús y qué ofrece: “Yo les aseguro: el que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida”.
Jesús se nos ofrece como Pan de Vida. Como Palabra que hay que comer, en la cual hay que creer para saciar el hambre y la sed, y no morir. Jesús es el único dador de vida en plenitud.
Pan de vida que satisface las necesidades e inquietudes más profundas del ser humano, sus búsquedas, sus anhelos, sus expectativas.
Experimentamos hambre de alimento, vestido, techo, educación, necesidades básicas. Pero también de justicia, libertad, solidaridad, paz. Hambre de infinitud, de realización, de felicidad, de sentido profundo. Jesús, el Maestro, sacia estas diferentes hambres. Creyendo en su Palabra, asumimos libremente su proyecto histórico-social de amor, justicia y fraternidad.
Esa vida, que se hace eterna, comienza aquí, donde el ser humano sea el centro de las estructuras sociales y políticas, donde se defienda la dignidad humana, donde las relaciones interpersonales estén marcadas por igualdad y fraternidad y donde nuestro empeño sea hacer habitable, para nosotros y generaciones venideras, esta “casa común”, que llamamos planeta tierra.
Como universidad católica, tenemos el reto: de “Expresar una presencia viva del Evangelio en el campo de la educación, la ciencia y la cultura”. Dar una formación, en diálogo entre la fe y la razón, que comprenda los valores éticos y la dimensión de servicio al ser humano y a la sociedad. Que prepare personas capaces de un juicio racional y crítico, conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana. Y que ponga los nuevos descubrimientos humanos al servicio de la dignidad de la persona y de la sociedad.
Por eso la Universidad es consciente que “la persona humana es el centro y razón de ser de todas sus acciones”. Dice el Papa Benedicto XVI que “El horizonte que anima el trabajo de la universidad puede y debe ser la pasión auténtica por el ser humano… Servir al hombre es hacer la verdad en la caridad, es amar la vida, respetarla siempre”.
El lema de la Universidad es: “A la verdad, por la fe y la ciencia”.
Un elemento del espíritu originario de la universidad es la búsqueda de la verdad. Buscarla y enseñarla siempre, libre de toda pretensión de restringirla, de deformarla, de manipularla.
La fe aporta un horizonte de sentido del mundo y de la vida, es camino a la verdad plena, y guía de auténtico desarrollo. La fe ilumina la investigación del ser humano, la humaniza y la integra en proyectos de bien para la humanidad. La fe es “fermento de cultura y luz para la inteligencia” (Benedicto XVI). La fe evita que en la ciencia se reduzca el horizonte humano y que la cultura caiga en el relativismo y se pierda en lo efímero. Evita que se instrumentalice el saber y los avances científicos se conviertan en medios de poder que esclavicen a la humanidad.
Hoy nos toca educar en un contexto histórico y cultural en constante y rápida transformación. Con los desafíos de una nueva realidad social, plural, diferenciada, globalizada, e impregnada de secularismo.
Este nuevo edificio reta a la Universidad al desarrollo tecnológico, la innovación y el emprendimiento, acorde a esa realidad cambiante que vivimos.
Una manera fácil de entender qué es la innovación es: tomar algo y volverlo mejor, más fácil, más rápido, más barato y, ojalá, más emocionante. Por supuesto, siempre en función del bienestar integral de las personas y de la comunidad, en función de una calidad de vida que beneficie a todos.
Para alcanzar este objetivo la Universidad quiere integrar, aquí, todas sus funciones, articular y coordinar todas sus actividades académicas, investigativas y de servicio. Queremos poder desarrollar actividades que fomenten el emprendimiento y la innovación (crear una cultura del emprendimiento) y se pueda transferir este conocimiento a la región, en un impacto real de nuestro entorno.
La tecnología siempre será un medio no un fin. La universidad no debe supeditarse simplemente al mercado pues pone en peligro las bases del humanismo y de la democracia. Si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones (integrando los saberes de la cabeza, el corazón y las manos) no conseguirá ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos.
Hay que insistirlo: La educación no consiste en inyectar conocimiento, en instruir y adoctrinar, sino en formar al ser humano (ayudar, con respeto, a que se despliegue en la persona una vida verdaderamente humana).
Sin educación no hay hombre, ni territorio, ni alteridad.
La innovación no se resuelve con recetas, se requieren competencias y pasión. La innovación como tal es pasajera: aparecen productos novedosos, que también van a pasar. Lo importante está en desarrollar competencias entre las personas para que innovar sea sostenible en el tiempo. Con razón, afirma Albert Einstein: “La medida de la inteligencia es la capacidad de cambiar”.
Como le pasó al eunuco, que sigamos el camino, llenos de alegría, porque caminamos, preguntamos, investigamos, aprendemos, innovamos, emprendemos y servimos.
Ponemos en manos del Señor esta iniciativa, este esfuerzo, este proyecto: “Que tu gracia, Señor, inspire nuestras obras, las sostenga y acompañe, para que todo nuestro trabajo brote de ti que eres su fuente y se dirija a ti que eres su fin”.
+Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro