Homilía Misa Crismal 2017

HOMILIAS

Misa Crismal 2017

Sonsón, jueves 6 de abril de 2017

 

Querida Iglesia Diocesana de Sonsón – Rionegro, representada de manera maravillosa en todos los que estamos hoy aquí reunidos.

Conocemos el ritmo anual de las celebraciones. Cada año la Iglesia Diocesana se reúne en la Misa Crismal para bendecir los aceites que se utilizarán durante el próximo año para la celebración de los sacramentos. Se reúne para significar la unidad del Obispo con sus sacerdotes en la misión única de la Iglesia y para juntos renovar, en un ambiente solemne y significativo, nuestras promesas sacerdotales.

Pero este año, esta convocación diocesana adquiere una mayor luminosidad y realce: estamos en el año del aniversario 60 de nuestra Diócesis. Por esta razón, hemos querido celebrar esta Misa Crismal aquí en Sonsón, lugar donde el 18 de marzo, hace 60 años nació nuestra diócesis y donde un 16  de junio, hace 60 años, tomó posesión el primer Obispo, Mons. Alberto Uribe Urdaneta. Nació “para atender más convenientemente las necesidades de esta región” (Pio XII, Bula “In Apostolici Muneris”).

Renovación promesas sacerdotales:

Todos los ordenados: Obispo, presbíteros y diáconos, que participamos de  la misma unión en Jesucristo, Único Sacerdote y nuestro común Pastor, y somos todos hermanos como fraternidad sacramental en la misma misión pastoral, renovamos nuestro compromiso como sacerdotes del Señor.

Recordamos aquel momento en que el Obispo que nos ordenó nos introdujo en el sacerdocio de Cristo. Reavivamos el magnífico don que recibimos en aquel memorable día. Renovamos las promesas que hicimos aquel día, cuando se concretizó la mirada y el amor de Jesús que nos llamó para Él y nos unió a su misión. Es un momento de toma de conciencia de la grandeza de nuestra identidad sacerdotal y de sentirnos llamados a una conversión permanente que nos mantenga en la novedad y alegría de nuestro ministerio. Es una oportunidad para que nos sintamos, como dice la Ratio Fundamentalis (normas de la formación sacerdotal) “cada sacerdote como un discípulo en camino, necesitado constantemente de una formación integral, entendida como una continua configuración con Cristo”.

Se nos preguntará: “¿Quieres unirte más fuertemente a Cristo y configurarte con Él?” Se nos está urgiendo, queridos sacerdotes, ese vínculo interior, esa configuración con Cristo… que es el presupuesto de toda auténtica renovación. Se nos pide revalidar nuestra opción, para recomponer nuestra respuesta a veces débil, para recuperar el entusiasmo y la emoción de aquella primera vez. Que deseemos responder uno y otro día, una y otra vez: “Aquí estoy, Señor”. De esa respuesta, siempre actualizada y paciente, va a depender el gozo de nuestro ministerio. De otra forma, caeríamos en una autorreferencialidad (realizarnos desde nosotros mismos) y en una rutina monótona y desgastante.

Renovación de nuestra iglesia diocesana:

Nuestro Plan Pastoral nos propone el Plan “RENUEVA”: Recordar Nuevamente el Evangelio, para lograr el objetivo de renovar nuestra vida cristiana, lo que somos, lo que tenemos y la forma de hacer las cosas. El compromiso es de todos, y todos estamos hoy aquí representados: comenzando por mí, los sacerdotes y diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas, los fieles de las comunidades parroquiales, los grupos y movimientos apostólicos, y cada una de nuestras instituciones diocesanas.

¿De dónde viene un cristiano? ¿De dónde surge una comunidad cristiana? ¿De dónde viene un consagrado o un sacerdote? Hay una única fuente: ¡Jesucristo!

Por eso, una Iglesia que no viva a Jesús “y no sea capaz de llevarnos a Jesús, es una Iglesia muerta” (Papa Francisco).

Cumplir el Plan Pastoral es entonces: volver a Jesús, convertirnos a Él. Y esta conversión no consiste en unos cambios de forma, ni siquiera en un adoctrinamiento, sino un volver al Espíritu que animó a Jesús, a la experiencia fundante de la Iglesia.

El reto, al celebrar un nuevo aniversario, es preguntarnos: ¿Somos capaces de volver a Jesús y recuperar la frescura original del Evangelio? ¿Somos capaces de reavivar la vivencia comunitaria de la fe? ¿Sentimos la fuerza del Espíritu y los nuevos caminos para hacer nuevos discípulos?

El Papa Francisco nos señala las consecuencias positivas de volver a Jesús: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual” (E.G. 11).

Que Jesús, El Señor, sea nuestro fundamental referente, para que nuestra vida cristiana esté impregnada por Él: que veamos con sus ojos, escuchemos con sus oídos y sintamos con su corazón; tener su compasión, parecernos a Él: en resumidas cuentas, que “nuestra vida sea plenamente cristiana”.

Si el Señor no es la inspiración central de nuestra vida de cristianos, si nuestro conocimiento de Él es pobre, no nos extrañemos que limitemos nuestra fe a un cristianismo tradicional, sin motivación, sin conversión, y por tanto, sin riesgo, sin compromiso, sin capacidad de asombro, frío, sin mística, sin pasión. ¿Para qué un cristianismo sin trascendencia, sin impacto, que “no hace ni coquillas?” Si no miramos como Jesús, seremos “cristianos ciegos”, “comunidades ciegas” y “un ciego no puede guiar a otro ciego”.

Recordemos que la conversión, es la invitación primaria en la predicación de Jesús: “se ha cumplido el tiempo y ya está cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Invitación primera, que se hace permanente si queremos renovar nuestra vida de fe. El Papa es consciente de esta necesidad: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una pastoral de conversión y misionera que no puede dejar las cosas como están” (E.G. 66).

Esa conversión se dirige es a Jesús. Por eso hay que escucharlo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo”. Escuchar directamente a Jesús, volver al contacto directo con el Evangelio, no de oídas; no por palabras teóricas aprendidas, no por sólo recuerdos o impresiones de infancia… escuchar directamente a Jesús, hacer del Evangelio el protagonista de nuestra vida de creyente, de nuestras pequeñas comunidades, de nuestras parroquias; ponerlo en conexión-confrontación con la gente concreta, con sus situaciones vitales, dudas, preguntas… “Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, el conocimiento y la profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo” (Misericordia et misera, Nro 7). Contacto con la Palabra, “para comprender la inagotable riqueza”  que contiene esa Palabra de Dios hecha carne. Los Evangelios  contienen “la memoria de Jesús” (la Iglesia es memoriosa), nos enseñan el estilo de vida de Jesús; son relatos de conversión y han sido escritos para suscitar discípulos.

¡Contacto directo con el Evangelio! La experiencia de fe es una sabiduría aprendida al ir haciendo personalmente ese camino de adhesión a Jesús de Nazareth y a su proyecto del Reino. Es la sabiduría adquirida por seguir sus pasos y vivir de sus convicciones, sus valores, sus actitudes, sus gustos. Nadie nos puede ahorrar ese camino, ni hacerlo por nosotros.

Regenerarnos nuestra vida de creyentes y de comunidades cristianas desde la fuerza del Evangelio (no bastan los papeles, los decretos, los programas…). La Palabra es la que es capaz de construir y sostener la vida en Jesús, con la fuerza y la guía del Espíritu de la verdad. Nadie como Él puede liberarnos de nuestros miedos, de nuestras inseguridades y del vacío de nuestro corazón. “Sólo Él tiene palabras de vida eterna”. “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (E.G. Nro 1). Sí, la alegría permanente y natural; con Jesucristo siempre nace y renace el sentido de comunidad; florece la fraternidad; con Jesucristo siempre nace y renace la caridad activa y el amor encendido; siempre nace y renace la misión; con Él habrá más simplicidad, más espiritualidad, más testimonio, más misericordia, más gozo, más bendición, más alabanza, más fuerza, más ardor, más decisión… más vida, más vida plena.

El Cardenal Martini, escribió en una ocasión: “He tenido un sueño: que a través de una familiaridad cada vez más grande de los hombres y las mujeres con la Sagrada Escritura, leída y rezada en la soledad, en los grupos y en las comunidades, se reavive aquella experiencia del fuego en el corazón que tuvieron los discípulos de Emaús…”. Ese también es nuestro sueño, que escuchando a Jesús, “arda nuestro corazón” y se revitalice la vida de creyentes y vivamos el gozo de ser hermanos en la comunidad y el impulso de la misión.

La Palabra de Dios, nos decía el Papa en su mensaje de cuaresma, “es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios”.

“Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro en su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (Aparecida 180).

Cada uno de nosotros evangelizados y cada comunidad evangelizada está en capacidad de ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los hermanos necesitados. La Iglesia puede y debe hacer suya la proclamación de Jesús en la sinagoga de Nazareth: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, para anunciar a los pobres la Buena Noticia, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.

Esto es posible desde una profunda convicción: el Evangelio de Jesucristo que es “espíritu y vida”, es la mejor noticia que podemos comunicar a nuestro mundo: no hay Palabra más diciente, más cargada de sentido, más luminosa, más capaz de despertar, de atraer y salvar. Es la fuerza del Evangelio la que salva, no nosotros. “No le quitemos el protagonismo a la Palabra”.

Sí, esa Palabra hecha carne, es la gran noticia de libertad para los cautivos y oprimidos, luz para los ciegos y tiempo de gracia para el mundo. Buena noticia para los pobres, para los que saben de esclavitudes, de estrechez, de sacrificio, de abandono, de desesperanza.

Y esto tiene que ser muy concreto: en definitiva, es poner en práctica las recomendaciones del Papa Francisco, que nos invita a la “revolución de la ternura” (E.G. 262) y a que “crezca la cultura de la misericordia… una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de los gestos de las obras de misericordia que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir, la vida de las personas” (Misericordia el Misera, Nro 20).

Cuando Jesús es el centro y la vida del cristiano y de la Iglesia, tiene sentido celebrar los sacramentos. En esta celebración bendecimos y consagramos los aceites que van a ser utilizados en algunos de ellos.

Bendecimos los aceites para los sacramentos de iniciación cristiana: bendecimos el óleo catecumenal y consagramos el crisma para el bautismo y la confirmación. Son los sacramentos para hacer cristianos, que dan solidez a la fe y capacitan para vivir en comunidad.

El crisma, además sirve para las ordenaciones de presbíteros y obispos. El Señor nos unge con la fuerza de su Espíritu, para perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio y participemos de su sagrada misión. Demos gracias a Dios por la abundante cosecha de los sacerdotes que serán ungidos con este crisma este año: tenemos en este momento 15 diáconos. Pidan queridos fieles, pidan comunidades parroquiales, pidan comunidades consagradas, en especial las de vida contemplativa, al dueño de la mies para que no deje de llamar operarios, buenos y santos operarios a su Iglesia.

Y bendecimos el óleo de los enfermos, que nos une con los hermanos debilitados por la enfermedad o la ancianidad, sacramento que está destinado para ayudarles en su salud, y fortalecerlos en su fe y su esperanza.

Aniversario 60 de nuestra Diócesis:

Nosotros existimos, somos la Iglesia diocesana de los 60 años, gracias a una nube de testigos que nos han precedido (Cf. Heb 12,1). De aquellos, nuestros padres, que vivieron de la Buena Noticia de Jesús, y que a la luz de la Palabra y con la fuerza del Espíritu Santo construyeron familias y pueblos, lucharon honestamente en la vida, superaron crisis, aprendieron a amar y a esperar y no escatimaron ningún sacrificio. De esa fe de convicción que marcó valores evangélicos de vida se ha sostenido nuestra Iglesia del Oriente Antioqueño, de esas personas de fe venimos nosotros y bebemos nosotros.

A la Iglesia le toca “traducir” a Jesús a los hombres y mujeres de cada época y lugar. Saludamos con agradecimiento a todos los que han sido “traducciones vivas” del camino de Jesús, en este caminar de 60 años. ¡Cuántas personas santas! ¡Cuánta presencia benéfica de testimonio y obras de las comunidades religiosas! ¡Cuántos sacerdotes buenos y entregados, celosos del bien de sus fieles! Definitivamente los santos, los amigos de Dios, son los que han marcado el camino y nos inspiran la renovada respuesta de ahora.

Nosotros somos la Iglesia diocesana de hoy. Nuestro mejor aporte es la fidelidad a Jesús, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Un corazón eclesial purificado y renovado, con una fe capaz de engendrar transformación en nuestro ambiente familiar y social. No basta con dejar recetas y determinaciones escritas, sino un modo, un estilo de vida evangélico, sostenido a lo largo de los años, que marque y sostenga nuestra identidad católica. “No nos dejemos robar nuestra identidad cristiana”, esencia de la cultura de nuestra región.

Santa María, alma de nuestro amor a Dios, danos la seguridad que de tu mano podemos ser la Iglesia de tu Hijo Jesús.

Amén.

                    + Fidel León Cadavid Marín

Obispo de Sonsón – Rionegro

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