Homilía en la Misa Crismal – noviembre 11 de 2020

HOMILIAS

Misa Crismal

Catedral de Rionegro, noviembre 11 de 2020

 

Muy queridos hermanos y hermanas que conforman esta Diócesis de Sonsón Rionegro..

Aunque no estemos todos reunidos en un mismo lugar, somos la entera Iglesia Diocesana: sacerdotes y diáconos, consagrados y laicos. Sintámonos la Iglesia del Señor, cada uno como miembro efectivo, con sus dones y talentos, su vocación, carisma y ministerio, relacionados y complementarios, al servicio de la comunión.

De manera especial, en esta Misa Crismal, queremos significar y manifestar públicamente la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros al compartir el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo.

Que resplandezca en esta solemne celebración la belleza de lo que somos como Iglesia Particular de Sonsón-Rionegro, misterio de comunión y de unidad, que hoy queremos vivir y fortalecer.

Misa crismal: bendición de óleos.

En esta Misa se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos con los que serán ungidos los catecúmenos y los enfermos.

Con estos óleos la Iglesia diocesana, desde cada una de sus parroquias, sale al encuentro de los que necesitan ser confortados, nuestros enfermos y ancianos; y de los que van a ser consagrados en el Bautismo, la Confirmación y el Orden sagrado. Emplearemos también el Santo Crisma en la dedicación de nuestros nuevos templos y altares.

Renovación promesas sacerdotales:

Algo muy significativo va a suceder hoy: todos los sacerdotes renovaremos las promesas que hicimos, con alegría y disponibilidad, ante el Señor y el Santo Pueblo de Dios, el día de nuestra ordenación sacerdotal. Los invito, queridos sacerdotes a renovar, con el gozo y frescura de aquel primer día, nuestra respuesta a la llamada del Señor.

Reconozcamos la inigualable novedad del ministerio y la misión recibidos. Hagamos vida de nuevo, con un corazón emocionado, las promesas que dan identidad a nuestro ser sacerdotal: SÍ estamos dispuestos a permanecer unidos a Cristo, configurados con su único y sumo Sacerdocio, SÍ estamos dispuestos a amar la Iglesia y a seguir sirviéndola con todas nuestras fuerzas. En definitiva, digamos SÍ a seguir entregando nuestra vida por el Señor y por la salvación de los hermanos, sabiendo que desde nuestra ordenación ya no nos pertenecemos.

Seamos muy conscientes de que es HOY que volvemos a decir SÍ: que actualizamos ese SÍ festivo del día de nuestra ordenación en la situación personal que cada uno vive, con las transformaciones, las pruebas y las circunstancias que lo rodean. Encontremos motivos para refrendar nuestro compromiso, de tal manera que nos sepa a “estreno”. Saborear que el Señor es nuestra alegría profunda, la riqueza que llena de sentido nuestra existencia.

Yo espero que este tiempo de pandemia haya fortalecido nuestras convicciones de pastor, haya hecho acrecentar nuestra preocupación por nuestra gente, haya despertado un nuevo deseo evangelizador y nos haya hecho más creativos. Y que hayamos redescubierto nuestra misión de intercesores, al vivenciar la fuerza de la oración en la plegaria por el sufrimiento del pueblo cristiano y del mundo…

Mirada fija en Jesús:

Para ser capaces de “actualizar” nuestro compromiso sacerdotal, es necesario que “fijemos nuestros ojos en Jesús” como la sinagoga de Nazaret aquel día. El Apocalipsis al referirse a Cristo lo describe con tres atributos: “el testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos (que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre) y el príncipe de los reyes de la tierra”. Miremos a Cristo, sintamos su amor de predilección… Él es la verdadera fuente    de nuestra alegría y de nuestro ardor misionero.

Queridos sacerdotes, si queremos tener claro quiénes somos y para qué somos, no tenemos sino un parámetro, no una idea o una teoría, sino una persona: Jesús.  De nuestra identificación con Él depende la forma en que nos comprendamos a nosotros mismos, el sentido que demos a nuestra vida, y a nuestra relación con Dios y con los demás.

Quiten a Jesucristo de su vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón, la cabeza” (Pedro Arrupe).

El Espíritu del Señor sobre mí:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”. Las palabras del profeta valen ante todo para Jesús, se cumplen en su persona. Jesús se reconoce en su identidad y su misión en ese texto del profeta: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Tiene la convicción que es el Espíritu quien mueve su vida y su misión… “Está sobre Él, lo unge y lo envía”.

Somos ungidos:

Estas palabras nos conciernen, queridos hermanos sacerdotes, de modo directo y especial. Por una unción singular que afecta a todo nuestro ser, marca por siempre nuestra persona y llena toda nuestra existencia, hemos quedado configurados con Cristo, Pastor y Cabeza de su Iglesia, para ser sacramento de su presencia. Cada uno repita en su interior esta verdad de sí mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”, él es la fuerza que me impulsa a salir a recorrer los numerosos y nuevos caminos que nos pide la misión; y en él me sostengo al enfrentar mis cansancios, debilidades y desalientos.

No deje de sorprendernos la grandeza de la hermosa realidad que nos invade para ser presencia viva de Cristo en la Iglesia y en el mundo. Pero, a la vez, sintamos la responsabilidad tan elevada y delicada que representa.

¡Seamos pastores con Espíritu Santo! ¡Eso somos! No tengamos la mirada corta, de pobres horizontes, de solo nuestros planes, intereses y fuerzas humanas. Nuestro ministerio no depende de nosotros, ni la Iglesia depende de nuestra acción. Somos humildes siervos del Señor,” todas nuestras empresas nos las realizas tú”. En nosotros, que hemos sido llamados a la misión, el Espíritu es quien crea, sustenta y dirige desde dentro la obra que Dios quiere realizar a través de nosotros.

Y referirnos al Espíritu, es remitirnos a la vida interior. No pretendamos tener una activa y renovada vida sacerdotal y pastoral sin mantener una fuerte vida interior. El tiempo diario invertido en el encuentro con el Señor es el más necesario y el de mayor fruto para nuestra vida de pastores. El Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad.

El Papa Francisco nos recordaba hace algunos años que, al sacerdote ungido, lleno de Dios «se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo” (homilía 28 marzo 2013): la mano del sacerdote santo se nota en la unidad y la alegría de su comunidad, en la caridad real que se genera entre sus miembros, en las liturgias vivas y festivas, en una fe robusta porque les llega adecuadamente el alimento de la Palabra y de los sacramentos, la misma fe que se hace fraterna en pequeñas comunidades… Cuando “nuestra gente anda ungida con oleo de alegría” es una prueba clara de la acción de un buen pastor, de un pastor ungido.

No estamos para repartir aceite en botellitas. Nosotros somos los ungidos y estamos para ungir al pueblo de Dios con nuestra vida llena del Espíritu de Jesús. Ungimos dándonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. No nos faltará la comprobación de la realidad de nuestra unción en el agradecimiento y el cariño de nuestro pueblo.

El ungido es enviado. ¿A quiénes? El evangelista señala unos grupos preferenciales de la unción del Señor: “los pobres, los prisioneros, los ciegos, los oprimidos”. En ellos están representados todos los rostros de la pobreza que las carencias materiales y espirituales (ausencia de Dios, lejanía de su amor) han golpeado a la humanidad en todos los tiempos.

Hemos sido llamados para curar las heridas, para unir lo que se han venido abajo y para llevar a casa a los que han perdido su camino” (Francisco de Asís).

Nuestro ministerio, queridos sacerdotes, es un ministerio de amor, en especial hacia los más pobres. Meternos con Jesús en medio de nuestra gente en un ministerio de amor servicial y oblativo que libera y levanta, que sana y da consuelo, que hace vivir y esperar, y que alegra y serena el espíritu.

No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz” (Teresa de Calcuta).

Agradecimiento a los sacerdotes:

Hoy es un día propicio para decirles que siempre los tengo especialmente presentes. Ustedes están de continuo en la oración de su obispo. Doy gracias a Dios por cada uno de ustedes, por nuestro presbiterio y los encomiendo en las circunstancias particulares que puedan vivir.

Soy consciente que son mis más estrechos colaboradores en la misión apostólica, indispensables para llevar adelante la obra del Señor. Gracias por su celo pastoral, por su tiempo no medido, por su trabajo silencioso y sin pausa, por su paciencia y disposición para atender, por sus capacidades puestas al servicio de la Iglesia diocesana, por su fidelidad al Señor, a la Iglesia.

Ese agradecimiento lo doy a manera personal y en nombre de la Diócesis a los miembros del presbiterio que este año están celebrando sus bodas de plata y oro sacerdotales. Gracias por su testimonio sacerdotal, por todos estos años que han entregado de su vida al servicio de la salvación de sus hermanos… gracias por su ejemplaridad de vida que nos hacen valorar la belleza de la vocación a la que hemos sido llamados.

Los que nos hemos podido reunir hoy, tengamos presentes a los que no lo han podido hacer en este momento, abracémoslos con nuestra oración y afecto. Alarguemos los brazos sacerdotales fraternos para alcanzar a nuestros hermanos que realizan su ministerio en lugares de misión en varias partes del mundo. Una cercanía cariñosa a nuestros sacerdotes ancianos y enfermos. Y una oración ferviente por los que atraviesan alguna dificultad particular.

Oremos todos esta mañana al Señor, para que le conceda a nuestra Iglesia diocesana ser “casa y escuela de comunión”, en crecimiento continuo de unidad entre el obispo y sus presbíteros y diáconos, en relación recíproca, así como de los presbíteros entre sí y todos nosotros con nuestros fieles cristianos.

Nuestra Señora del Rosario de Arma sea garante y estímulo de nuestro caminar en el Espíritu, en unidad y compromiso evangelizador. Amén.

 

+ Fidel León Cadavid Marín

  Obispo Sonsón – Rionegro

 

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