Homilía Ordenación Sacerdotal Adelmo Ferney Giraldo – noviembre 25 2017

HOMILIAS

Ordenación Sacerdotal

Adelmo Ferney Giraldo Alzate: “Dios me envió para que pudiera salvar sus vidas” Gn 45, 5b

El Peñol, noviembre 25 de 2017

Génesis 45, 3-7     Salmo 115    Mateo 9, 35-38

 

Muy queridos hermanos, convocados a esta asamblea festiva, donde será ordenado sacerdote Adelmo Ferney Giraldo Alzate. Saludamos a la comunidad cristiana de El Peñol y a la familia Giraldo Alzate. Y nos alegramos todos los que amamos a la Iglesia, porque sabemos el valor tan grande que representa un presbítero más para el servicio del pueblo de Dios.

Una reflexión de San Francisco de Asís nos introduce en el misterio grande del sacerdocio y nos pone en actitud de contemplación ante este misterio:

“estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote”.

Y toda historia sacerdotal comienza en Dios, que tiene un plan bien definido para la historia que quiere hacer con nosotros, que podríamos resumir en esta expresión del Credo, refiriéndose a la encarnación del Hijo de Dios: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Todo lo de Dios, es por nosotros y nuestra salvación. En ese plan, nada está desconectado ni improvisado. En esa historia los personajes son reales y concretos. Dios, Creador y Salvador, sin ninguna duda en su fidelidad, que quiere actuar con gente de carne y hueso, porque nunca actúa en abstracto. Dios siempre sabe “para qué llama” y “a quien llama”.

La primera lectura, por ejemplo, nos habla de José (pero nos podría hablar de Abraham, de Jacob, de Moisés, de David…). José entra en la historia que Dios quiere hacer con su pueblo, hace parte del cumplimiento del proyecto de Dios. Qué digámoslo de una vez: es muchas veces imprevisible, desconcertante, con lógicas “arrevesadas” comparadas con las nuestras. “Sus caminos no son nuestros caminos”.

Y ¿escucharon – en la primera lectura- cómo interpreta José su misión en el plan de Dios? Recordemos que su historia es triste, vendido por envidia por sus propios hermanos. José no reclamó a sus hermanos por la crueldad que cometieron con él. Asumió el papel que Dios le asignó en la historia de la salvación: “Dios me envió para que viniera antes que ustedes a Egipto y pudiera salvar sus vidas” (fue la frase que eligió Adelmo como su lema de ordenación). Todo lo de Dios es “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Dios si sabe “para quien trabaja”: por el bien de todos nosotros. Y sabe “con quien trabaja”, sabe a quién llama, a personas como José.

Adelmo, tu nombre está también entre esas personas, que a través de toda la historia, con las que Dios ha querido trabajar. Antes fue José, Santiago y Juan, María… Ahora eres tú.

El misterio de la vocación está en el proyecto integral de Dios y se cumple en cada uno de nosotros con una primera y fundamental condición: “querer”, querer participar en ese proyecto en el uso pleno de lo que nos hace profundamente humanos: la libertad. Hoy le vas a responder “SI” a Dios y asumir con alegría la responsabilidad de salir al encuentro de tus hermanos… “para la salvación de tus hermanos”. Es decir, aceptas “hacerle el cuarto” a Dios. Se me viene el ejemplo de Santa Laura: “ ¡Tú Señor tienes sed de almas, y yo una sed de dártelas! Al comulgar nos hemos unido los dos sedientos”. Hoy, con tu ordenación, Adelmo, sucede una cosa parecida: se encuentran dos voluntades salvíficas, la de Jesucristo que se hace hombre “por nosotros y nuestra salvación” y la tuya que aceptas ser enviado por Él, para la misma misión: “para la salvación de los hermanos”. No es otra la misión de todo sacerdote.

En Jesús (el nombre del “primer paso” de Dios”), el proyecto salvador de Dios, se hace concreto, muy concreto. El Papa lo expresó (en la Macarena) de una manera dramática hablando de la vulnerabilidad. Todos somos vulnerables, menos Dios. “Pero Dios quiso hacerse vulnerable y quiso salir a callejear con nosotros, quiso salir a vivir nuestra historia tal como era, quiso hacerse hombre en medio de una contradicción, en medio de algo incomprensible”. Por nosotros, y por nuestra salvación Dios se hizo vulnerable en Cristo. Y añade que esto lo logró con personas concretas que él escogió: “con la aceptación de una chica que no comprendía pero obedece y de un hombre justo que siguió lo que le fue mandado -nombres propios: María y José –  nombres propios como el tuyo: ¡“Adelmo”!. Dios siempre sabe para qué llama y sabe con quién trabaja.

Es verdad, nos lo dice el Evangelio, que Jesús cumple su misión (de salvar) “callejeando”, “recorriendo todas las ciudades y aldeas”, “enseñando y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”.

Jesús es el misionero del Padre. Siempre en salida, siempre caminando, siempre al encuentro del hombre concreto. La misión urge, no espera que la gente vaya hacia Él, es Él el que camina en su búsqueda.

Busca como buen médico a los que tienen “toda clase de enfermedades y dolencias”, aquejados de falta de luz, de sentido, de alegría, de esperanza; o con sobredosis de dinero, de soberbia o de prestigio; o cargados de odio, de venganza. La comprensión de Jesús, su amor y su perdón, son la mejor medicina. Finalmente Él es la salud, la salvación, el alimento que la humanidad en el fondo busca y necesita.

Literalmente, Jesús vine dispuesto a “echarle mano” a quien necesite, sin importar el pasado de nadie, sin preguntar si tiene o no carnet del Sisbén. Su misión: es para todos los hombres y por nuestra salvación. Vino a salvar y no a condenar; vino a curar los enfermos, no a los sanos; vino a buscar no a las ovejitas juiciosas, sino a las despistadas.

Hay que salir, sí, “pero salir con Jesús” (nos dice el Papa). Jesús recorría, pero “no se trata de un recorrido inútil”. Qué bello resumen, nos hace el Papa (encuentro con el Celam), de la misión de Jesús, que quiere llevar al Padre a cuantos encuentra: “Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca, habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva”. “Vino por nuestra salvación”.

Todo ese itinerario salvador incluye un sentimiento, propio de quien ama: “sintió compasión”. La compasión es una de las manifestaciones del poder de Dios. Jesús no se desentiende, tiene corazón y se le sacuden las entrañas ante tanto sufrimiento, ante la gente cansada y hambrienta, golpeada y desamparada. Para todos tiene acogida y ternura.

Adelmo, entiende que el sacerdote hoy está llamado a tener el ardor misionero de Jesús, que como Él, “sale para encontrar sin pasar de largo; se inclina sin desidia; toca sin miedo”. Su tarea es “compartir a Cristo Resucitado para quien ningún muro es perenne, ningún miedo es indestructible, ninguna plaga, ninguna llaga, es incurable” (Francisco, a Obispos).

El sacerdote ha de ser un imitador de Jesús, en sus más profundos sentimientos: “su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su  fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de la vida”. El ministerio del presbítero es precisamente ir por todas partes para compartir el amor desbordante de Dios, que busca no a los sanos, sino a los enfermos y se compromete con “entrañas de misericordia”, con “pasión” y “ardor de corazón” con las debilidades, el sufrimiento, la pobreza de los que no se les reconoce su dignidad y están sometidos a condiciones inhumanas.

Un tema central en el Papa es “fijar la mirada sobre el hombre concreto”, nos sobre un concepto abstracto de hombre, sino sobre esa “persona humana amada por Dios, hecha de carne, hueso, historia, fe, esperanza, sentimientos, desilusiones, frustraciones, dolores, heridas” (Francisco a Obispos). Dios hizo su plan de salvación “carne” en Jesucristo; Dios también quiere que su amor salvífico esté encarnado en cada sacerdote. Adelmo, tú como sacerdote eres la concreción, la “expresión viva de dicho amor”.

No puede haber indiferencia ante el drama del dolor humano; ni prepotencia ante los pequeños; ninguna parcialidad a favor de los poderosos; ninguna discriminación; ninguna humillación ante el humilde.

El Papa Benedicto nos decía que la principal curación sucede en el encuentro con Cristo que nos reconcilia con Dios y sana nuestro corazón desagarrado. Ese encuentro con Cristo es lo que debes lograr a través de tu ministerio, porque es el único encuentro que salva.

Adelmo, que tus manos sacerdotales no engañen, no creen falsas ilusiones. Porque son las manos que toman al mismo Cristo en el Altar. En la Eucaristía une a la pasión redentora del Señor tu compromiso sacerdotal de colaborar a la salvación de todos tus hermanos. Que tus pies, tus manos, tu voz, y tu corazón sean las del Buen Pastor, para quien ninguna situación le es ajena y para quien ninguna persona está perdida. Encarna en la gratuidad de tu servicio sacerdotal a Jesús cuya existencia no tuvo más objetivo que entregarse “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”.

Esta parroquia lleva el nombre de la Patrona de Colombia, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Dios quiso renovar en ese cuadro “el esplendor del rostro de su Madre”. Adelmo, que con la “benévola compañía” de María, el ejercicio de tu servicio sacerdotal sea luz con la que el Señor pueda iluminar, renovar y salvar a muchos con los que te encuentres en tu andadura ministerial.

Así sea.

 

+ Fidel León Cadavid Marín
  Obispo Sonsón-Rionegro

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