Homilía en la ordenación de diáconos – noviembre 14 de 2020

HOMILIAS

Ordenación de diáconos

Juan Pablo Cano López, Sebastián Sánchez Rojas, John Elkin Castaño Gómez, David Andrés Salazar Ríos, Andrés Felipe Meneses Arcila, Diego Alberto Silva Hernández, Johan Andrés Vergara Blandón, Andrés Felipe Castaño Martínez, Carlos Mauricio Agudelo Gallego, Renzo Baltazar Martínez Ramírez, Santiago de Jesús Montoya Ramírez.

El Carmen de Viboral, noviembre 14 de 2020

Jeremías 1,4-9     Hechos 6, 1-7b     Juan 12, 24-26

 

Querida comunidad diocesana, representada en los que hemos podido reunirnos en este templo de Nuestra Señora del Carmen y en todas personas que se unen a esta celebración a través de los diferentes medios sociales de comunicación.

Revistámonos todos de fiesta porque el Señor suma a la Iglesia otros 11 de sus elegidos predilectos a participar de su Sacerdocio Único en el grado del diaconado.

Escuchamos, cómo en la Iglesia naciente, fue necesario buscar una ayuda a los Apóstoles para atender mejor a una comunidad que crecía en número y en necesidades. Nacía así el servicio de los primeros diáconos para atender el “servicio de las mesas”, la caridad a los pobres. En esa ocasión fueron siete “hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría”. Hoy son once: Juan Pablo, Sebastián, John Elkin, David Andrés, Andrés Felipe Meneses, Diego Alberto, Johan Andrés, Andrés Felipe Castaño, Carlos Mauricio, Renzo Baltazar y Santiago de Jesús. Las necesidades de la Iglesia son muchas y se le imponen nuevos desafíos, y requerimos de gente “recomendada”, para dar respuesta a la sed de Dios, de amor y de sentido en toda nuestra geografía diocesana y al mayor número de personas posible, ojalá a todas.

Ustedes, queridos hermanos, acaban de ser presentados como candidatos “dignos” para el orden de los diáconos. Pero la realidad sobrenatural que está a la base de su caminar hasta hoy, la indicaba la experiencia del profeta Jeremías, que escuchó la voz del Señor: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del vientre materno, te consagré”. Su vocación no es auténtica, muchachos, si no proviene legítimamente del Señor, porque es Él quien les ha dirigido la Palabra, los ha elegido y los consagra. Clave, que ustedes reconozcan la primacía de Dios y, por lo tanto, su total sumisión a Él. Eso va a suceder hoy: ustedes se le entregan, con todos sus sentidos, y Él los consagra, es decir, los hace suyos, en una alianza de amor que debe ser para siempre.

Lo confirma el Papa Francisco cuando dice que “el camino vocacional tiene su origen en la experiencia de saberse amado por Dios”; nos ha llamado a la vida porque nos ama y ha predispuesto todo para que cada uno de nosotros sea único, en el camino para el que Él nos ha pensado; un llamado a la alegría “que se encuentra sólo en el don de sí mismo a los demás” (cf. Mensaje 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2018).

La respuesta del profeta Jeremías es entendible: “¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño”. Es natural sentirnos pequeños e inmaduros ante la obra de Dios. Es un camino seguro de espiritualidad ser como un niño, sentirse pequeño ante Dios. La Madre Laura lo expresa bellamente:

“¡Lo que es el amor de Dios, a los pequeños! Por eso quiero ser siempre pequeñita delante de Él que lo obligue a agacharse hasta mí. Es el milagro y privilegio de los pequeños: ¡Hacer agachar a Dios, para acariciarlos! El arte de subir delante de Dios es trabajoso, porque ¿quién será grande a sus ojos? Pero el arte de bajar y empequeñecerse es fácil.” (Autobiografía, p. 579). Hagan realidad la frase que presenta su tarjeta de invitación: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).

Y del Señor mismo recibimos las palabras que nos dan seguridad: “No tengas miedo que yo estoy contigo”, palabras que actualiza el Papa Benedicto XVI: “No tengan miedo al mundo, ni al futuro, ni a la debilidad de ustedes. El Señor les ha otorgado vivir en este momento de la historia para que, gracias a su fe, siga resonando su Nombre en toda la tierra”.

La acción del Espíritu, en este sacramento del Orden, los configura con la vida de Jesús, que en el Evangelio es descrita de esta manera: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

Ante la expectativa judía de un mesías poderoso, Jesús contrapone la donación de su vida como la esencia de su mesianismo. Con la pequeña parábola de una semilla presenta el acontecimiento central y decisivo de su vida.

Una semilla que se pierde y se pudre al interior oscuro de la tierra, pero en primavera se convierte en un tallo verde y en verano en una espiga dorada repleta de granos. Un misterio maravilloso de fecundidad y de vida… Toda la verdad de la Pascua: el secreto profundo de la muerte de Jesús, de su anonadamiento, que despunta en Vida abundante.

Ustedes han aceptado la invitación del Señor: “El que quiera servirme, que me siga”. Si ustedes quieren ser sus discípulos están llamado a compartir su itinerario, y a aceptar su radical afirmación: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna”.

El que considera la propia vida como una posesión a la que se aferra con egoísmo es como una semilla cerrada en sí misma y sin perspectiva de ser fecunda. Pero, el que se niega a realizarse únicamente en sí mismo, el que se niega a sí mismo, se abre al movimiento realizante, como Jesús, de una vida de donación, que germina en vida, y es fuente de paz y felicidad para los demás. En la vida de Jesús, amar es servir y servir es perderse en la vida de los demás. Muchachos, si quieren que su diaconado sea servicio en nombre de Jesús, y a su manera, hagan de su vida una entrega, una donación.

Hay un rito en la Ordenación significativo de esta realidad fundamental del que se consagra en forma radical a seguir al Señor: la postración en el suelo. Ahí son como “enterrados, sembrados” simbólicamente, para que todo lo suyo, su voluntad, su inteligencia, su sensibilidad, sus gustos, sus planes, su mentalidad “desaparezca” en Dios, sea entregado a Dios y toda su vida, transformada en Dios, se haga fruto multiplicado y sabroso en favor de los hermanos.

Queridos hermanos, llamados a ser servidores como Jesús: su vida tiene que caer en tierra, salir de la zona de confort, desistir de toda pretensión de estar arriba, mandar, poseer, aparecer… Sean el “grano de trigo que cae en tierra y muere… y da mucho fruto”.

¿Dónde tenemos que dar ese fruto? En su reciente encíclica, Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos habla de una “sociedad enferma que quiere construirse de espaldas al dolor”. Precisamente la tarea que nos propone es abrirnos a una fraternidad universal, tomando en cuenta las heridas de la humanidad, con el modelo del Buen Samaritano.

Como el Buen Samaritano es fiel retrato de Jesús, es el mejor referente para ustedes como diáconos. No hay otro modelo de identificación o sino estarían al lado de los salteadores (ladrones y bandidos) o al lado de los indiferentes viajeros que pasan de largo (los que se desentienden, miran para otro lado). Ustedes, como diáconos encarnan a Jesús, el Buen Samaritano, quien ante tanta herida y tanto dolor, tiene el corazón abierto y hace suyo el drama de los demás y es capaz de identificarse con el otro sin importarle si es de aquí o es de allá, porque experimenta que los demás son “su propia carne”. Si un ser humano no se realiza plenamente “si no es en la entrega de sí mismo a los demás” (G.S. 24)… ustedes no pueden vivir su ministerio diaconal sino con rostros concretos  a quienes amar.

Y en la misma encíclica el Papa describe a la Iglesia samaritana, a la Iglesia servidora: “La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad… para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (N° 276).

Necesitamos ministros repletos de Dios en su corazón. No basta tener la cabeza llena de conocimientos… ministros con “corazón de Dios”. En el sacramento que van a recibir, Dios toma posesión de ustedes, para que no sea su conocimiento, sus ideas, sino Dios mismo quien aflore en sus palabras y acciones, en su boca y en sus manos.

Lleven una vida espiritual de tal intensidad que le permita a Dios adueñarse de su corazón, así tendrán total disponibilidad para acatar sus órdenes: “Irás donde yo te envíe, dirás lo que yo te ordene”.

La respuesta al Salmo, “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, es un buen retrato de lo que sienten en su interior, porque agradecidos reconocen la obra inmerecida del amor de Dios en ustedes. Se sienten colmados por algo que los sobrepasa y desahogan su dicha en la alabanza. Se unen al espíritu de la Virgen María que proclama alborozada la obra de Dios en ella.

Que su vida sea tan dichosa como la de la Virgen María, porque la puso totalmente a disposición de su Señor.

Amén.

 

                          + Fidel León Cadavid Marín

Obispo Sonsón Rionegro

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