Ordenación de Diáconos Permanentes
Rionegro, Junio 8 de 2019
Lecturas: Hechos 6, 1-6 – Salmo 115 – Juan 13, 3b-10ª
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Esta celebración, hoy, marca una fecha que hace historia en nuestra Diócesis, porque se ordenan en esta Catedral, los primeros diáconos permanentes, pensados, deseados y formados en nuestra Iglesia Particular de Sonsón-Rionegro. Hoy llega a ser realidad una expectativa del Obispo, de los organismos diocesanos, de las comunidades eclesiales y de ustedes, queridos candidatos al Diaconado Permanente y sus familias, realidad que compartimos juntos en la alegría.
Celebremos esta fiesta litúrgica que ordena diáconos a nuestros hermanos Diego Iván Aristizábal Hoyos, José Guillermo Castro Londoño, Euden Alonso Delgado Múnera y Luis Eduardo Ramírez Murillo. Es toda una bendición para la Diócesis, que agradecemos a Dios.
Un poco de historia:
La Iglesia siempre ha interpretado el texto que escuchamos de Hechos 6, 1-6 de la elección y ordenación de “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” como el origen del diaconado como un ministerio único del servicio cristiano.
Nace de la realidad del aumento de los creyentes en la comunidad cristiana y de la solicitud por poder responder adecuadamente a las necesidades crecientes de la caridad. Los Apóstoles, que ya no podían atender todas las necesidades, y para poder seguir dedicándose a la oración y la predicación, delegaron en estos siete hombres, sobre los que oraron y les impusieron las manos, la asistencia a las viudas y a los pobres (el servicio de la mesa).
Los diáconos nacieron para el servicio de la caridad. Pero muy pronto su actividad se amplió a otras misiones. Tenemos el ejemplo de San Esteban, el primer mártir, patrono de nuestra Escuela Diaconal, que predicaba ante el sanedrín (Hec 6-7), de San Felipe, que catequizó y bautizó al eunuco etíope (Hec 8). Y con la propagación de la fe en la Iglesia naciente, los diáconos comenzaron a tener también funciones litúrgicas.
“No son ustedes ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios” (San Ignacio de Antioquía).
En la Iglesia primitiva, el orden de los diáconos alcanzó un gran relieve: asistía al obispo durante la sagrada liturgia, en la administración de los bienes y en la distribución de limosna a los pobres.
Después del siglo V el diaconado experimenta un declive gradual en occidente, y pierde su esplendor, hasta que desapareció como un orden permanente dentro de la Iglesia latina. Y a finales del primer milenio estaba reducido a una función litúrgica un “paso” transitorio hacia el presbiterado. En Oriente el diaconado permaneció como ministerio y orden permanente.
Fue el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia el que restableció en adelante el diaconado como grado propio y permanente del orden sagrado, no como sustituto de los presbíteros, ni como amenaza al laicado. Y le asignó las siguientes funciones del ministerio: la administración solemne del bautismo, la reserva y distribución de la Eucaristía, asistir y presenciar el matrimonio en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, proclamar la sagrada escritura a los fieles, instruirlos y exhortarlos, presidir la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales, y dedicarse al oficio de la caridad y la administración.
El diaconado permanente no constituye una innovación reciente de la Iglesia, es un ministerio tan antiguo como la Iglesia misma.
Fue al Papa San Pablo VI, al que le correspondió llevar a efecto la propuesta del Concilio y el 1967 restauró el diaconado como grado propio y permanente en la Iglesia.
El Diaconado Permanente se entiende pues, dentro de la renovación integral eclesial del Vaticano II, y recupera su razón de ser dentro de la Iglesia y en la sociedad como manifestación viva del servicio a Cristo y al mundo.
Vocación y sacramento:
Dios ha permitido que la Diócesis acogiera el Diaconado Permanente, para llamar a estos candidatos: Luis Eduardo, José Guillermo, Diego Iván y Euden Alonso, y hacer florecer en ellos una respuesta a este ministerio peculiar de servicio cualificado en la Iglesia.
Han salido de sus comunidades cristianas, de sus propias familias y presentados por sus párrocos como hombres con espíritu de fe y compromiso evangélico. No olvidemos que toda vocación de especial consagración en la Iglesia se gesta dentro de la vida familiar y la vida de la comunidad creyente.
Han tenido por más de cinco años, una suficiente preparación y discernimiento: formación espiritual, académica y pastoral, en un ambiente de fraternidad entre ellos y con sus familias.
El Señor los ha llamado a estar con Él y los hermanos, para servirle a Él y a sus hermanos. Y para ello, hoy, por el sacramento del Orden, les confiere el don divino de vivir la diaconía en forma permanente, y los configura con Cristo Servidor de todos los hombres, mediante la gracia del Espíritu Santo, para que sean instrumentos de Cristo en favor de su Iglesia.
Configurados con Cristo – Servidor:
El sacramento que reciben fija sus miradas y sus vidas en Jesús, “que no ha venido a ser servido, sino a servir”.
El Evangelio proclamado nos trae un signo contundente del Maestro que anticipa su máximo servicio de dar la vida: el lavatorio de los pies. El que es el “Maestro y el Señor” “se levanta de la mesa, se quita el manto y se pone a lavar los pies a los discípulos”. Lo que parece contradictorio, señorío y abajamiento, se conjugan en Jesús: el que quiera ser grande, que se haga el último. Desde su propia experiencia, deja un mandato: “Les he dado ejemplo para como yo he hecho, lo hagan también ustedes” (Juan 13,14).
“Como yo he hecho”, es la referencia esencial. Ser discípulo de Jesús y consagrarse a Él, pide imitarlo. Servir es el único modo de ser discípulo de Jesús y el único estilo que permite cumplir la misión de evangelizar. Servir como Jesús a los hermanos y a las hermanas, “sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio” (Francisco).
Para ser servidor, hay que estar permanentemente renunciando a ser para sí y a disponer todo para sí. Pensar en cada momento que su tiempo, sus espacios y su disponibilidad están en función de la entrega a los demás. Al servicio corresponde la acogida, la paciencia, la comprensión, la solicitud, la mansedumbre y la humildad. Y tener absoluta conciencia que en la Iglesia “no es más grande quien manda, sino el que sirve”.
Queridos hermanos, llamados al Diaconado Permanente: ustedes están llamados a ser signo visible de la actitud de servicio de Cristo Siervo, en la Iglesia y en el mundo. Se convierten en “brazos, manos y ojos” del Obispo, por cuyas venas corre la sangre de Cristo-Siervo.
Triple servicio:
Si bien el servicio de la caridad caracteriza de modo especial al diácono, es inseparable del servicio de la Palabra y de la liturgia. Son tres oficios concéntricos en la persona del diácono, que giran en torno a Cristo Servidor.
La diaconía de la Palabra consiste en proclamar la Palabra de Dios e instruir y exhortar al pueblo de Dios, invitando a todos a la conversión y a la santidad. En el rito de ordenación diaconal se les entrega el Evangeliario: “recibe el Evangelio de Cristo del cual has sido constituido mensajero”: son mensajeros y no dueños; no es la voz humana, sino la voz del Señor. Reciben el Espíritu Santo para que los inflame en la predicación del Evangelio.
Toda transmisión de la Palabra del Señor, debe estar secundada por el ejemplo, en el ambiente en que se desenvuelven, primeramente su propia familia (no se puede ser luz de la calle y oscuridad de la casa), su lugar de trabajo y en el lugar donde deben ejercer su apostolado.
La diaconía de la Liturgia, que es el ministerio de la santificación a través de los sacramentos que puede celebrar o presenciar; de presidir el rito de los funerales y administración de los sacramentales. Vivir y servir en la liturgia como fuente de gracia y santificación propia y de los demás. También a través de la oración de la Iglesia (liturgia de las Horas): unidos a la Iglesia oran por la misma Iglesia, su comunidad y el mundo entero.
Diaconía de la caridad: es asemejarse a Cristo Buen Pastor que vela por cada necesidad de sus ovejas. El diácono, entonces, debe conocer las necesidades del pueblo de Dios y hacer lo que esté a su alcance, como el Buen Samaritano por asistirlas.
Es bonito, si “Dios es amor”, que el diácono sea ministro del amor, porque el amor está al centro de la vida cristiana (“Donde hay caridad y amor, allí está el Señor). Por ejemplo: San Lorenzo, el gran diácono de Roma, es el mártir de la caridad y patrono de los diáconos entregados al amor a los más pobres a quienes reconocía como el tesoro mayor de la Iglesia.
El Papa San Juan Pablo II solía llamar a los diáconos “pioneros de la nueva civilización del amor”. Y como tales, convertirse en animadores de la caridad dentro de la comunidad.
Y como “la caridad comienza por casa”, su primera responsabilidad es ser ejemplo en medio de su casa, para que su familia sea, como lo quiere la Iglesia “una comunidad de vida y amor”.
Espiritualidad:
Para cumplir bien el ministerio, no podemos ir vacíos de Dios. Se necesita una espiritualidad fuerte y centrada en el Señor, en su Palabra, en la vida sacramental, en la oración. Lograr una identificación con Cristo, servidor humilde, con una configuración muy íntima que toca su ser y los hace coherentes en sus obras de entrega y servicio.
Aquí les quiero poner como referencia, al Diácono San Efrén, que penetró profundamente los misterios del Señor al punto de ser llamado “Arpa del Espíritu”.
A los presbíteros:
A los presbíteros, les pido que no vean en los Diáconos Permanentes como una especie de esclavos suyos y suplentes que les alivien el ministerio. Ni tratarlos como “curitas” o “acólitos” de segundo orden, o como solución para atender ámbitos o lugares donde no se quiere o no se alcanza atender. Reconozcan en ellos unos hermanos que comparten una buena parte de sus responsabilidades; unos servidores de la Iglesia, ministros ordenados que con un testimonio de humilde servicio, a ejemplo de Jesús, dan gloria a Dios y favorecen la santificación de muchos hermanos.
El ministerio del diácono, aunque difiere esencialmente del ministerio presbiteral y episcopal, es junto a estos, una expresión de la apostolicidad de la Iglesia.
Diáconos casados:
Ustedes tienen una ventaja: son casados; tienen la experiencia de su matrimonio y vida familiar, toda una “escuela de amor”. Y, además, tienen la gracia sacramental del matrimonio, para vivir su amor conyugal y paternal, que les ha servido de motivación y preparación para su vocación diaconal. Su experiencia de conformar y vivir una Iglesia doméstica, los capacita para amar y servir en la familia mayor que es la Iglesia.
Tienen mucho que ver en su la vocación diaconal que hoy se concretiza, sus esposas y sus hijos. La Iglesia pide, para los candidatos al Diaconado Permanente, contar con el consentimiento, apoyo y acompañamiento de ellos.
Sus esposas y familias, han sido determinantes para llegar a este momento. Me hago vocero de la Iglesia diocesana para agradecer la generosidad de sus esposas e hijos, que con sentido de fe y no poco sacrificio comparten con ustedes su vocación y su ministerio.
Agradecimiento:
Esta celebración inédita en nuestra Diócesis nos embarga de agradecimiento a los que han estado detrás de este logro que el Señor nos ha regalado.
Al P. Bernardo Botero, delegado para el Diaconado Permanente, que secundó sin titubeos el interés diocesano que le manifesté de iniciar este proceso. Y a los sacerdotes con los que ha conformado su junta de trabajo.
A las comunidades cristianas de las que son originarios. Y a los párrocos que los han animado y respaldado.
A sus profesores de la Universidad, de nuestros seminarios y profesionales laicos que han dado de su ciencia a la Escuela Diaconal.
A nuestra Universidad Católica de Oriente que nos ha facilitado su sede y ha mantenido otros gestos de generosidad.
Y a los que yo llamo “sus hermanos mayores”, Lucho y Héctor, que desde su experiencia en Bogotá han estado tan cercanos acompañando nuestra novata experiencia de la Escuela Diaconal San Esteban.
Lo que Dios ha iniciado en ustedes, y en el diaconado permanente diocesano, Él mismo lo lleve a buen término. Que constituya de verdad un enriquecimiento y renovación del servicio evangelizador en la Diócesis, acorde con las necesidades del tiempo que vivimos.
A María, que se reconoció la humilde sierva del Señor, la acogemos como guía luminosa y protectora del ministerio del Diaconado Permanente que hoy se inicia con ustedes.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro