Ordenación Sacerdotal
Duver Arley Herrera Aguirre: “Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti” Jeremías (31, 3):
Abejorral, noviembre 24 de 2017
Jeremías 1, 4-9 Salmo 99 Juan 10, 11-16
Muy queridos hermanos,
Todo indica que es una celebración especial. Y es verdad, un hijo de esta tierra, Duver Arley Herrera Aguirre, ha sido llamado por el Señor para ser sacerdote en su Iglesia.
Ser sacerdote es algo muy grande, pero no visto desde nosotros, sino desde Dios. Y para que tengamos claro que todo se centra en Dios y depende de Él, toda la reflexión la vamos a referir a Él.
- El Sacerdote es llamado por Él.
“Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré; te nombré profeta de los gentiles”.
Jeremías no pidió ser profeta. Ni tú Duver Arley te propusiste por ti mismo ser sacerdote. Esto es posible porque mucho antes, desde el seno materno, Dios lo había pensado. Así nos antecede el amor de Dios, de una manera tan libre y contundente.
La vocación es siempre una gracia, que es de Dios y que no depende de ningún merecimiento nuestro. Decir gracia es también decir regalo: Dios nos ha regalado la vocación. Desde siempre hemos estado en el corazón de Dios.
Duver Arley, lo que mejor puede salir de tu corazón es decirle al Señor, ¡gracias! Hoy vas a ser regalado con el don inmenso del sacerdocio, que no depende de ti, y tú debes expresar en alguna forma el agradecimiento, manifestando tu alegría y tu disponibilidad: “gracias Señor, aquí me tienes”, e inspirado en la respuesta disponible de la más agraciada, la más regalada, María, decir: “aquí está tu servidor, hágase en mí lo que tú quieres”.
¿Cabe algún orgullo personal en el que es hecho sacerdote? NINGUNO. El que llama es Él, y llama al que quiere, por encima de cualquier “meritocracia”. Es su gratuidad la que nos abraza y nos compromete con su obra.
Dios es libertad plena. ¡Bendito sea Dios que sigue llamando y sigue regalando pastores a su Iglesia!
- Dios llama, para identificarnos con Él
“Antes que salieras del seno materno, te consagré”. El sacerdote es ungido, es consagrado, es tomado de entre los hombres para pertenecer a la esfera del Señor, Buen Pastor, Único sacerdote.; para ser de Él y parecerse Él.
Eso es lo que hace este sacramento del Orden: “mediante la acción del Espíritu Santo, confiere al presbítero, un carácter especial. Así se identifica con Cristo Sacerdote, de tal manera que puede actuar como representante de Cristo Cabeza”.
El ministerio es un servicio, pero un servicio representativo. Un servicio al pueblo de Dios, pero representando a Cristo. Un sacerdote es un “Cristo viviente”. El sacerdote es una de las presencias privilegiadas del Señor en medio de su Iglesia.
Para representarlo de la mejor manera posible, Duver Arley, tienes la tarea prioritaria de parecerte a Él. Eso sólo se logra mediante una comunión íntima con el Señor en la oración, mediante una comunión que también te vuelva ofrenda en la Eucaristía y mediante una relación permanente con su Palabra. Para que puedas decir como San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.
¡Ser presencia de Cristo vivo! Hablar y actuar en su Persona, es la verdadera identidad del sacerdote. Por eso se ha afirmado: El sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza”, y podemos añadir: si el sacerdote predica, es Cristo quien predica; si él perdona, es Cristo quien perdona… El sacerdote, entonces: va, viene, habla, ama, actúa no en nombre propio, lo hace, y esa es su inmensa responsabilidad, en nombre del mismo Jesucristo.
Cuando no se está con Jesús, no permanecemos en Él “languidecen -se desfiguran- los rasgos del Maestro en el rostro de los discípulos, la misión se atasca y disminuye la conversión pastoral” (Francisco a Obispos). El sacerdote está llamado a ser una imagen nítida de Jesús.
Duver Arley, deja que el Buen Jesús esté en ti, de tal manera que ames con el amor de Jesús, sientas con el corazón misericordioso del Señor, sirvas con el desprendimiento con que lo hizo el Maestro, y te entregues con la pasión y la obediencia con que Jesús vivió su misión como enviado del Padre.
- El sacerdote es consagrado para cuidar el rebaño de Él
El Señor se nos presenta como “el Buen Pastor”, que tiene un rebaño, que conoce y por el que da la vida. Él Nos hace pastores y nos manda pastorear a “su” rebaño. ¿Cuál es el rebaño del Señor? Aquel que Él vino a reunir, aquel que buscó sin descanso, aquel conformado por los “cansados y abatidos”, aquel que vaga desorientado “como ovejas sin pastor”; pero, sobre todo, aquel que rescató a precio de la entrega total de su vida.
Y este, Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que no quiere la perdición de nadie, nos envía a su rebaño, a su Iglesia, a su familia universal. Me estremece la responsabilidad que asumimos en la Ordenación: cuidar el rebaño del Señor. Necesitamos el corazón del Buen Pastor, que se conmueve frente a las situaciones de cada una de sus ovejas y las conduce a los mejores alimentos, carga a la cansada, cura a las heridas, busca a la extraviada.
El Señor no acepta pastores que se cuiden a sí mismos, que busquen ser servidos; asalariados que sólo les importa la paga. El sacerdote debe ser un hombre abierto y disponible a cada persona y a cada comunidad. Debe estar atento a las necesidades y situaciones de sus fieles. No estar “despistado”, “desinteresado”, “aperezado”. Debe “involucrarse” y vivir y enfrentar cada situación con ellos; compartir sus alegrías y sus penas. Ser para su comunidad: presencia y consuelo, sintonía y compromiso.
No necesita la Iglesia sacerdotes entretenidos y distraídos en múltiples cosas, que los hacen ajenos a sus fieles. No nos pertenecemos. Somos los pastores puestos por el Señor para atender en todo a su pueblo santo. El pueblo de Dios tiene el derecho a sus sacerdotes disponibles, para atenderlos y santificarlos.
Duver Arley, el Señor confía en ti para que apacientes su Iglesia, no a tu manera, sino a la de Él, Buen Pastor.
- El sacerdote va donde Él quiere y dice lo que Él quiere
El mandato de Dios es clarísimo: “Irás donde yo te envíe… Dirás lo que yo te mande”.
No nos mandamos, porque somos enviados. Como enviados debemos partir, salir (misión) a cumplir un encargo. “ir donde Él quiera” y decir “lo que Él quiera”. El Papa Francisco nos exhortó: “No enmudezcan la voz de Aquél que los ha llamado”.
La infidelidad del sacerdote comienza cuando él mismo programa dónde quiere trabajar (y se acaba la disponibilidad y la obediencia) y lo que le da la gana decir, según su criterio, según las conveniencias (y no habla lo de Dios). Gravísimo el “mensajero” que no va donde le indican ir y no dice lo que debe decir. Nos ilustra la respuesta al salmo: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (salmo 99).
Duver Arley, como sacerdote sabes que no puedes hacer lo que te plazca. Que como Jesús, quieras obedecer en todo al Padre y anunciar sólo la buena noticia del Reino de Dios.
- El sacerdote vive en la confianza puesta en Él
“Ay, Señor mío, mira que no sé hablar, que soy un muchacho… No digas, “soy un muchacho”… No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte”.
Es grande la tarea del profeta. No es fácil la tarea del sacerdote. Es normal sentir la certeza de la llamada y la conciencia de la propia pequeñez e indignidad; saber la grandeza de la propuesta del proyecto de Dios y el peso de los propios límites, reconocer la distancia entre la santidad de Dios y nuestra condición de pecadores. Nace la tentación de sacar disculpas, o de sentir temor, o simplemente no arriesgar demasiado y esconderse.
El Señor mismo viene en nuestra ayuda: “No temas, yo estaré contigo para librarte”. No temas, el Espíritu Santo hablará por ti.
La eficacia de nuestro ministerio, es claro, no depende de nosotros mismos. No estamos por encima del único Señor; ni el éxito pastoral depende de nuestras capacidades. “No se ilusionen en que sea la suma de sus pobres virtudes o los halagos de los poderosos de turno quienes aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios” (Francisco a los Obispos).
Somos instrumentos en las manos del Señor. Ponemos nuestra confianza en Él. Es su obra; somos simplemente sus humildes siervos que hacemos lo que nos toca. No debe haber nada de qué gloriarnos, sólo gloriarnos de la Cruz del Señor.
Duver Arley, no te angustie la responsabilidad del ministerio sacerdotal, que no te frene ningún sentimiento de incapacidad o de impotencia, simplemente entrégate al Señor, abandónate a Él con una gran confianza, pero poniendo de ti lo mejor. El Señor hará el resto, el Señor no abandona. ¡No temas!
Duver, tú has elegido una frase del profeta Jeremías (31, 3): “Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti”. Esa fue la frase que a la Santa Madre Laura la hizo vibrar en lo más hondo de sí, al reconocer el amor de predilección de Dios que le permitió interpretar su bautismo como el primer beso de ese amor eterno. Recibe tu ordenación sacerdotal como un gran “abrazo” que te da el Señor para aprisionarte en su caridad perpetua y desde hoy no quieras más que responderle a Él, con el agradecimiento de tu fidelidad.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón-Rionegro