Ordenación Sacerdotal
Julián Andrés Botero Gallón: “El Señor es el lote de mi heredad” (Salmo 16)
Sergio Andrés López López: “Él nos ha salvado y nos ha llamado para una vocación santa, no como premio a nuestros méritos, sino gratuitamente y por iniciativa propia” (2Tim 1,9).
La Unión, noviembre 17 de 2017
2Cor 4, 1-2.5-7 Salmo 88 (89) Mateo 20, 25b-28
Muy querida comunidad reunida en la fe y la alegría.
“Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”, respondíamos en el Salmo interleccional.
Es el canto de alabanza que hace la Iglesia al celebrar hoy la ordenación de estos dos hijos de la Unión, Sergio Andrés y Julián Andrés, nuevos sacerdotes para la Diócesis y para la Iglesia del Señor. Es una alabanza que reconoce la fidelidad de Dios en dotar a su Iglesia de pastores, y reconoce la bondad de Dios que siempre cuida y guía a su Iglesia. Cantamos las misericordias del Señor a la manera de los cánticos que conocemos de la Liturgia de las Horas: “auxilia a su pueblo acordándose de su misericordia”, “ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza”. Estos dos hermanos nuestros son frutos de la promesa, de la alianza y de la misericordia de Dios. ¡Bendito seas, por siempre, Señor!
Gratuidad de la llamada:
“Encargados de este ministerio por misericordia de Dios” (1° lectura). “Él nos ha salvado y nos ha llamado para una vocación santa, no como premio a nuestros méritos, sino gratuitamente y por iniciativa propia” (2Tim 1,9) (tarjeta de Sergio Andrés).
Es iniciativa gratuita de Dios, es elección libre de Dios, que indica siempre predilección. Y es signo de mucha misericordia, porque conscientes que no somos Dios, sino sus creaturas, y no tenemos méritos que exijan ser llamados por Él, sinembargo Él nos abraza y nos hace sus amigos.
Dios es el que elige, y toma siempre la delantera: “Yo los he elegido a ustedes”, pero, esa elección, como todo regalo, se hace realidad cuando yo lo acepto. Una llamada se puede quedar sin responder… Ustedes, Sergio y Julián, no han dejado en el aire la propuesta de Dios, sino que la han “actualizado” al responder, con libertad (siempre somos libres de responder).
Y eso, tiene implicaciones más comprometedoras, porque al ustedes responder hoy “si”, también eligen al Señor. Así se convierte en una elección mutua, es todo un diálogo entre Dios y ustedes. Un diálogo que es existencial, una vivencia, la más grande que cada uno de ustedes pueda tener, la más importante y definitiva de toda su vida, tanto, que su ordenación les da un nuevo ser y una nueva identidad: quedan marcados con el carácter sacerdotal para siempre.
La elección que han hecho del Señor, que los ha elegido primero, tiene que condicionar y plenificar la totalidad de sus vidas. No se trata entonces de “hacer”, sino de su forma plena de existir. Si ustedes renunciaran al don del Señor, sería renunciar a su propio ser, a su más profunda identidad.
En la misma forma selectiva como Jesús los ama y los elige, espera ser amado y elegido por ustedes, no pueden tener otra “preferencia” que Él, lo han elegido sólo a Él. Eso es lo que quiere decir “El Señor es el lote de mi heredad” (tarjeta de Julián).
El Señor es mi heredad, es la afirmación contundente de la que se deben apropiar. Entonces, no cabe sino una respuesta radical, que abarca todos los aspectos: su corazón, su tiempo, sus intereses, su trabajo, sus afectos, sus objetivos, sus renuncias, sus luchas, sus éxitos… Todo queda englobado y centrado en el que han aceptado como único Amor de su vida.
El Señor, y su pertenencia a Él, es lo que va a dar sentido, peso, a sus trabajos, a cada uno de sus pensamientos y acciones y lo que los blinda de convertirse en “funcionarios”: hacer las cosas porque toca, sin espíritu, por rutina, por aparecer.
“Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús”:
Julián y Sergio, esa clara pertenencia al Señor, que los hace suyos, porque ustedes quieren ser de Él -recuerden que es una mutua elección- es también lo que los hace conscientes de que no se predican a ustedes mismos, sino que predican a Cristo, el Señor. Esa es la misión sacerdotal: hacer que Cristo, con la fuerza del Espíritu, se haga contemporáneo y actual, que su Palabra sea viva en los corazones de los hombres y su salvación redima y alegre a una humanidad sedienta y hambrienta de sentido, de verdad… del Amor de Dios. Esa misión es la que el Papa Francisco ha descrito en su forma propia de hablar como ser “callejeros de la fe”, “callejear a Cristo”… Un sacerdote es el que lleva a Cristo por donde camine. El sacerdote, por tanto, no es para estar encerrado.
Un resumen de las actividades del sacerdote, lo vamos a escuchar en la plegaria de ordenación: “Por su predicación, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres… Sean fieles dispensadores de tus misterios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento, y se alimenten de tu altar; para que los pecadores sean reconciliados y sean confortados los enfermos”.
El sacerdote no se predica a sí mismo, “no adultera la Palabra de Dios”, sigue e imita a su Maestro, a su Señor: “Si yo, el Maestro y el Señor les he lavado los pies, hagan ustedes lo mismo”. Cuando se representa en el buen samaritano, nos dice: “vete y haz tú lo mismo”, se nos presenta como el Buen Pastor, que debemos imitar dando la vida por las ovejas y buscando a la perdida; y en el momento culmen de la institución eucarística, “Jesús abre su corazón y nos entrega su testamento”: “hagan esto en memoria mía”. El sacerdote es pues, “memoria del Señor”, “espejo de sus gestos de compasión y misericordia”, llamado a inmolarse, a entregarse a la manera única, sólo propia del Hijo de Dios. No nos equivocamos si en todo tratamos de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Tenemos una indicación más, en el Evangelio, de parecernos a Cristo: “el Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida por muchos”. Existe una actitud básica de todo discípulo: la humildad y el servicio. “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea su esclavo”. Son palabras más para meditar que para explicar. El mismo texto nos da un punto de referencia: “saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes”. No cabe el autoritarismo, el sentirse grande, el dominar, el mandar, el utilizar y esclavizar, el aprovecharse y abusar. El Papa nos citó dos ejemplos, muy dicientes, en Cartagena: María, que se llama a sí misma “la esclava del Señor” (que aquí, en esta parroquia veneramos como Nuestra Señora de las Mercedes – La esclava del Señor que se hace esclava (liberadora) de los presos – y San Pedro Claver que se hizo llamar desde el día de su profesión religiosa “esclavo de los negros para siempre”.
Con su ordenación dicen con San Pablo: “Somos siervos suyos por Jesús”. Se ordenan para ser esclavos ¿de quién? ¿De todos? ¿de las familias? ¿de los jóvenes? ¿de los enfermos? ¿de los más pobres? Sí, de todos. Recuerden, “el Hijo del hombre no ha venido para que lo sirvan”.
Otra forma de entender la misión sacerdotal, lo expresa la primera lectura: “El Dios que dijo: “brille la luz del seno de la tiniebla” ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo”.
El sacerdote es un vaso comunicante de santidad. “Iluminado, para iluminar”, “santificado, para santificar”, “ungidos, para ungir”.
El Papa no compartió en Bogotá “la verdad más importante: que Dios nos ama con amor de Padre, no es selectivo, no excluye a nadie, abraza a todos”. Somos amados, para poder amar. Somos comunicadores de Dios, de su amor más grande. De ese amor tiene necesidad toda la gente: ese amor incondicional, compasivo y tierno de Jesús.
El sacerdote es antorcha que brilla en la tiniebla, que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. Ser luz, ser vida, “dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo”.
Queridos hermanos Julián Andrés y Sergio Andrés, Dios cuenta con un ustedes para una misión muy bella y grande, para representarlo a Él y actuar en su nombre. Solamente les recalco: esta misión no la pueden cumplir sin Él. El Señor Jesús, a quien deben estar unidos en cada momento, los fortalezca en los momentos de debilidad y cansancio, los anime en esa entrega diaria que pide este ministerio y sea la causa para vivir siempre alegres.
Nos unimos, todos los que hoy los acompañamos y seremos testigos de su Ordenación sacerdotal, con la petición de la oración inicial de la Misa: “Concede a quienes Él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles al cumplimiento del ministerio recibido”.
Amén.
+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón – Rionegro