Homilía en las ordenaciones sacerdotales – julio 20 de 2018

HOMILIAS

Ordenación sacerdotal de:

Néstor Camilo García López; Luis Ignacio Sánchez Quiceno;
José Ricardo Gómez Aristizábal; Norley de Jesús Gallego Tabárez
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Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote

Textos: Hebreos 10, 12-23; Salmo 39 y Lucas 22, 14-20.

Rionegro, julio 20 de 2018

 

Mi saludo gozoso a todos ustedes, comunidad diocesana presente hoy en esta Catedral de San Nicolás. A los queridos sacerdotes, a los formadores de nuestros seminarios, a los familiares y amigos de los ordenandos. Pero en especial, a ustedes: Luis Ignacio, Néstor Camilo, Norley de Jesús y José Ricardo a quienes el Señor ha llamado a tan excelso ministerio y que se aprestan, seguro con un poco de turbación, a ratificar con su la vocación recibida.

Ustedes han querido elegir como Palabra iluminadora de este acontecimiento los textos propios de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno sacerdote. ¡Magnífica elección!

Si quieren entender lo que hoy va a acontecer en ustedes, no hay camino mejor que introducirnos en el misterio del corazón sacerdotal de Cristo. Es que, la ordenación sacerdotal es un acto sacramental que comunica la gracia del Espíritu Santo para configurar al ordenando con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y para ser destinados a una misión muy especial y a vivir de otra manera. Hoy Dios va a obrar en ustedes una transformación radical, va a comunicarles una nueva identidad que afecta la totalidad de su persona: la identidad del Único Sacerdote, Jesucristo.

Los invito, pues, a poner nuestra mirada en ese Sumo sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.

La pauta central nos la da lo que pasó en la Última Cena. En la institución de la Eucaristía es donde mejor afloran los sentimientos del corazón sacerdotal de Jesús. El centro de ese sacerdocio está en el pan que ahora es su cuerpo entregado y el vino que es la copa de la nueva alianza sellada con su sangre por nosotros. En su gesto de ofrecer pan y vino resumió totalmente su vida y su misión, como expresión de un “amor hasta el extremo”.

Es importante subrayar, que esto lo hace movido por una pasión: “¡Cómo he deseado comer esta pascua con ustedes antes de morir!”. El corazón sacerdotal de Jesús está repleto de un “deseo ardiente”, de una solicitud que lo quema por dentro, para darlo todo a todos. ¡Así es el verdadero amor!

De ahí, su gran disponibilidad: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”.

Dice el Salmo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero hiciste que te escuchara; no pides holocaustos ni víctimas. Entonces yo digo: Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

El sacerdocio de Jesucristo es completamente nuevo. No es un sacerdocio heredado; ni ritual, ejercido en función del culto, ligado a preceptos externos. Con Cristo cambia radicalmente la perspectiva; su sacerdocio es existencial, centrado en su ser y actuar; y la clave la da en la última Cena: allí anuncia que su sacerdocio consiste en ofrecerse a sí mismo; el sacrificio de su propio ser. Eso lo convierte en el Sacerdote por excelencia. Ningún sacerdote de la antigua alianza se había ofrecido a sí mismo como víctima de expiación -sacrificaban solo animales-. Es un ofrecimiento personal perfecto; es la ofrenda obediente del Hijo al Padre y la entrega fraterna a los hermanos.

Hoy ustedes tienen el ánimo dispuesto para decir “Aquí estoy”. Es su compromiso personal con Dios y con los hermanos. Y no se trata de un ofrecimiento externo, sino de la misma firme convicción y de la ardiente decisión de Jesús de obedecer la soberana voluntad salvífica del Padre.

Y es una disposición tan radical que llega hasta entregar la vida. No es otro el mensaje de la Institución de la Eucaristía.

Tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”; hagan esto en memoria mía.

Jesús toma el pan, da gracias, lo parte y lo da. Es su propio cuerpo, entregado. Es ÉL que se “da a sí mismo” por nosotros y por muchos, comprometiendo absolutamente toda su vida.

Es el mismo significado de “esta es mi sangre, que será derramada por ustedes”: es su misma vida ofrecida por todos, derramada por el bien de los que Jesús ama: por “nosotros los hombres y por nuestra salvación”. La carta a los Hebreos especifica que “Cristo no ofreció más que un sacrificio por el pecado”.

El “Por ustedes”, que aparece en ambos casos es categórico: la muerte de Jesús es por el bien de los otros. No es una muerte casual; no le arrebatan la vida. Es una muerte “aceptada”, asumida, Él la da. Sin otra explicación que el amor: el que no ama, no se entrega; el que no ama no es capaz de dar la vida ni siquiera por los más amigos. La voluntad de Dios es que se entregue por los hombres, y no sólo por los buenos. Dios paga el precio más alto por nosotros. ¡seamos conscientes de cuánto valemos a los ojos de Dios!

Toda la vida de Jesucristo es una ofrenda; toda su existencia tiene un carácter oblativo. Su existencia es para los demás. Vino para “que tengamos vida, y la tengamos en abundancia”: vino para dar su vida y para dar vida.

Así es que Jesús inaugura la Nueva Alianza, de perdón y reconciliación, sellada con su muerte. Es el compromiso irrevocable de Dios con el bien de todos, porque “ya no se acordará más de sus iniquidades”. Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote cumple la antigua alianza y realiza plenamente la comunión entre Dios y los hombres. Es un único sacrificio de la nueva alianza: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada

Él no pone límites a su entrega y de Él aprendemos a no poner límites a nuestra entrega, a nuestra ofrenda vital. El sacerdote es por y para los demás.

Estos términos son definitivos en la comprensión del sacerdocio de Cristo: ofrenda, oblación, sacrificio, donación, entrega. Él fue una sola ofrenda, la totalidad de su vida. Es entonces contradictorio un sacerdote no disponible; un sacerdote que se reserve mucho para sí y sólo ofrezca un pedacito para los demás. Es una vergüenza el sacerdote que se tiene que hacer rogar, que evade las solicitudes de los fieles o que se niegue a atenderlos.

Dios necesita hombres capaces de sepultar su vida por amor a Dios y a los demás. No es dar cosas, es el don de sí mismo.

Si el sacerdote se ordena para estar en función de sus fieles, entonces los fieles tienen el derecho a exigirle su dedicación y disponibilidad. A ejemplo del Señor, nosotros también debemos ser sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo. El sacerdote debe vivir en sintonía de la Cruz.

Se contradice el sentido sustancial del sacerdote-víctima cuando se acomoda al mundo y se hace un simple “funcionario” que quiere hacer carrera, o cuando se deja obnubilar por las pompas, los trajes especiales y las comodidades; cuando hay que hacerle venias y rendirle pleitesía. Así es que el ministerio se vuelve estéril. Nos decía el Papa en su última Exhortación Apostólica: “Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora” (G et E Nro 28).

Hagan esto en memoria mía”. Inmenso es el mandato y delicada la misión que Jesús deja a sus discípulos. Les toca hacer la “conexión” entre la persona de Jesús (su misterio entero, consumado en la cruz) y las comunidades que a través de los tiempos son convocadas por Jesús a conformar su Iglesia.

Se trata de “hacer presente” esa presencia viva y liberadora de Jesús. No sólo recordar. Es hacer memoria de sus enseñanzas y acciones, concentrados en su pasión y muerte. Su pasión se convierte en modelo de vida de la comunidad cristiana y de cada discípulo: la pasión de la entrega por el bien de los demás.

El sacerdote hace presente a Jesús en medio de su Iglesia: el don de Su Vida por sus discípulos continúa vivo en aquellos que junto a Él son llamados a “hacer lo mismo”. Queridos Ignacio, Ricardo, Norley y Néstor, ustedes hoy serán destinados a “hacer memoria, a hacer lo mismo” del Sumo Sacerdote Jesús, por lo tanto, ahí radica todo el sentido de su dedicación completa al servicio de los demás y su configuración personal con Él en la Eucaristía.

Es que el Padre, en su designio de salvación, ha determinado perpetuar, prolongar en la Iglesia el único sacerdocio de su Hijo. Jesús, entonces, eligió a algunos hombres, para que, en virtud del sacerdocio ministerial, hagan “memoria de Él”, actúen en su Nombre y amen a sus hermanos con la medida de Su Amor.

Lo que el Señor pide a sus sacerdotes es que vayan equipados con Su humildad, con Su bondad y Su capacidad para liberar las fuerzas del mal que hacen daño y hacen sufrir a las personas.

El mandato es ir a todas partes, allí donde viven los hombres. Siempre ir más allá, al encuentro de los que viven en la oscuridad. Llamados a liberar la vida de las personas hundidas en la tristeza y la soledad; a los que viven angustiados por cualquier causa, a los desempleados, a los inmigrantes, a los que sufren las injusticias y la violencia.

Todo esto lo podrán hacer, desde la experiencia vocacional que cada uno tiene. Su pasión sacerdotal nace de la escucha de la Palabra de Dios, de la experiencia de haberse sentido mirados y reconocidos por Dios, llamados por su nombre, y destinados a ser mediadores del mensaje de vida de Dios para todo el género humano. La experiencia gozosa de sentirse bendecidos, agraciados, transformados.

Sólo la pasión que nace de esta experiencia los puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural mensaje del Evangelio. Tendrán que ir contracorriente, y con la libertad y la verdad de Dios, enfrentar sin miedo a los poderosos y a las ideologías. No se contenten con una pastoral insulsa, sin dientes, sin incidencia en la transformación de las personas, las familias y la sociedad.

Es bonito ser sacerdote para dar gracias, para interceder, para perdonar, para hacer memoria de Jesús en la Eucaristía, para ser puente, para dar la vida de Dios, para enseñar a amar, para sembrar un mundo nuevo.

Vivan lo que en su ordenación se realiza: la participación, por misericordia del Señor, de su Único y Eterno Sacerdocio. Tengan la misma pasión de Jesús por Dios y por los hombres; hagan de sus vidas una oblación permanente, por su entrega desinteresada y alegre que privilegie en todo el bien de cada uno de sus hermanos que el mismo Señor les encomiende pastorear. Hagan todo de tal manera que sólo aparezca el Señor a quien sirven, y así su ministerio sea en alabanza del Sacerdocio de Cristo.

La Virgen María, que cumpliendo la voluntad de Dios, dio a luz al Sacerdote por excelencia, los anime con su ejemplo e intercesión a ser dignos sacerdotes de su Hijo.

 

+ Fidel León Cadavid Marín
Obispo Sonsón-Rionegro

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