Homilía en la Solemnidad todos los santos – noviembre 1 de 2020

HOMILIAS

Noviembre 1° Solemnidad todos los Santos

Mateo 5,1-12ª Las bienaventuranzas

Hermanos, unámonos en la celebración de una gran fiesta: la de todos los Santos. Celebramos, como propia, a toda esa multitud innumerable de personas, hermanos nuestros, que ya gozan de Dios y siguen en comunión con nosotros desde el cielo.

Nos gozamos con la Iglesia triunfante. Honramos a los santos conocidos, a los que han captado nuestra devoción y a muchos cuyo nombre no conocemos, pero que su vida oculta ante nuestros ojos, es preciosa ante Dios.

Son muchos “que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”: hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, de todas las clases sociales, solteros y casados, consagrados y consagradas… La santidad “pega” en todas partes, el Evangelio es para todos… Ellos han recorrido el camino del amor, que es el camino de Dios; viven en Dios.

Hoy recordamos el llamado universal a la santidad. Cada uno de nosotros, desde el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios: “miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos!”. Los bautizados somos partícipes de su naturaleza divina, y por lo mismo santos. Por lo tanto, estamos llamados a conservar y perfeccionar en la vida, con la ayuda de Dios, esa santidad que recibimos. Es muy alta nuestra vocación: “ser perfectos como el Padre del cielo es perfecto”.

Hoy elevamos nuestra mirada al cielo, nos alegramos con la victoria de Dios en ellos (la salvación se debe a Dios y al Cordero), nos acogemos a su protección e intercesión y nos dejamos jalonar y estimular por su ejemplo.

Santidad y felicidad:

Si la liturgia nos propone el evangelio de las Bienaventuranzas, es porque la santidad tiene que ver con la felicidad.

No ha sido fácil dar respuesta a la pregunta: ¿qué es y en que consiste la felicidad? ¿Cuál es el camino para alcanzarla? Y reconozcamos que la tristeza es uno de los grandes males del mundo, precisamente porque hay insatisfacciones y vacíos; hay ansias de plenitud, pero no se llenan con comodidades y diversión.

La verdadera felicidad no está a la vuelta de la esquina. No es barata. Pero ni siquiera se puede comprar; el dinero compra cosas, pero no la alegría, el amor, la ternura, la amistad.

Las Bienaventuranzas, la promesa de Jesús de felicidad, son como el carnet de identidad de los cristianos; la carta magna del seguimiento de Jesús y de la salvación futura. Con ellas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios (no son normas, sino “Buena Noticia” – anuncio gozoso de liberación) y dar las pistas que conducen a la felicidad, el camino hacia la vida plena y de sentido.  Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido cambiar la historia y alcanzar una nueva humanidad. Jesús señala el camino a un futuro de plenitud que solo puede regalar Dios mismo (la historia nos enseña que todos los paraísos que nos han prometido los reyes y jefes de este mundo, han fracasado).

Feliz o bienaventurado es sinónimo de santo. Las bienaventuranzas son un retrato exacto de Jesús… siguiendo a Jesús nos encaminamos a la verdadera felicidad, a la santidad… Son “bendiciones” para alcanzar aquí, pero se plenifican en el encuentro final con Dios.

El mundo al revés:

Jesús no alaba y bendice los males que acosan a una sociedad. La situación actual, como a lo largo de la historia, continúa con los signos de muerte, marginación y explotación. La pobreza, la desigualdad, el hambre, la falsedad calumniosa se siguen acrecentando; se multiplican descaradamente las falsas promesas de redención (populismo). No hay ningún clamor que aplaque el efecto destructor y contaminante de la tierra y las especies vivas por parte de los poderes dominantes. Y se siguen persiguiendo y exterminando a los que claman justicia y respeto por la dignidad humana.

Las bienaventuranzas del mundo son distintas a las del Evangelios: dichosos los que con su poder pueden hacer todo lo que les venga en gana; los que tienen buenas cuentas bancarias, los que se pueden dar todo tipo de lujos, malgastar y derrochar; los que son famosos y reciben aplausos, los que no se contaminan con las miserias humanas…

La propuesta de Jesús es muy distinta, es una propuesta de vida (Reino de Dios), en contracorriente al poder y a la riqueza; completamente ajena a todo modelo de corrupción, de violencia y agresión, que no tienen una “pisca” de misericordia y compasión.

Para quienes:

Jesús llama felices y bienaventurados a los que no se acomodan a los valores negativos de este mundo, a los que no son complacientes con ningún sistema injusto y proclaman los valores del Evangelio:

A los pobres, que llevan una vida austera, sencilla, libres de las ataduras de la codicia y el afán de poseer y viven como hijos confiados de Dios que es Padre.

A los mansos, que saben dominarse a sí mismos para no violentar a los demás y tienen con ellos trato suave en juicios, palabras y hechos.

A los pacíficos, que viven en paz interior y son capaces de sembrar reconciliación. No condenan, no juzgan, no gritan, no ofenden. No son incendiarios, como estamos constatando en el lenguaje amenazador y rabioso de nuestra sociedad polarizada.

A los misericordiosos, porque se aman a sí mismos y les queda corazón compasivo, tierno y amable para los que sufren las miserias humanas.

A los de corazón puro, sencillo, limpio, sin trastienda (dobles intenciones), que no engañan, no juzgan y saben descubrir los destellos de Dios en lo sano, lo bello, lo santo, lo justo.

A los que dan la vida por causas justas y dignas y no venden sus convicciones, aunque sean incomprendidos y perseguidos. La virtud y la justicia de los buenos perturba a los malos y los incomoda. La honradez y el bien son tantas veces perseguidos.

A ellos pertenece el Reino de los cielos, alcanzarán misericordia, su recompensa será grande en el cielo, verán a Dios.

Los que se dejan y se dejaron guiar por este programa de vida son los santos, que eligen seguir a Jesús, que es camino de Bondad, Felicidad y Comunión. Los que se decide por el proyecto de Jesús, y aman, se encuentran con la felicidad y la libertad interior. No tenemos que hacer milagros, pero si podemos elegir seguir a Cristo.

Es santa la vida del que trabaja para que la vida sea más humana, más soportable, más llevadera, más feliz.  Elegir amar, ser justos y solidarios y convertir la tierra en un bien común para todos, es fuente de auténtica libertad y felicidad. Las bienaventuranzas no son un camino triste, sino muy gozoso.

Dios no excluye a nadie de su proyecto de felicidad, a todos ofrece su reinado de plenitud de vida. En esto el Evangelio es novedoso y “Buena Noticia”, porque los proyectos políticos son rosqueros, para privilegiados, discriminatorios y excluyentes de los últimos.

Tenemos para elegir la lógica del Evangelio y la lógica del mundo. Es como elegir entre la verdad y la mentira, entre la honestidad y la corrupción, entre la pureza del corazón y la mala intención contaminada, entre la luz y la oscuridad…

Elijamos ser santos, y por ello, buenos y felices. El Papa Francisco, en su exhortación sobre la Santidad, precisamente pone la santidad en el horizonte de la bondad (Mt 25) y la Felicidad (Mt 5, 5-15).  Esto está corroborado por las afirmaciones de un gran escritor: «Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno» (Unamuno) y por un Papa santo: «Sólo los que son verdaderamente buenos y santos son felices.» (San Pablo VI).

Hoy la Iglesia y el mundo necesitan santos, testigos nítidos del Evangelio de Jesús. Con razón afirma nuestro Papa Francisco: “Los santos son los que precisamente llevan adelante y hacen crecer la Iglesia”.

Todos los que participamos de esta celebración podamos decir con el Salmo: “Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor”, y gritar desde nuestro interior que “la victoria es de nuestro Dios”.

Amén.

 

+Fidel León Cadavid Marín
Obispo de Sonsón Rionegro

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