Ángelus: El único privilegio a los ojos de Dios es no tener privilegios

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vat-angelus-ene5Ciudad del Vaticano, 31 enero 2016 (VIS).- A mediodía el Santo Padre se asomó a la ventana de su estudio en el palacio apostólico para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Francisco habló sobre el Evangelio del día, que nos conduce nuevamente, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, »el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y era conocido por todos. Él, que hacía poco tiempo se había marchado para iniciar su vida pública, regresa ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: »Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Los conciudadanos de Jesús, primero sorprendidos y admirados, comienzan luego a poner cara larga y a murmurar entre ellos y a decir: »¿Por qué éste, que pretende ser el consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice haya cumplido en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: »Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra», y cita a los grandes profetas del pasado Elías y Eliseo, que obraron milagros en favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. A este punto los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, »pasando en medio de ellos, se pone en camino» . Su hora aún no ha llegado».
 
El Papa explicó que »este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, todos nosotros estamos expuestos, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: Considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a »negociar» con Dios buscando el propio interés. En cambio -ha añadido- en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios… de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos».
 
»El »hoy», proclamado por Cristo aquel día -ha continuado-, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estén. También sale a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a tendernos la mano para sacarnos del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la verdad consoladora del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos».
 
Antes de concluir, Francisco invocó a la Virgen para que »nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo» aludiendo que aquel día, ella también se encontraba en la sinagoga de Nazaret, y explicando cómo toda esa situación fuese »una pequeña anticipación de aquello que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, después amenazado de muerte. En su corazón lleno de fe -ha finalizado-, ella guardaba cada cosa».

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