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El Papa explicó que »este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, todos nosotros estamos expuestos, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: Considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a »negociar» con Dios buscando el propio interés. En cambio -ha añadido- en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios… de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos».
»El »hoy», proclamado por Cristo aquel día -ha continuado-, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estén. También sale a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a tendernos la mano para sacarnos del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la verdad consoladora del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos».
Antes de concluir, Francisco invocó a la Virgen para que »nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo» aludiendo que aquel día, ella también se encontraba en la sinagoga de Nazaret, y explicando cómo toda esa situación fuese »una pequeña anticipación de aquello que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, después amenazado de muerte. En su corazón lleno de fe -ha finalizado-, ella guardaba cada cosa».