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En la segunda escena, la de Jesús es una mirada pensativa, de advertencia cuando »mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». »La salvación en sí es imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!. Si nos encomendamos al Señor, -continuó- podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino».
Finalmente, la tercera escena es la de la solemne declaración de Jesús: »Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente». »Este ciento por uno -explicó el Pontífice- está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas al infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y logramos la alegría del don. Lo que Jesús decía: Hay más alegría en dar que en recibir».
»Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica, luminosa».
Antes de impartir la bendición el Papa preguntó a los presentes si habían percibido la mirada de Jesús sobre ellos y cual sería su respuesta. »¿Preferís dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?» y pidió la intercesión de María para que abriera el corazón de todos al Señor.