El deber de pagar el diezmo personal

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DiezmoPor Mons. Adolfo Duque Arbeláez.
Academia de Historia Eclesiástica

El diezmo era la décima parte que los Israelitas debían destinar al templo y a sus sacerdotes, para el mantenimiento del culto y de las personas consagradas a Él.

La práctica del diezmo se basa en el concepto de que el Señor es el dueño de cuanto existe y por lo tanto hay que entregarle, lo más selecto de los productos de la tierra.

La Sagrada Escritura nos invita a dar al Señor como Él nos ha dado a nosotros, con generosidad y de acuerdo con los medios de que disponemos, así lo afirma el libro del Eclesiástico “porque el Señor sabe pagar y te devolverá siete veces más” y agrega diciendo “cuando ofrezcas pon buena cara y paga de buena gana los diezmos”. (35, 7)

Todos nosotros debemos manifestar nuestra gratitud al Señor por los bienes materiales que nos ha dado, ofreciéndole el diezmo como señal de agradecimiento y reconocimiento de su servicio.

Desde los comienzos de la creación se nos habla de las ofrendas que Caín y Abel le ofrecían a Dios y señala la Escritura, como los sacrificios de Abel eran agradables a Dios.

Cuando Josué conquistó la tierra prometida, que mana leche y miel,  empezó a repartir la tierra conquistada entre las tribus de Israel, pero la tribu de Levi no heredó la tierra como las otras tribus y en vez de ello recibían los diezmos  de lo que producían las tribus restantes y esto por ser la tribu de Levi, la encargada del culto y representantes del Señor.

En el libro de Malaquias aparece Yahveh reclamando al pueblo por haberse apartado de él ¿en qué nos hemos apartado y defraudado?  Me habéis defraudado en el diezmo y en la ofrenda reservada.

Igualmente Malaquias nos dice  “lleva el diezmo íntegro para que haya alimento en mi templo, ponedme a prueba y veréis como os abro  las esclusas del cielo y derramo sobre vosotros la lluvia”.  (3, 8, 10)

El libro de Tobías nos dice que cuando cobraban los diezmos, él acudía a Jerusalén y lo entregaba a los sacerdotes para el altar.

El diezmo no sólo debemos considerarlo como una obligación, sino también como un privilegio, un gozo, poder colaborar a la extensión del reino de Dios.

El Código de Derecho Canónico nos dice “los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades de modo que disponga de lo necesario para el culto divino y el conveniente sustento de sus ministros” (C. 222)

El Sagrado libro del Deuteronomio (26, 12) habla de la participación del diezmo a los pobres cuando dice “cuando hayas acabado de apartar el diezmo de toda la cosecha y se la hayas dado a Levita, al forastero, a la viuda y al huérfano para que coman de ellos en sus ciudades hasta saciarse”.

La Doctrina Paulina también confirma lo anterior cuando expresa la obligación de los fieles de contribuir a las necesidades de la Iglesia según la capacidad de cada uno y agrega en la Carta a Los Corintios (9, 13) “No sabéis que los Ministros del templo, viven del templo?  ¿Qué los que sirven al altar, del altar participa?

El Beato Pablo VI hablando de los deberes para con la parroquia decía “todo feligrés debe a su parroquia Frecuentarla, Sostenerla y Amarla”.

Entre nosotros y hasta mediados del siglo pasado, el diezmo se pagaba en especie y los párrocos nombraban recolectores del diezmo que iban por campos y veredas recibiendo las ofrendas de los fieles, pero en la década de los 50 en el gran Sínodo de Medellín establecieron que en adelante el diezmo se pagara en dinero, correspondiente a un día de salario al año, un día para Dios como se tiene establecido actualmente.

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