Su Palabra nos sacude, nos inquieta, nos apremia al cambio…

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El título escogido para el artículo nos cuestiona como Iglesia y nos pone a pensar sobre la tarea primordial que ha sido encomendada por nuestro Señor, de escuchar primero con el corazón, (Shemá Israel), para luego hablar desde la verdad y el amor (Ef. 4) anunciando incansablemente la Palabra de Dios.

Retomando las palabras del Papa Francisco en enero de este año, recordemos tres aspectos esenciales para nuestra misión:

La Palabra de Dios es para todos. El Evangelio nos presenta a Jesús siempre en movimiento, encontrando rostros e historias. Sus pies son los del mensajero que anuncia la buena nueva del amor de Dios (cf. Is 52,7-8). En la Galilea se hallaba —señala el texto— un pueblo sumido en las tinieblas: extranjeros, paganos, mujeres y hombres de diversas regiones y culturas (cf. Mt 4,15-16). Así la Palabra es un don dirigido a todos; por tanto, nunca podemos restringirle el campo de acción, porque ella, más allá de todos nuestros cálculos, brota de manera espontánea, inesperada e imprevisible (cf. Mc 4,26-28), en los modos y tiempos que el Espíritu Santo conoce.

Entonces el anuncio de la Palabra debe convertirse en la principal urgencia de la comunidad eclesial. Que no nos pase, sentirnos llamados a llevar el anuncio del Reino y descuidar la Palabra, distrayéndonos en tantas actividades o discusiones secundarias.

La Palabra de Dios, llama a la conversión. Jesús, en efecto, repite en su predicación: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4,17). Esto significa que la cercanía de Dios no es neutra, su presencia no deja las cosas como están, no preserva la vida tranquila. Al contrario, su Palabra nos sacude, nos inquieta, nos apremia al cambio, a la conversión; nos pone en crisis porque «es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo […] y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hb 4,12). Y así, como una espada, la Palabra penetra en la vida, haciéndonos discernir los sentimientos y pensamientos del corazón, es decir, haciéndonos ver cuál es la luz del bien a la que hay que dar cabida y dónde en cambio, se adensan las tinieblas de los vicios y pecados que hay que combatir.

La Palabra de Dios hace anunciadores. Sintámonos llamados por Jesús mismo a anunciar su Palabra, a testimoniarla en las situaciones de cada día, a vivirla en la justicia y la caridad, llamados a “darle carne” acariciando la carne de los que sufren. Esta es nuestra misión: convertirnos en buscadores del que está perdido, de quien se siente oprimido y desanimado, no para predicarnos a nosotros mismos, sino para el consuelo de la Palabra, el anuncio impetuoso de Dios que transforma la vida, para llevar la alegría del Reino de Dios”.

(Domingo de la Palabra de Dios, 23/01/2023)

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