El jueves 22 de marzo se realizó la solemne Misa Crismal

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En la catedral San Nicolás el magno de Rionegro, se vivió la solemne Misa Crismal, el jueves 22 de marzo, en la que se realizó la bendición de los óleos de los Enfermos y de los Catecúmenos y se consagró el Santo Crisma. En la misma ceremonia, los sacerdotes renovaron sus promesas sacerdotales.

La celebración, presidida por monseñor Fidel León Cadavid Marín, obispo diocesano, contó con la presencia de Mons. José Saúl Grisales G, obispo electo de Ipiales, y del P. Humberto Rincón Fernández OSB, abad del monasterio benedictino de Santa María de la Epifanía (Guatapé),; igualmente, participaron más de 200 sacerdotes.

La Misa Crismal es el Sacramento de la Unidad Diocesana y el signo visible de la comunión de la Iglesia particular que peregrina en Sonsón Rionegro. Vivimos esta fiesta de Iglesia en la que pedimos al Señor que conserve y aumente la fe, que mueva la esperanza y que aliente la caridad de esta familia santa que se dispone para vivir la Pascua del Señor.

En la Homilía, monseñor Fidel, recordó que esta fiesta es la máxima expresión de la iglesia particular, de la unidad entre el pueblo de Dios y sus pastores, “todos, queridos fieles que vienen de las parroquias, religiosos y religiosas, seminaristas, diáconos, sacerdotes, con el obispo, formamos un reino de sacerdotes para nuestro Dios”.

En esta misa se consagra el Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, con los que la iglesia santificará a los fieles a través de la administración de los sacramentos. Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor del obispo y hacer de esta celebración una fiesta sacerdotal “venimos a agradecer el regalo del sacerdocio que Jesucristo, nuestro sumo sacerdote, ha querido compartir con nosotros; venimos a renovar los dos latidos de nuestro corazón sacerdotal, por una parte nuestro enamoramiento de Jesús y, por otra, nuestra declaración de amor incondicional a cada uno de nuestros fieles, a nuestras comunidades parroquiales y eclesiales”.

En un primer momento, se dirige la mirada a Jesús, presentado en el Evangelio como el Heraldo de la buena nueva, recordó el obispo que Jesús es el ungido sobre quien se ha posado el Espíritu y ha sido enviado para llevar a los sencillos y menesterosos la mejor noticia que se puede dar, la de vendar los corazones rotos, anunciar la redención a los cautivos, a los prisioneros la libertad “todo lo que Jesús anuncia y hace es buena noticia. También el Espíritu del Señor ha bajado sobre nosotros, nos ha ungido y nos ha enviado. El Espíritu Santo es la fuerza que está en cada uno de nosotros desde el día de nuestra ordenación sacerdotal que hoy recordamos. Sin el gusto por el aire puro del Espíritu Santo no podemos ser instrumentos en las manos del Señor; es el Espíritu que nos hace, como Cristo, mensajeros y consoladores para nuestro pueblo”

Hablando a los sacerdotes, y rememorando la unción, el obispo les decía que el Señor los ha ungido para ser testigos de su amor y de su vida en los pobres, en los angustiados, los cautivos, los oprimidos “esa unción que hemos recibido  ha de extenderse a todos, para vendar corazones rotos por la enfermedad o la desgracia, para alentar en el dolor y el sufrimiento, para restaurar la dignidad humana perdida, para derramar misericordia al pecador arrepentido, para anunciar la libertad a los que son prisioneros de sus propios pecados y rehúsan la conversión, la curación a los ciegos que no quieren aceptar la luz de la fe, dar la libertad a los oprimidos por el peso de sus culpas, y a colaborar para que todos abran los ojos a la verdad, a trabajar por la paz y la reconciliación”.

Añadió que “con esta unción, también se debe llevar la buena nueva; que todo lo que anunciemos y realicemos sea de verdad buena noticia, algo que interese en profundidad a las personas, que traspase el corazón, que sea consuelo, que despierte, que haga respirar, que haga cantar, que haga saltar, que haga alegrar; que lo que se ofrezca, que lo que demos, se vuelva alegre y misericordiosa verdad”.

El obispo recordó que los sacerdotes tienen que hacer alegre el anuncio precioso del evangelio, con toda su persona, con todo su ser, “que su misión se convierta en dulce y confortadora alegría de anunciar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. El anuncio del evangelio nunca puede ser triste o neutro o desalentado, porque es transmitir la misma alegría de Dios padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeños. Declaremos nuestro amor a nuestra gente, con una evangelización concreta, tierna y humilde. La evangelización no puede ser abstracta ni presuntuosa; que tengamos en abundancia sonrisas y caricias sacerdotales con nuestros enfermos, con nuestros ancianos, con los necesitados, con los cansados, con los agobiados, seamos ese óleo perfumado de cristo, buen pastor. Seamos detallistas al acoger, al escuchar, al mirar, al tratar; en todo no buscar nuestros intereses sino los de Cristo Jesús”.

Insistió en la comunión a los sacerdotes. “Solos, nosotros, no podemos cumplir la misión de ungidos, solos no podemos crecer en la caridad pastoral, por eso el Señor nos llamó, desde el mismo momento de nuestra ordenación a ser comunidad presbiteral, con un vínculo sacramental de ministerio y fraternidad.  Todo lo que somos y todo lo que hacemos en el Señor hemos de vivirlo en Comunión, porque sin comunión no hay vida eclesial. La iglesia es comunión. Sin comunión no podemos hacer la verdadera evangelización; esa comunión y la armonía en el pueblo de Dios de la cual nosotros somos responsables; esa obra del Espíritu que suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y al mismo tiempo construye la unidad, que no es uniformidad, sino multiforme armonía, que es lo que atrae y llega a otros a la fe”.

Invitó a todos los presbíteros a que sientan esa armonía gozosa, a respirar el aroma de la unidad que viene del Espíritu, “hoy hagamos el compromiso de ser transparencia de Jesucristo, pero que será más diciente si está construida y embellecida por la unidad fraterna”.

En la misma celebración, los sacerdotes renovaron las promesas para ser los sacerdotes que Dios quiere y la iglesia espera y necesita, “hoy reavivamos el don que hemos recibido y las promesas que el día de la ordenación hicimos ante el obispo; actualicemos la gracia sacerdotal, a pesar de nuestra pobreza y fragilidad. Renovemos nuestra consagración de ser solo para Él. Hoy, queridos sacerdotes, traigan como ofrenda que llena el corazón de cada uno y de todos, como presbiterio, el aroma de la unción que los penetró y las promesas sacerdotales que hicieron en aquel día glorioso, con la firme intención de seguir haciéndolas concretas en el ejercicio del ministerio, como buenos servidores del pueblo de Dios”, expresó monseñor Fidel.

Invitó a los sacerdotes a orar unos por otros, para que primen en cada uno los intereses de Dios y no los personales, “pidamos por la disponibilidad a dar lo mejor de nosotros mismos; oremos para que Él, el Señor, sea nuestra fortaleza en las pruebas y en las duras tareas que comporta nuestro servicio pastoral; pidamos que tengamos fuerzas para enfrentar el cansancio, el sufrimiento, la enfermedad, la cruz, la incomprensión y nuestras propias culpas; sin Él nada podemos”.

Luego, invitó a orar por los seminaristas, para que sientan y respondan con alegría interior al amor especial con el que el Señor los mira y los llama “comprometámonos a ser, para ellos, un estímulo en esa respuesta”.

Antes de terminar la homilía, monseñor agradeció a los sacerdotes, íntimos colaboradores del obispo, porque “son los que llevan la carga diaria del ministerio apostólico; sin ustedes se haría imposible cumplir el mandato dado a los apóstoles de ir a todas partes, de enseñar todo y de bautizarlos a todos y ofrezcamos nuestra oración por los hermanos sacerdotes que sufren la enfermedad o la ancianidad y por los que en este momento atraviesan momentos de oscuridad o cualquier dificultad”.

A los fieles, religiosos y religiosas, les recordó las palabras del papa Francisco, “Podríamos decir que la comunidad es confiada al cuidado del sacerdote, pero el sacerdote es, a la vez, confiado al cuidado de la comunidad”, por eso le pidió que los religiosos y laicos les ayuden en su ministerio y oren por ellos  y si es preciso, les compartan la corrección fraterna.

Por último le agradeció a todos los presentes que oren por sus sacerdotes, los cuiden y les colaboren “oren por su fidelidad, y que cada día puedan ser más, pero que sean mejores y más santos. Gracias, pueblo de Dios, religiosos, por su compresión y ayuda; no los dejen solos, no los dejen desviar”, finalizó.

Ordinariamente esta misa se celebra en la catedral de cada diócesis el Jueves Santo; pero, por razones de conveniencia pastoral, se adelanta ocho días.

Ver y escuchar la homilía completa.

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