Inspirada en este texto de la Sagrada Escritura, la Iglesia enseña en la Constitución sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, numeral 21, que la Palabra de Dios, junto con la Sagrada Tradición, es la regla suprema de la fe ya que comunica inmutablemente la palabra del mismo Dios. Con esto declara que toda la acción evangelizadora de la Iglesia debe regirse desde la lectura, meditación, oración y obediencia a la Palabra de Dios. Tan en alto grado para la vida cristiana está la divina Palabra que el mismo numeral del Concilio afirma: “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo”.
El autor de la carta a los Hebreos advierte sobre dos potencialidades de la Palabra de Dios. Por una parte, afirma que es viva, es decir, que no pierde su actualidad, que constantemente ofrece al creyente una fuerza impredecible. Con razón el mismo Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35); por otra parte, dice que es eficaz, a saber, que cumple lo que dice, que realiza en el creyente que la acoge la acción divina, por ello, el profeta Isaías declara: “así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,11).
Se ha llamado al mes de septiembre el mes de la Biblia, en razón del recuerdo de san Jerónimo, quien tradujo la Sagrada Escritura de las lenguas en que se escribió (hebreo y griego) al latín. No obstante, más que determinar un tiempo concreto (mes o semana) para hacer énfasis en la Palabra de Dios, las enseñanzas que se han mencionado anteriormente indican con claridad que toda la vida y espiritualidad del creyente y de la Iglesia deben estar permeados por la Palabra divina, pues como afirmaba el mismo san Jerónimo: “Desconocer las Sagradas Escrituras es desconocer a Cristo”. Damos gracias a Dios porque poco a poco, el clero, los consagrados y los fieles laicos de nuestra Diócesis hemos ido tomando conciencia de la importancia de la Sagrada Escritura en nuestro vivir cristiano, porque en la mayoría de las parroquias se ha promovido la lectura orante de la Palabra de Dios, porque nuestras celebraciones y reflexiones parten de esta Palabra. Pidamos al Señor, que nos dé hambre y sed de su Palabra (cf. Am 8,11), para con la fuerza del evangelio, seguir nuestro peregrinar creyente.
Por: Pbro. Bernardo Arley Aristizábal González
Párroco, San Antonio de Pereira – Rionegro