Monseñor Fortunato, la misión cumplida.

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Por: Juan Diego Agudelo Giraldo
Director Ejecutivo Asenred
Publicado en el periódico Vida Diocesana 122 de Julio – Agosto de 2009

Fortunato-articuloNació en esos tiempos en que la piedad popular y los valores religiosos eran inculcados desde la casa, en que el trabajo era valorado, la ayuda no era obligación ni castigo y las buenas formas eran recompensadas con el reconocimiento incluso de los mayores.

Oriundo de Santo Domingo,  Antioquia, Monseñor José Fortunato Bedoya Franco nació el 13 octubre 1925 en una familia de seis hermanos, cinco hombres y una mujer; de niño, fue serio, dedicado y piadoso a; estudió la primaria y dos años de la secundaria en su municipio natal y para colaborar con algo para la casa, hacía mandados y llevaba mercados a sus paisanos más pudientes.

Desde muy joven admiraba el sacerdocio; cuenta que a los cinco años y medio hizo su primera comunión. “Me encantaba ver a los sacerdotes, estar con ellos, ver a los sacerdotes que eran muy santos que venían desde Santa Rosa de Osos”.

Esa inclinación y la motivación de varios sacerdotes lo llevaron al Seminario de Yarumal a donde los hermanos Misioneros Javerianos; donde empezó nuevamente el bachillerato, pues este plantel exigía saber latín y en el colegio de Santo Domingo no le habían enseñado este idioma.

A los 26 años fue ordenado sacerdote por Monseñor Miguel Ángel Builes, en la Diócesis de Santa Rosa de Osos, el 29 de junio de 1952 con seis compañeros más; “cuando me ordenó Monseñor Miguel Ángel sentí una inmensa felicidad, me parecía que me estaba ordenando el Papa”, cuenta Monseñor Fortunato, mientras sus ojos se le iluminan de la felicidad.

De figura bonachona, manos gruesas, boca grande y cabellera blanca, Monseñor Fortunato irradia paz y felicidad; a sus 84 años, vive en la Casa Capitular o Casa de los Canónigos en todo el marco de la plaza del municipio de La Ceja, entre la Casa Cural y la Basílica Nuestra Señora del Carmen; allí comparte su vida con otros sacerdotes entrados en años o enfermos y se dedica al confesionario, a la pastoral familiar y a atender las capellanías que tienen por encargo.

La Misión

Ya ordenado sacerdote y como su carisma era la misión, Monseñor José Fortunato fue enviado al Vaupés, pero como en ese entonces ir a esas tierras no dependía de las ganas sino de la  forma de llegar, tuvo que esperar unos meses para llegar a su destino; mientras tanto prestó sus servicios como vicario por algunos meses en Yondó, Antioquia y luego en Bogotá.

Una vez hubo la forma, tomó un avión de carga y entre mercancía y gente llegó a Mitú; “Viajar a Vaupés era muy difícil, yo no sé si ahora es así, se podía viajar cada 15 días nada más en aviones de carga llamados Catalinas; estuve dos meses en Bogotá esperando la forma de viajar, cuando resultó el viaje; llegué a Mitú y por río me encaminé a Piracuara, municipio donde presté mis servicios de misionero como párroco”; cuenta Monseñor  Fortunato.

Las misiones son difíciles en todas partes pero lo que más complicaba a ésta era el idioma, según cuenta Monseñor Fortunato; en esta región del país los indígenas no hablaban el español, tenían más de diez dialectos que son muy complicados de aprender siendo el más popular el Tucano. En la misión se valían de traductores, indígenas muy preparados que sabían el castellano, para administrar los sacramentos y llegar con el mensaje de Jesucristo; por pura selva visitaba algunos municipios y caseríos del Vaupés entre ellos Acaricuara, Santa Teresita, Villa Fátima y muchas cuasi parroquias; salía en tenis y caminaba jornadas que se tardaban un día entero.

Las comunicaciones en el Vaupés eran muy complicadas; todo era por selva y por ríos; una carta desde Bogotá se demoraba en ese entonces hasta dos meses en llegar a Mitú y los alimentos solo les llegaban a los misioneros cada treinta días, por lo que los tenían que tasar para no aguantar mucha hambre al final del mes.

“Casi me come el tigre”

Como misionero era dotado con una escopeta para defenderse de los animales, un machete para abrir trocha y poder avanzar porque la selva se cierra muy rápido y una lámpara para las noches. “Dios ayuda mucho al misionero, dormir en la selva causa mucho terror, es muy miedoso, se escuchan ruidos muy azaradores por ahí cada media hora; allí dormíamos en hamacas colgadas de los árboles, poníamos una escopeta al pie del árbol y una caperuza (lámpara de petróleo), porque dicen que a los animales les da miedo acercarse a la luz”.

La misión está llena de riesgos y según cuenta Monseñor José Fortunato estuvo dos veces en peligro de perder la vida al oriente del país, la primera fue cuando se dirigía desde Acaricuara a Mitú, con Monseñor Heriberto Correa, Obispo de Vaupés. “Veníamos de una jornada larga de confesar y administrar sacramentos; el Obispo, Monseñor Heriberto, iba adelante con varias personas y yo era el último; a mí me tocaba arriar la gente; cuando llegamos los indígenas fueron a decir que nos había estado persiguiendo el tigre, que vieron las huellas de este animal y que como él siempre le tira al último, con toda seguridad que me midió el guasque, dicen que es un animal muy inteligente, que pone la manito en el rastro de su presa y va siguiendo a la víctima” Otra situación de riesgo fue cuando se encontraba en San José del Guaviare; allí llegó la guerrilla, conocida como chusma, desde el Tolima a buscarlo, lo iban a matar porque era amigo del ejército; pero en realidad la única relación que tenían era la de solicitarles a los soldados comida prestada mientras le llegaba de la diócesis la remesa que se tardaba en ocasiones más del mes.

Monseñor Fortunato aprendió en el Vaupés que la vida del misionero es muy dura, que se necesita mucho amor y que cuando se lleva la cruz con amor no se siente; “se necesita mucho amor para ver a Dios en estas personas tan despreciadas, cuando se está convencido de un ideal, Dios le da las fuerzas para luchar”, anota Monseñor.

Continúa el Camino

Después de estar cuatro años en Piracuara pasa a Puerto Merizalde, Buenaventura; allí su misión fue más fácil en cuanto a que las comunidades negras sí hablaban el español; “después de estar allí empecé a hacer una pista de aterrizaje  mediante convites pero no sirvió porque el monte se enyerba muy ligero.  Bregué lo más que pude con esa gente y me fue muy bien”.

En esta región también pasó otro susto; salió de Buenaventura a Puerto Merizalde  en un barco, con ropa y comida para los pobres; iba acompañado de unas hermanas de la comunidad de la Madre Laura, cuando iban a entrar del mar al rio Naya, una tormenta y lo peligroso de esta entrada, sacudió el barco por casi dos horas, pero la oración de las hermanas y del padre surtieron efecto.

Dos años estuvo en Buenaventura; luego llega a nuestra Diócesis cuando apenas llevaba ocho meses de fundada, un poco enfermo, con mala digestión y paludismo, inició su apostolado en Sonsón Rionegro como vicario cooperador en la parroquia de El Peñol Viejo, con el padre Jesús Antonio Ríos; estuvo en unas 12 parroquias del Oriente Antioqueño de las que recuerda Nariño, La Unión, Abejorral, San Carlos, Granada, El Santuario y Marinilla.

En las parroquias donde estuvo se encargó de la labor pastoral, la Cruzada Eucarística y los programas por las radiofónicas; inculcaba en los niños el amor por la Eucaristía y la comunión todos los días y velaba por la educación de los campesinos y los pobres a través de las emisoras.

Es un gran admirador de la Acción Comunal, de los campesinos y de la gente pobre; cuando estaba en Nariño y motivado por su amor a la Iglesia y a los sacerdotes, escribió el libro “Un Social Amanecer” en el que defiende a la Iglesia y a los sacerdotes y ataca al Comunismo y al Capitalismo; cada capítulo de este libro fue escrito con una conclusión, para que, como dice Monseñor Fortunato, si no se les queda el contenido por lo menos se les quede la conclusión.

Mil ejemplares de este libro circularon por todas las diócesis del país, por las entidades gubernamentales y pasaron por las manos de varios senadores que veían en él una herramienta social que destacaba el trabado de la Iglesia en Colombia apoyada por el Gobierno. “Este libro gustó mucho y se vendió en dos meses; me gasté tres años en escribirlo; estaba en Nariño cuando lo escribí, me felicitaron mucho por él y era tan bueno que se lo robaban de todas partes porque lo necesitaban para hacer reuniones”.

Después escribió “Brillante Camino”, un libro que trataba el aspecto social, hablaba de teología, pastoral, liturgia y dedicaba un capítulo a las relaciones humanas denominado “el clero y las relaciones humanas”. Las dos publicaciones fueron apoyadas y sacadas con el visto bueno de la Arquidiócesis de Medellín; “me gustó más la cosa por ahí pa´ ganar más fama”.

Sus días actuales

Hace casi trece años está en la Casa Capitular, desde allí pide a los pobladores del Oriente tener personalidad cristiana, ser fieles con el cumplimiento a la observancia a la verdad cristiana, orientarse cada vez más en lo religioso y lo material y no ser ajenos al progreso.

Quisiera que lo recordaran como un sacerdote que ha tenido muy buena voluntad que puede haber tenido sus deficiencias, que ha vivido su sacerdocio auténticamente, saboreando y amando su ministerio. Se considera una persona equilibrada, que evita el mal genio, “aunque el mal genio es falta de virtud”, afirma.

Dice que el misionero vive el sacerdocio verdadero de Cristo, el auténtico sacerdote es el misionero, es el que más se parece a Cristo, es el hombre que más puede servirle a la  comunidad y al mundo.

 

 

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