Por Mons. Iván Cadavid O.
Rector Seminario Cristo Sacerdote
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Septiembre ha sido marcado por la Iglesia colombiana como el Mes de la Biblia. Se pretende que tengamos un acercamiento más directo a la Palabra divina. En una entrega del año anterior hacíamos referencia a la fuerza que la Iglesia, sobre todo a partir de la Dei Verbum del Concilio Vaticano II, le ha dado a fomentar en el pueblo de Dios el conocimiento y la práctica de las enseñanzas que Dios nos da en la Sagrada Escritura. Anotábamos, además, cómo esta insistencia fue reforzada por la Exhortación Apostólica del Papa Benedicto XVI titulada Verbum Domini. La invitación hoy es a que revisemos nuestra acción pastoral teniendo como fuente la Palabra de Dios, es decir, qué estamos haciendo en la práctica para crecer en el conocimiento y vivencia de la Palabra.
La historia de la Palabra divina es muy extensa. Desde las más antiguas tradiciones en las que se enseña sobre el origen del mundo y la historia de Israel como pueblo elegido, hasta las misteriosas visiones descritas en el Apocalipsis, hay toda una historia de salvación que toca nuestras raíces como pueblo de Dios y nos involucra en la construcción de un mundo en el que definitivamente se establezca el reinado de Dios. De ahí que no es fácil adentrarnos en la Sagrada Escritura sino con una dedicación especial y siempre con la ayuda de personas que – como maestros, orientadores, guías- han hecho del estudio de la Palabra una fuente de conocimiento y de enseñanza. El principal maestro es el Espíritu Santo quien tiene como misión llevarnos a la verdad completa (cfr. Jn 14,26; 15,26). Requerimos en nuestras comunidades de personas (sacerdotes, religiosos, laicos) que se conviertan en apóstoles de la Palabra de Dios para que todos puedan acceder a ella con seguridad y con fruto.
Percibimos un descenso de los cursos bíblicos que ayudan a penetrar con más propiedad en el mundo bíblico. También se ha venido perdiendo la costumbre de la lectura bíblica personal y en el ámbito familiar o de los grupos apostólicos. Hemos ganado ciertamente en la práctica de la lectio divina, mediante la cual tenemos la posibilidad de internarnos en ese mundo bíblico con mucho fruto para nuestra espiritualidad. El Papa Benedicto XVI en la mencionada Exhortación la recomienda vivamente. No podemos, sin embargo, reducir el estudio de la Palabra divina a esa práctica, por muy valiosa que sea. Tenemos necesidad de ir más al fondo, de conocer los diferentes libros, los grandes temas, los géneros literarios en que fueron escritos, los principios generales del estudio y de la interpretación de la Biblia, el papel desempeñado por los autores sagrados, lo que significan la inspiración, la inerrancia, el canon de las Escrituras etc. Es decir, se hace necesario que los cristianos nos esforcemos por un estudio serio, metódico y fructuoso de la Sagrada Escritura. No estudiar para satisfacer la curiosidad o para disponernos mejor a la apologética o defensa de la fe –lo cual es también importante-, sino, sobre todo, para que siendo buenos oyentes de la Palabra, hagamos de ella la fuente de nuestra vida cristiana y de nuestro apostolado eclesial.
Hoy no se habla tanto de Pastoral Bíblica como de animación bíblica de la Pastoral. Es importante que nuestra acción pastoral esté dirigida, iluminada y permeada enteramente por la Palabra divina. Necesitamos tener la posibilidad de confrontar la vida personal y grupal con lo que el Señor nos enseña en su Palabra, de sacar de ella los principios sólidos de una vida cristiana intensa y comprometida, de tenerla como un espejo en el que nos miramos sin que después, como dice la carta de Santiago (1,24), nos olvidemos de cómo somos.
Aprovechemos este mes para afianzar nuestro amor por la Palabra divina, para desempolvar las Biblias que guardadas en los escaparates o en atriles, a veces muy elegantes, para programar nuevos cursos bíblicos con las comunidades parroquiales, para insistir en que los profesores de educación religiosa utilicen la Biblia como material de trabajo en sus clases, para avanzar en la práctica de la lectio divina en las familias, en los grupos, en retiros espirituales, en nuestros encuentros pastorales, para hacer programas radiales bien preparados que atraigan el interés de los oyentes.
Culmino con la invitación del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado». Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada” (No. 175)